Muchos
dicen que la Iglesia la inventaron los apóstoles, especialmente san Pablo. ¿Es
cierto?
Esa
intención de Jesús es que en la última cena les confió el poder de celebrar la
Eucaristía que instituyó en aquel momento (véase la pregunta ¿Qué sucedió en la
última cena?).
De este modo, trasmitió a toda la Iglesia, en la persona de
aquellos Doce que hacen cabeza en ella, la responsabilidad de ser signo e
instrumento de la reunión comenzada por Él y que debía darse en los últimos
tiempos.
En
efecto, su entrega en la cruz, anticipada sacramentalmente en esa cena, y
actualizada cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, crea una comunidad
unida en la comunión con Él mismo, llamada a ser signo e instrumento de la
tarea por Él iniciada. La Iglesia nace, pues, de la donación total de Cristo
por nuestra salvación, anticipada en la institución de la Eucaristía y
consumada en la cruz.
También
los doce apóstoles son el signo más evidente de la voluntad de Jesús sobre la
existencia y la misión de su Iglesia, la garantía de que entre Cristo y la
Iglesia no hay contraposición: son inseparables, a pesar de los pecados de los
hombres que componen la Iglesia.
Los
apóstoles eran conscientes, porque así lo habían recibido de Jesús, de que su
misión habría de perpetuarse. Por eso se preocuparon de encontrar
sucesores con el fin de que la misión que les había sido confiada continuase
tras su muerte, como lo testimonia el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Dejaron
una comunidad estructurada a través del ministerio apostólico, bajo la guía de
los pastores legítimos, que la edifican y la sostienen en la comunión con
Cristo y el Espíritu Santo en la que todos los hombres están llamados a
experimentar la salvación ofrecida por el Padre.
En
las cartas de San Pablo se concibe, por tanto, a los miembros de la Iglesia
como “conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados
sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, siendo piedra angular el
mismo Cristo Jesús” (Ef 2,19-20).
No
es posible encontrar a Jesús si se prescinde de la realidad que Él creó y en la
que se comunica. Entre Jesús y su Iglesia hay una continuidad profunda,
inseparable y misteriosa, en virtud de la cual Cristo se hace presente hoy en
su pueblo.
Fuente: Artículo
originalmente publicado por Primeros Cristianos