Lo siete días han estado sellados por una verdad: los que deciden amar como Jesús se hacen parientes, se parecen
En
junio hemos recibido a grupos de jóvenes, adolescentes y niños. Los primeros
venían a un campo de trabajo: han ayudado a la comunidad a mejorar su hábitat y
la comunidad los ha ayudado a reflexionar sobre su propia vida desde la fe.
Los
adolescentes han venido a un campamento, y en él han tenido de todo: la fe ha
ido iluminando los juegos, las actividades, los encuentros… Los terceros, los
niños, han venido a vivir en medio de la naturaleza la alegría de ser
cristianos.
Todos
estos grupos los llamamos Civitas Dei (Ciudad de Dios), la ciudad que
está construida con el amor de Dios como centro, un amor que no pasa, que lo
llena todo de vida y que nos transforma y nos hace otro Jesús en la tierra. El
tema es el Amor que une lo que no puede unir otra cosa en este mundo. Y así ha
sucedido.
Los
jóvenes del campo de trabajo más o menos se conocían y procedían todos de un
tipo de vida concreto: eran estudiantes, chicos formados, pertenecientes a
grupos parroquiales o movimientos…; los segundos eran de muy diversas
procedencias y los más pequeños, pocos y muy acompañados por las religiosas,
tenían historias familiares muy diferentes. De estos os quiero hablar.
Los
niños, de hasta 11 años, traían en sus mochilas de campamento padres separados,
abandonos, acogidas en casas o familias tutelares… venían junto a niños de
padres unidos, creyentes, cuidados y educados en el amor de un padre y una
madre.
Al
final se despedían con inmenso cariño, con deseos de volverse a ver, con el
lazo de una amistad, con la gracia de haberse sentido iguales, haciendo las
mismas cosas, teniendo las mismas oportunidades. Lo siete días han estado
sellados por una verdad: los que deciden amar como Jesús se hacen parientes, se
parecen. El amor provoca esta metamorfosis en la que el fruto es la comunión,
la cercanía, la amistad.
Los
niños no tienen prejuicios, se dejan llevar por donde el Amor les lleva y
aprenden con naturalidad. Será necesario empezar ahí, en ese punto de la vida
en el que es posible llegar a tiempo y sembrar la semilla más fecunda.
Madre
Prado González Heras
Priora del monasterio de la Conversión. Hermanas Agustinas
Priora del monasterio de la Conversión. Hermanas Agustinas
Fuente:
Alfa y Omega