Es importante que en el
periodo de descanso y de desapego de las ocupaciones cotidianas, se puedan
fortificar las fuerzas del cuerpo y del espíritu, profundizando en el camino
espiritual
El Santo
Padre Francisco antes de rezar la oración mariana del Ángelus con los
fieles y peregrinos procedentes de numerosos países que se dieron cita a
mediodía en la Plaza de San Pedro, explicó lo que relata la página evangélica
del día.
Texto
de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este
domingo, la liturgia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. La
hodierna página evangélica, lo hemos escuchado, narra que los apóstoles Pedro,
Santiago y Juan fueron testigos de este evento extraordinario. Jesús los tomó
consigo «y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1) y, mientras oraba, su
rostro cambió de aspecto, brillando como el sol, y sus vestiduras se volvieron
cándidas como la luz. Se les aparecieron entonces Moisés y Elías, y se pusieron
a dialogar con Él. A este punto, Pedro dice a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos
aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías» (v. 4). No había aún terminado de hablar, cuando una
nube luminosa los cubrió.
El
evento de la Transfiguración del Señor nos ofrece un mensaje de esperanza – así
seremos nosotros, con Él – nos invita a encontrar a Jesús, para estar al
servicio de los hermanos.
La
subida de los discípulos hacia el monte Tabor nos lleva a reflexionar sobre la
importancia de desprendernos de las cosas mundanas, para efectuar un camino
hacia lo alto y contemplar a Jesús. Se trata de disponernos a la escucha atenta
y orante del Cristo, el Hijo amado del Padre, buscando momentos íntimos de
oración que permitan la acogida dócil y gozosa de la Palabra de Dios.
En
esta elevación espiritual, en este desprendimiento de las cosas mundanas, estamos
llamados a redescubrir el silencio pacificante y regenerante de la meditación
del Evangelio, de la lectura de la Biblia, que conduce hacia una meta rica de
belleza, de esplendor y de alegría. Y cuando nosotros nos ponemos así, con la
Biblia en la mano, en silencio, comenzamos a sentir esta belleza interior, esta
alegría que nos da la Palabra de Dios en nosotros.
En
esta perspectiva, el tiempo veraniego es un momento providencial para
acrecentar nuestro empeño de búsqueda y de encuentro con el Señor. En este
periodo, los estudiantes están libres de las obligaciones escolares y muchas
familias realizan sus vacaciones; es importante que en el periodo de descanso y
de desapego de las ocupaciones cotidianas, se puedan fortificar las fuerzas del
cuerpo y del espíritu, profundizando en el camino espiritual.
Al
finalizar la experiencia maravillosa de la Transfiguración, los discípulos
bajaron de la montaña (Cfr. v. 9) con los ojos y el corazón transfigurados por
el encuentro con el Señor. Es el recorrido que podemos realizar también
nosotros. El redescubrimiento siempre más vivo de Jesús no es un fin en sí
mismo, sino nos induce a “bajar de la montaña”, recargados por la fuerza del
Espíritu divino, para decidir nuevos pasos de auténtica conversión y para testimoniar
constantemente la caridad, como ley de vida cotidiana. Transformados por la
presencia de Cristo y por el ardor de su palabra, seremos signo concreto del
amor vivificante de Dios para todos nuestros hermanos, especialmente para
quienes sufren, para cuantos se encuentran en la soledad y en el abandono, para
los enfermos y para la multitud de hombres y de mujeres que, en diversas
partes del mundo, son humillados por la injusticia, la prepotencia y la
violencia.
En
la Transfiguración se oye la voz del Padre celestial que dice: «Este es mi Hijo
amado. Escúchenlo» (v.5). Miramos a María, la Virgen de la escucha, siempre
dispuesta a acoger y custodiar en su corazón cada palabra del Hijo divino (Cfr.
Lc 1,52). Quiera nuestra Madre y Madre de Dios ayudarnos a entrar en sintonía
con la Palabra de Dios, para que Cristo se convierta en luz y guía de toda
nuestra vida. A Ella le encomendamos las vacaciones de todos, para que sean
serenas y proficuas, pero sobre todo por el verano de cuantos no pueden ir de
vacaciones porque están impedidos por la edad, por motivos de salud o de
trabajo, por restricciones económicas o por otros problemas, para que sea de
todos modos un tiempo de distención, animado por la presencia de amigos y de
momentos dichosos.
Después de rezar a la Madre de Dios, el Papa Francisco saludó afectuosamente a los
queridos hermanos y hermanas presentes en la Plaza de San Pedro desafiando el gran calor del
verano romano.
“Hoy – dijo el Santo Padre –
están presentes diversos grupos de chicos y jóvenes. ¡Los saludo con gran
afecto!”.
Y de modo especial al grupo de la pastoral juvenil de
Verona; a los jóvenes de Adria, Campodarsego y Offanengo. A todos –
les dijo – les deseo un feliz domingo. Y concluyó – como suele hacer –
pidiendo que por favor, no se olviden de rezar por él. A la vez que deseó a
todos buen almuerzo y se despidió con un “¡hasta la vista”!.
Traducción
del italiano, Renato Martínez
Radio
Vaticano