La tarea misionera es la tarea de la Iglesia, de toda la Iglesia, y nuestro compromiso bautismal y misionero nos urge a todos a la reflexión, a la oración, pero especialmente a la acción testimonial cotidiana de nuestro seguimiento de Jesucristo
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Dominio público |
La
Sagrada Escritura pone como eje y fundamento de toda relación del hombre con
Dios un llamado o vocación y una tarea o envío, para una misión.
Así
lo vivió el Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento (Gn 12, 1-9); lo vivieron
cada uno de los profetas veterotestamentarios (Jer 1, 5); Jesús de Nazaret
mismo (Mt 3, 13-17) y cada discípulo en cada tiempo y lugar (Mc 16, 15).
Los
evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), cada uno a su modo, concluyen
con el mandato evangélico: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Mc
16, 15). Tarea que, como su nombre lo indica, consiste en ir impregnando las
relaciones interpersonales, las instituciones y estructuras sociales y todas
las realidades temporales, con la lógica de Cristo y de su Evangelio, con la
sabiduría y criteriología del Evangelio, que es distinta a la lógica del mundo
y que nos pide “amarnos los unos a los otros…” (Jn 13, 34), en el
reconocimiento de que somos hermanos, hijos del mismo Padre.
2. La misión trata de ser
un testimonio vivo del Evangelio
La
tarea misionera de la Iglesia consiste en la instauración del reinado de Dios
en el mundo. Soberanía de Dios que acontece en las realidades históricas y
terrenales, cuando hacemos la voluntad de Dios-Padre vivida y enseñada por el
Hijo que consiste en que nos amemos los unos a los otros (Jn 13 ,34).
Dicho
al revés, cuando no nos amamos, no hacemos la voluntad de Dios sino la nuestra
y no reina Dios sino nuestros caprichos e intereses, casi siempre mezquinos, el
caos, la violencia y mil formas de destrucción y muerte.
Se
trata de ser un testimonio y siembra del evangelio, de la Palabra de Dios, que
es Cristo mismo, verbo del Padre, de su Buena Noticia, que se constituye en una
lógica, la de Dios, lógica de la cruz como la llamó Pablo (1 Cor 1, 18) y que –
contraria a la del mundo – engendra para los cristianos de todos los tiempos
persecución y cruz y, con ello, el sello testimonial y martirial que autentica
la vida del verdadero discípulo de Cristo: “El que quiera seguirme que tome su
cruz…” (Mt 16, 24). Porque los discípulos – dicho en Juan – “estamos en el
mundo pero no somos del mundo” (Jn 15, 19).
3. La misión no es solo
para personas de territorios lejanos, sino diaria y cotidiana
Desde
el Vaticano II y, en los últimos años, especialmente bajo el Pontificado de
Francisco, vamos superando un concepto meramente geográfico de misión y
migrando hacia un concepto teológico-misional.
Porque
vamos entendiendo que la misión no ocurre sólo entre personas, comunidades o
territorios lejanos, agrestes, tradicionalmente ajenos al evangelio u olvidados
por la Iglesia en su tarea evangelizadora. Ni que trata tampoco la misión de
una tarea conquistadora, colonialista, imperialista, avasalladora y arrasadora
de culturas aborígenes.
Muy
por el contrario, la tarea misionera debe ser conscientemente ejercida a
diario, por cada discípulo, en la cotidianidad de la existencia, del diario
vivir y del diario peregrinar con nuestra fe, en medio de los ambientes,
también cotidianos, en los que vivimos, celebramos y testimoniamos nuestro
discipulado en Cristo.
4. Todos somos misioneros
y necesitamos de la misión
La
Iglesia de Cristo y cada cristiano en particular se reconoce hoy, además, de
evangelizadora y misionera, necesitada, al mismo tiempo, de ser evangelizada y
misionada al interior de sí misma. Es decir, en permanente estado de conversión
ad intra de la comunidad de discípulos. Conversión que consiste en la
renovación y adecuación de nuestras mentes (Cfr. Ef 4, 23) y vidas a la mente,
vida, principios, valores y caminos del evangelio de Jesucristo, para que –
parafraseando a la Sagrada Escritura – “nuestros caminos y pensamientos sean
los caminos y pensamientos de Dios” (Is 55, 8ss) y no merezcamos escuchar el regaño
de Jesús a Pedro: “Apártate de mí, Satanás, porque tú piensas como los hombres,
no como Dios” (Mt 16, 23).
·
Pastoral Profética: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles…daban
testimonio con gran poder de la resurrección del Señor… realizaban muchos
prodigios y señales”
·
Pastoral Litúrgica: “Acudían asiduamente a la comunión, a la fracción del pan y
a las oraciones. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un
mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría
y sencillez de corazón. Alaban a Dios…”
·
Pastoral Social: “Tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Nadie llamaba
suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. No había entre
ellos ningún necesitado…”
Tres
dimensiones pastorales que en cada iglesia particular y parroquial, en cada
comunidad cristiana, han de darse y realizarse en una relación intrínseca e
indisoluble de tal manera que cada una de estas dimensiones de la
evangelización se enriquecen, se requieren y se complementan entre sí y,
además, estas tres dimensiones constituyen la identidad, catolicidad y
especificidad de la Iglesia de Cristo en el Mundo.
5. Signo de autenticidad y
compromiso con la vida cristiana
La
tarea misionera ha sido y tiene que ser siempre el signo de la autenticidad de
la vida cristiana. Del mismo modo que la ausencia de conciencia y tarea
misionera de los cristianos en Iglesia y para el mundo es la prueba más fehaciente
de una Iglesia que va perdiendo autenticidad, esencia, autenticidad, razón de
ser, verdad y sentido en el mundo.
La
tarea misionera es la tarea de la Iglesia, de toda la Iglesia, y nuestro
compromiso bautismal y misionero nos urge a todos a la reflexión, a la oración,
pero especialmente a la acción testimonial cotidiana de nuestro seguimiento de
Jesucristo.
Cada
uno de los cristianos ha de compartir su “tesoro escondido, la perla de gran
valor (Mt 13, 44ss) para la búsqueda de felicidad que experimenta todo hombre y
mujer que viene a este mundo, para la salvación o vida plena y eterna que los
cristianos hemos de encontrar y vivir en el acontecimiento cristiano.
La
transformación y renovación del rostro de la Iglesia en el Mundo, entonces, no
consiste en inventar nada nuevo sino en volver a las fuentes del cristianismo,
al cumplimiento del mandato de Jesús y al testimonio en Pentecostés de las
primeras comunidades cristianas: “Ir por el mundo entero predicando el
Evangelio” (Mc 16, 15ss).
Miriam Díez Bosch
Fuente:
Aleteia