COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «NO AMEMOS DE PALABRA SINO CON OBRAS»

Carta pastoral con ocasión de la primera Jornada Mundial de los Pobres (19 de Noviembre de 2017)

Queridos diocesanos:

El Papa Francisco, al clausurar el Año Jubilar de la Misericordia, estableció la Jornada mundial de los Pobres, «para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. 

Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres» (Mensaje, 6). 

Con este motivo, que ha trasladado la Jornada de la Iglesia diocesana al domingo anterior, el Papa ha enviado un Mensaje con el lema «no amemos de palabra sino con obras», que justifica el sentido de la nueva Jornada recordando que el servicio de los pobres es «uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo». Así lo atestigua el texto de Hch 2,45 que describe la comunión de bienes en la primera Iglesia de Jerusalén y el texto de Sant 2,5-6.14-17, que es una viva y directa exhortación a situar a los pobres en la predilección de toda la Iglesia.

El Papa Francisco presenta la preocupación por los pobres como una acción estable en la Iglesia y no como «una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana» o «gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia» (Mensaje, 3). Se trata, afirma, de un verdadero encuentro con los pobres y de un compartir que se convierta en estilo de vida, de forma que lleguemos a experimentar que tocamos la carne de Cristo: «Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía» (Mensaje, 3).

Para llegar a esta experiencia cristiana es preciso entender que la pobreza es ante todo «una vocación para seguir a Jesús pobre» (Mensaje, 4). Consiste en una actitud del corazón que nos impide, como ha ocurrido con los santos, «considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad… es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido» (Mensaje, 4).

La comunidad cristiana debe tomar conciencia de los grandes desafíos que plantean las diversas formas de pobreza, marginación, violencia y descubrir en el rostros de los pobres, tan variados como sus múltiples circunstancias, la huella que deja en ellos la injusticia social, la miseria y «la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana» (Mensaje, 5).

El Papa nos pide a los obispos, sacerdotes, diáconos, a las personas consagradas, asociaciones y movimientos, y al amplio mundo del voluntariado que nos comprometamos para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que ayude a evangelizar nuestra sociedad. Para ello, invita a realizar en la semana anterior al 19 de Noviembre encuentros de amistad, de solidaridad y ayuda concreta. Más directamente, exhorta a acercarse a los pobres que viven en nuestro entorno e invitarlos a sentarse en nuestra mesa «como invitados de honor» para vivir juntos la providencia del Padre celestial. El fundamento de estas u otras iniciativas —dice el Papa— sólo puede ser la oración sin olvidar que «el Padre nuestro es la oración de los pobres» (Mensaje, 8), oración que recitamos en plural expresando así nuestra comunión y responsabilidad común.

Demos gracias a Dios por esta nueva Jornada mundial y demos gracias de modo especial por los que viven la pobreza como una vocación en la que el amor de Dios y al prójimo se vive de modo inseparable, a imitación de Cristo que vino para enriquecernos con su pobreza. Así lo hace el Papa en estas hermosas palabras: «Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas la manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin “peros” ni “condiciones”: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios» (Mensaje, 5).

Con mi afecto y bendición

            + César Franco Martínez
            Obispo de Segovia.