CÓMO INTRODUCIR A LOS NIÑOS EN EL CONOCIMIENTO DE LA SAGRADA ESCRITURA

La tarea puede parecer abrumadora, pero estos consejos no podrían ser más fáciles

Muchos de nosotros que, por lo demás hemos recibido una formación sólida como católicos, tenemos un sentimiento hacia la Sagrada Escritura parecido al de san Agustín hacia el Señor mismo: “Tarde te he amado”.

Es decir, hemos logrado reconocer, más tarde o más temprano en nuestras vidas, el asombroso regalo que tenemos en las Escrituras, la mismísima Palabra de Dios dedicada a la humanidad y a todos nosotros personalmente. Naturalmente, queremos compartir este recién descubierto amor con nuestros hijos. Queremos que aprendan a escuchar las palabras de las Escrituras y entender que Dios les ama y que les habla de verdad.

Y, naturalmente, nuestros hijos están interesados en Minecraft. O en Lego Ninjago. O en la Nintendo Switch. O prácticamente cualquier cosa que no sea la Sagrada Escritura.

Pero no hay que desesperar. Somos padres. Los padres pueden ganar. Si el matrimonio está orientado a la procreación y si la procreación en humanos no significa solamente hacer bebés, sino también educar a esos bebés, entonces las parejas que han recibido el sacramento del matrimonio pueden contar con la ayuda de Dios en esta tarea.

Por eso, aquí tienen tres maneras sencillas de empezar a ganar, tres formas de empezar a introducir las Escrituras en las vidas de vuestros hijos.

Decora con las Escrituras

Mis disculpas, pero tenía que presentar la idea de una forma rara para llamar la atención; no estoy recomendando un proyecto DIY para forrar las sillas del salón con biblias viejas. Más bien sugiero que asumamos una perspectiva activa en el aspecto decorativo de nuestro hogar: ya que se supone que la familia ha de ser la “Iglesia doméstica”, es apropiado que el arte de nuestros hogares sea abiertamente religioso y basado en las Escrituras.

De hecho, este tipo de obras de arte —digamos, una imagen del milagro de Cristo en las bodas de Caná de Galilea— ya no son algo meramente “decorativo”. Mientras que el arte aporta belleza al hogar, también es provechoso para la comprensión: ayuda a los niños a visualizar una escena de las Escrituras, atrayendo su atención hacia alguno de sus aspectos más significativos.

De forma similar, también me han impresionado hogares en los que había un versículo de la Sagrada Escritura elegantemente pintado en una pared. La práctica sugiere a los niños que no se trata de unas simples palabras salidas de un libro viejo, sino que son palabras mayores con un mensaje que no puede obviarse; es decir, extraen la conclusión de que son importantes.

Las palabras se convierten incluso en algo muy poderoso en la vida de los niños cuando se escriben expresamente por los padres para ofrecer una perla de sabiduría en momentos clave de la vida: “Hijo, ¿qué tenemos escrito en la pared de casa? Exacto: El amor es paciente. Queremos lo suficiente al abuelo como para ser paciente con él, ¿no?”.

Entretén con las Escrituras

Los niños se desesperan por tener dos cosas: entretenimiento y atención. Los niños anhelan esas dos cosas tanto que incluso se portan mal para obtenerlas. Su lema instintivo parece decirles que “cualquier atención es buena”. Pero, ¿por qué no sacarle un buen provecho a esa característica de los niños?

Podemos canalizar esos deseos de una forma saludable leyéndoles algunos fragmentos de las Escrituras en voz alta, en familia, todos los días. Sinceramente, a los niños les gusta tanto acurrucarse y leer que a veces creo que podría leerles el manual de instrucciones del termostato y que seguirían disfrutándolo. Seguramente Dios los programó así (a los niños, no los termostatos) precisamente para que a los padres nos resultara más fácil enseñarles las verdades importantes mientras todavía son jóvenes.

Hay otra variante que también funciona: léele la Biblia en voz alta a tu cónyuge. Ignora a los niños. “¡¿Es que Mamá y Papa no pueden dedicarse un poco de atención exclusiva?! ¿No podemos?”. Los niños se sentirán atraídos como las polillas a la luz.

Por último, si están en una reunión de varias familias con niños, plantéense leer un breve fragmento de las Escrituras de la liturgia de ese día. Una vez estaba presente cuando lo hacían en un brunch y los niños se quedaron embobados. Y lo que es más importante, los padres se animaron a repetirlo en sus propios hogares: “¿Ves?, Mamá y Papá no son unos rarunos locos. ¡Hay más gente que lee la Biblia en voz alta!”.

Canta con las Escrituras

¿Sabías que a los niños les gusta cantar? Claro que sí. Escoge una canción o un himno basado en palabras de las Escrituras (en efecto, prácticamente cualquier himno). Empezad a cantarlo en familia. Quizás pueda ser parte de vuestra oración familiar diaria o la manera de vuestra familia de hacer una ofrenda matinal. Tal vez pueda sustituir a la bendición habitual antes de comer o cantad después de la comida, como hizo Cristo con los apóstoles en la Última Cena (ver Marcos 14, 26).
Sea lo que sea, trabajen con ese himno hasta que sus hijos se lo sepan muy bien, de forma que tengan seguridad para cantarlos solos cuando sus padres no estén; si lo han logrado, habrán contribuido a que una pequeña porción de la Biblia tenga cobijo en el corazón de vuestro hijo.

Y no paren aquí. Sean ambiciosos y construyan sobre esta base; cuando la familia haya dominado un himno, escojan otro y amplíen el repertorio familiar. Hay incluso una opción avanzada para frikis de la música: en familia, busquen el fragmento de la Sagrada Escritura de donde viene el himno (en realidad, para perfeccionistas de la música como vosotros, el motete) y hagan un pequeño análisis: ¿qué aspecto del texto sagrado enfatiza la canción?

Por ejemplo, fíjense cómo el motete de Thomas Tallis If ye love me vuelve una y otra vez sobre el título que Cristo dio al Espíritu Santo en Juan 14, 17: “el Espíritu de la Verdad” [“the Spirit of Truth” en el motete]. Es una frase muy pequeña que puede pasar fácilmente desapercibida, pero Tallis la pone en primer plano para que nos admiremos con ella tanto como él.

Me percato de que he propuesto solo tres prácticas, una lista tristemente incompleta. Dejaré que ustedes, con su inventiva, añadan más prácticas en los comentarios. Ya que soy filósofo, concluiré con un principio: el bien es difusivo de sí mismo. Es una forma sofisticada de decir que identificar prácticas particulares, aunque es importante, no es el objetivo principal.

Lo principal es que nosotros, como padres, entretejamos las Escrituras profundamente en nuestras vidas. Si lo hacemos, el tesoro de la Sagrada Escritura manará en nuestras familias de formas astutas y creativas más allá de lo que imaginamos en un principio.

ALEXANDER SCHIMPF


Fuente: Aleteia