El Santo
Padre dijo que “mirar siempre y sólo el mal que está fuera de nosotros,
significa que no queremos reconocer el pecado que también está en nosotros"
“Que
la Virgen María nos ayude a comprender en la realidad que nos rodea no sólo la
suciedad del mal, sino también el bien y lo bello, para desenmascarar la obra
de Satanás y, sobre todo, para confiar en la acción de Dios que fecunda la
historia”.
Fue
el deseo que expresó el Papa Francisco antes de rezar el Ángelus del
XVI domingo del tiempo ordinario con miles de fieles y peregrinos que se dieron
cita en la Plaza de San Pedro para escuchar su comentario al Evangelio, rezar
por sus intenciones de Pastor de la Iglesia Universal y recibir su bendición
apostólica.
Texto de las palabras del
Papa Francisco en el Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
hodierna página evangélica propone tres parábolas con las cuales Jesús habla a
la multitud del Reino de Dios. Me detengo en la primera: aquella de la buena
semilla y de la cizaña, que ilustra el problema del mal en el mundo y pone en
evidencia la paciencia de Dios (Cfr. Mt 13, 24-30.36-43). ¡Cuánta paciencia
tiene Dios! También cada uno de nosotros puede decir esto: “¡Cuanta paciencia
tiene Dios conmigo!”. La narración se desarrolla en un campo con dos
protagonistas opuestos. De una parte el dueño del campo que representa a Dios y
siembra la buena semilla; de otra parte el enemigo que representa a Satanás y
siembra la mala hierba.
Con
el pasar del tiempo, en medio del trigo crece también la cizaña, y ante este
hecho el dueño y sus siervos tienen actitudes diversas. Los siervos quisieran
intervenir arrancando la cizaña; pero el dueño, que está preocupado sobre todo
por la salvación del trigo, se opone diciendo: «No, porque al arrancar la
cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo» (v. 29). Con esta
imagen, Jesús nos dice que en este mundo el bien y el mal están tan
entrelazados, que es imposible separarlos y extirpar del todo el mal. Sólo Dios
puede hacer esto, y lo hará en el juicio final. Con sus ambigüedades y su
carácter complejo, la situación presente es el campo de la libertad, el campo
de la libertad de los cristianos, en el cual se realiza el difícil ejercicio
del discernimiento entre el bien y el mal.
En
este campo, se trata pues de unir, con gran confianza en Dios en su providencia,
dos actitudes aparentemente contradictorias: la decisión y la paciencia. La
decisión es aquella de querer ser la semilla buena, todos lo queremos, con
todas sus fuerzas, y entonces tomar distancia del maligno y de sus seducciones.
La paciencia significa preferir una Iglesia que es levadura en la masa, que no
teme ensuciarse las manos lavando la ropa de sus hijos, más bien que una
Iglesia de “puros”, que pretende juzgar antes del tiempo quién está en el Reino
de Dios y quién no.
El
Señor, que es la Sabiduría encarnada, hoy nos ayuda a comprender que el bien y
el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos
humanos: “Estos son buenos, estos son malos”. Él nos dice que la línea de
confín entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona, pasa por el
corazón de cada uno de nosotros, es decir, somos todos pecadores. Me dan ganas
de preguntarles: “Quién no es pecador levante la mano”. ¡Ninguno! Porque todos
los somos, somos todos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su
resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos da la gracia de
caminar en una vida nueva; pero con el Bautismo nos ha dado también la
Confesión, porque tenemos siempre la necesidad de ser perdonados de nuestros
pecados. Mirar siempre y solamente el mal que esta fuera de nosotros, significa
no querer reconocer el pecado que también está en nosotros.
Y
entonces Jesús nos enseña un modo diverso de mirar el campo del mundo, de
observar la realidad. Estamos llamados a aprender los tiempos de Dios – que no
son nuestros tiempos – y también la “mirada” de Dios: gracias al influjo
benéfico de una impaciente espera, lo que era cizaña o parecía cizaña, puede
convertirse en un producto bueno. Es la realidad de la conversión. ¡Es la perspectiva
de la esperanza!
Nos
ayude la Virgen María a tomar de la realidad que nos circunda no solamente la
suciedad y el mal, sino también el bien y lo bello; a desenmascarar las obras
de Satanás, pero sobre todo a confiar en la acción de Dios que fecunda la historia.
Traducción
del italiano, Renato Martínez
Radio
Vaticano