La
religión... ¿Lleva a la ignorancia? ¿Causa el fanatismo? Para discernir ciertos
discursos modernos contra la religión
El «progresismo
talibán» -existe otro progresismo también descarriado pero simpático e inocuo-
no pierde ocasión de emprender su particular cruzada contra la religión. La
barbarie del islamismo radical es imputada en el debe de la cuenta general de
la religión. Olvidando que el terrorismo que disfraza su infamia bajo el ropaje
de la defensa de algún valor, como la nación, la liberación, la justicia o la
religión, hace sólo a esta última responsable del terror. Según tan sutiles
razonadores, toda religión encierra en sí misma el germen del fanatismo. Si
acaso, limitan su condena a las religiones monoteístas. Y rememoran todas las
guerras de religión que en el mundo han sido, omitiendo el pequeño detalle de
que ninguna hubiera existido sin la acción de los poderes civiles de los
Estados.
Repudiar la
religiosidad porque existe el fanatismo religioso es tan sutil y convincente
como repudiar el matrimonio porque existen los malos tratos y los parricidios. Así, la patología se convierte en la consecuencia natural del fenómeno
sano. Para que la falacia resulte completa, conviene además cubrir con un
poderoso manto de silencio todo lo que las religiones, y, muy especialmente, el
cristianismo, han hecho para construir y defender el edificio de la dignidad
del hombre.
La Modernidad, entre un puñado de conquistas indiscutibles, ha conducido a muchos hombres a abrazar el absurdo prejuicio de que la religión es hija de la ignorancia y madre de la barbarie.
Recordemos algunos hitos en esta senda extraviada:
La Modernidad, entre un puñado de conquistas indiscutibles, ha conducido a muchos hombres a abrazar el absurdo prejuicio de que la religión es hija de la ignorancia y madre de la barbarie.
Recordemos algunos hitos en esta senda extraviada:
· «La ciencia destruye la religión»,
confundiendo a la religiosidad con su enemiga, la superstición, e ignorando los
límites de la ciencia.
· «La religión es el opio del pueblo»,
identificando un efecto, la producción de esperanza o consuelo, con toda la
causa. Es como si redujéramos la esencia de la amistad al logro de ayuda en la
adversidad.
· «La religión es una ilusión», tomando una
explicación psicológica válida en algunos casos, no en todos, por una
explicación general del fenómeno.
· «La religión reduce al hombre a la minoría
de edad», escamoteando el hecho de que muchos de los más grandes hombres han
sido profundamente religiosos.
· A todos estos elementales errores, se
añade, en ocasiones, un mecanismo mental que conduce a algunos hombres a
aborrecer la religión: el resentimiento contra todo lo noble y excelente por
parte de quienes son incapaces de elevarse sobre el nivel del suelo.
Todo esto, y
algunas cosas más, explica la radical incapacidad de muchos intelectuales de
nuestro tiempo para comprender la religión, y la anómala situación que ésta
padece en las sociedades occidentales. A esto se añade la conspiración de
silencio sobre todo lo valioso que entraña y realiza. Muchos medios de
comunicación incurren, en este sentido, en grave irresponsabilidad, al contribuir
a la deformación de la opinión pública. Si un Obispado aparece en el caso
Gescartera, poco importa que en calidad de fraudulento aprovechado o de víctima
inocente, el hecho tiene asegurada la portada y el análisis exhaustivo. Pero a
casi nadie le interesa la acción social de la Iglesia, o la celebración de un
Congreso sobre la familia, o la condena de la creciente degradación moral
realizada por el presidente de la Conferencia Episcopal española. Eso no es
noticia.
Resaltar los
errores, propios, por otra parte, de la condición humana, y minimizar los
aciertos, también, sin duda, propios de la condición humana, es una manera de
tergiversar la verdad e incumplir el imperativo de veracidad que debe presidir
la actividad periodística. El error puede ser disculpable; la mentira,
no.
Por: Ignacio Sánchez Cámara