En 1993, el cardenal Suquía, aprobó la Fraternidad Misionera Verbum Dei, formada por misioneros, misioneras y matrimonios misioneros. San Juan Pablo II dio su aprobación en el 2000
Ha
muerto como vivió, con sencillez. El fundador de Verbum Dei nació en Alquería
Blanca (Mallorca, 1926) y fue uno de los 820 jóvenes que recibieron la
ordenación sacerdotal en el Congreso Eucarístico de Barcelona (1952).
Sus
padres le educaron en la fe más sencilla y profunda. «¿A quién debes querer
más?», le decían. Él pensaba que debía elegir entre papá y mamá, pero sus
padres, señalando hacia el cielo, decían: «A Dios, Jaime, a Dios».
En
el seminario sus inquietudes se transformaron en demanda: «Señor, si de verdad
existes, hazme feliz». Solo, en la capilla, vio que aquel Cristo roto cobraba
vida y le preguntó: «¿Qué te ha pasado?». «Has pasado tú». ¿Cómo curar el
Cuerpo herido de Cristo? «Lleva mi vida a quien no me conoce».
Unos
entienden que deben abrir escuelas u orfanatos, hospitales o leproserías; él
intuyó que el mejor bien que se le puede hacer a la humanidad es predicarle el
Evangelio, regalarle un encuentro personal con Jesucristo.
Los
médicos le dijeron que sería muy difícil que volviera a hablar; convaleciente,
releyó el salmo 2 y vio aquel «Tú eres mi Hijo». Ríos de lágrimas (de consuelo)
corrieron por sus mejillas. Siendo párroco en Mancor del Valle, cientos de
jóvenes hicieron convivencias donde se ilusionaron por seguir al Señor.
Así,
un pequeño grupo de chicas se consagró por entero a esa misión, con el permiso
de monseñor Enciso Viana. Poco después (en 1966) dieron el salto a Roma y Perú
y, de ahí, al resto del mundo.
En
1993, el cardenal Suquía, aprobó la Fraternidad Misionera Verbum Dei, formada
por misioneros, misioneras y matrimonios misioneros. San Juan Pablo II dio su
aprobación en el 2000.
Esta
fraternidad dio origen a la Familia Misionera, que integra a otros laicos que
comparten este carisma. En su predicación siempre aparecían el amor a la
Trinidad y a su «Mamá querida», la observancia estricta de los consejos
evangélicos y aquel «Id y haced discípulos» que Cristo encomendó a los
apóstoles, cuyo lema sería: «Nosotros nos dedicaremos a la oración y al
ministerio de la Palabra».
Invitaba
Jaime a ser como el dedo del Bautista: «No soy yo, ese es el Cordero de Dios.
Seguidle a Él». Por último, dos de sus pensamientos más recurrentes: «Ser como
puentes que lleven todo un pueblo hacia Dios» y «De tu sí depende la felicidad
temporal y eterna de generaciones». Su obra le sobrevivirá.
Antonio
Alonso Marcos
Profesor de la Universidad CEU San Pablo
Profesor de la Universidad CEU San Pablo
Fuente:
Alfa y Omega