Participar en la Misa, en
particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser
iluminados por su luz, abrigados por su calor
“En
la Eucaristía, Jesús quiso comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo
recibimos con fe, también nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al
prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la vida”, lo dijo el Papa
Francisco en la Audiencia General del cuarto miércoles de noviembre,
prosiguiendo con el nuevo ciclo de catequesis dedicados a la Eucaristía.
Texto completo de la
catequesis del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Prosiguiendo
con las Catequesis sobre la Misa, podemos preguntarnos: ¿Qué cosa es
esencialmente la Misa? La Misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo.
Ella nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte, y da
significado pleno a nuestra vida.
Para
esto, para comprender el valor de la Misa debemos sobre todo entender el
significado bíblico del “memorial”. Esto «no es solamente el recuerdo – el
memorial no es solamente un recuerdo –, de los acontecimientos del pasado, sino
estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta
manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la
Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los
creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos» (Catecismo de
la Iglesia Católica, 1363).
Jesucristo,
con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo ha llevado a
cumplimiento la Pascua. Y la Misa es el memorial de su Pascua, de su “éxodo”,
que ha realizado por nosotros, para sacarnos de la esclavitud e introducirnos
en la tierra prometida de la vida eterna. No es solamente un recuerdo, no, es
algo más: es hacer presente aquello que ha sucedido hace veinte siglos atrás.
La
Eucaristía nos lleva siempre al ápice de la acción de salvación de Dios: el
Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, derrama sobre nosotros toda
su misericordia y su amor, como lo ha hecho en la cruz, para así renovar
nuestro corazón, nuestra existencia y el modo de relacionarnos con Él y con los
hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se
efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por
medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Constitución
Dogmática, Lumen Gentium, 3).
Toda
celebración de la Eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús
resucitado. Participar en la Misa, en particular el domingo, significa entrar
en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, abrigados por su
calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace
partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser
mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el
Señor Jesús nos lleva también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la
Misa se hace Pascua. Nosotros, en la Misa, estamos con Jesús, muerte y
resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la Misa nos unimos a
Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy
crucificado con Cristo – dice San Pablo – y ya no vivo yo, sino que Cristo vive
en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de
Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 19-20). Así pensaba Pablo.
Su
sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera
no sólo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el
mal, el pecado, que nos toma cada vez que caemos victimas de nuestro pecado y
del de los demás. Y entonces nuestra se contamina, pierde belleza, pierde
significado, muere.
Cristo
en cambio no devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando ha
afrontado la muerte la ha derrotado para siempre: «Resucitando destruyó la
muerte y nos dio vida nueva». La Pascua de Cristo es la victoria definitiva
sobre la muerte, porque Él ha transformado su muerte en un supremo acto de
amor. ¡Murió por amor! Y en la Eucaristía, Él quiso comunicarnos su amor
pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar
verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la
vida.
Si
el amor de Cristo está en mí, puedo donarme plenamente al otro, con la certeza
interior que si incluso el otro debiera herirme yo no moriría; de lo contrario
tendría que defenderme. Los mártires han dado la vida justamente por esta
certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Sólo si experimentamos este
poder de Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de donarnos
sin miedo. Y esta es la Misa: entrar en esta pasión, muerte, resurrección,
ascensión de Jesús. Y cuando vamos a Misa, es como si fuéramos al calvario, lo
mismo.
Piensen
ustedes: si nosotros vamos al calvario – pensemos con imaginación – en ese
momento, y nosotros sabemos que ese hombre ahí es Jesús. Pero, ¿nosotros nos
permitiríamos hablar, tomar fotografías, hacer un poco de espectáculo?
¡No! ¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaríamos en silencio, en el
llanto y también en la alegría de ser salvados. Cuando nosotros entramos en la
iglesia para celebrar la Misa pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús
da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparece las habladurías,
los comentarios y estas cosas que nos alejan de esta cosa tan bella que es la
Misa, el triunfo de Jesús.
Pienso
que ahora sea más claro como la Pascua se haga presente y obrante cada vez que
celebramos la Misa, es decir, el sentido del memorial. La participación en la
Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, donándonos pasar
con Él de la muerte a la vida, es decir, al calvario, ahí. La Misa es rehacer
el calvario, no es un espectáculo. Gracias.
Traducción
del italiano, Renato Martínez
Radio
Vaticano
