Jesús realiza, por así
decirlo, una “radiografía espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno
sobre el que cae la semilla de la Palabra
El
Domingo 16 de julio, solemnidad de Nuestra Señora del Carmen, el Papa Francisco se dio cita
con miles de peregrinos que acudieron a la Plaza de San Pedro para rezar juntos
la oración mariana del Ángelus.
Texto
de las palabras del Santo Padre antes de rezar la oración mariana del Ángelus:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Jesús
cuando hablaba usaba un lenguaje sencillo, e utilizaba también imágenes que
eran ejemplos de la vida cotidiana, de modo de poder ser comprendido fácilmente
por todos. Por eso lo escuchaban con gusto y apreciaban su mensaje, que llegaba
derecho a los corazones. Y no era aquel lenguaje difícil de entender, el
que usaban los doctores de la ley de ese tiempo, que no se entendía bien, lleno
de rigidez, y que alejaba a la gente. Y con este lenguaje Jesús hacía
comprender el misterio del Reino de Dios. No era una teología complicada. Y un
ejemplo es lo que hoy nos presenta el Evangelio: la parábola del sembrador (cf.
Mt 13.1 a 23).
El
sembrador es Jesús. Notamos que, con esta imagen, Él se presenta como uno que
no se impone sino que se propone; no nos atrae conquistándonos, sino donándose.
Arroja la semilla. Él propaga con paciencia y generosidad su Palabra, que no es
una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar frutos. ¿Cómo puede dar
frutos? Si nosotros la recibimos.
Por
eso la parábola tiene que ver sobre todo con nosotros: habla, de hecho, del
terreno más que del sembrador. Jesús realiza, por así decirlo, una “radiografía
espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno sobre el que cae la semilla
de la Palabra. Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno, y así la
Palabra da fruto, y mucho; pero también puede ser duro, impermeable. Esto
sucede cuando oímos la Palabra, pero ella nos rebota encima, al igual que sobre
una carretera: no entra.
Entre
el terreno bueno y la carretera, que es el asfalto - si nosotros arrojamos
semillas en los "sanpietrini" no germina nada. Entre el terreno bueno
y la carretera, hay, sin embargo, dos terrenos intermedios, que en diferentes
tamaños, podemos tener en nosotros. El primero es aquel pedregoso. Tratemos de
imaginarlo: un terreno pedregoso es un terreno «con poca tierra» (cf. v. 5),
por lo que la semilla germina pero no logra echar raíces profundas. Así es el
corazón superficial, que recibe al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio,
pero que no persevera, se cansa y nunca “despega”. Es un corazón sin espesor,
donde las rocas de la pereza prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es
inconstante y pasajero. Pero quien recibe al Señor sólo cuando tiene ganas, no
da fruto.
Luego
está el último terreno, aquel espinoso, lleno de zarzas que sofocan las plantas
buenas. ¿Qué representan estos espinos? «Las preocupaciones mundanas y la
seducción de las riquezas» (v. 22), dice Jesús: así, explícitamente. Los
espinos son los vicios que pelean contra Dios, que asfixian Su presencia: ante
todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir con avidez para sí mismos, para
el "tener" y el "poder". Si cultivamos estos espinos,
ahogamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer sus
pequeños o grandes espinos, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos
más o menos arraigados que no le gustan a Dios y que nos impiden tener un
corazón limpio. Es necesario arrancarlos, de lo contrario la Palabra no da
fruto, la semilla no irá adelante.
Queridos
hermanos y hermanas, Jesús nos invita hoy a mirar dentro nuestro: a agradecer
por nuestro terreno bueno, y a trabajar en los terrenos todavía no buenos.
Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para acoger con fe la semilla de
la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras rocas de la pereza son todavía
muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por nombre los espinos de los
vicios. Encontremos el valor de hacer un buen saneamiento del terreno, un buen
saneamiento de nuestro corazón, llevándole al Señor en la Confesión y en la
oración nuestras rocas y espinos. Haciéndolo así, Jesús, el Buen Sembrador,
será feliz de realizar un trabajo adicional: purificar nuestro corazón,
quitando las rocas y los espinos que ahogan su Palabra.
Que
la Madre de Dios, a quien recordamos hoy bajo el título de Bienaventurada
Virgen del Monte Carmelo, insuperable en la acogida de la Palabra de Dios y en
su puesta en práctica (cf. Lc 8,21), nos ayude a purificar el corazón y a
custodiar en él la presencia del Señor. Ángelus Domini nuntiavit Mariae...
Tras
la oración del Ángelus, como es habitual, el pontífice dirigió sus saludos a
todos los fieles de Roma y a los peregrinos llegados de diversas partes del
mundo
Saludo
de corazón a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos de diversas partes del
mundo: a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones",
expresó. "En particular saludo a las Hermanas Hijas de la Virgen de
los Dolores, a 50 años de la aprobación pontificia del Instituto; a las
Hermanas Franciscanas de San José a 150 años de su fundación; a los dirigentes
y a los huéspedes de la Domus Croata de Roma, en el 30º aniversario de su
institución".
Un
saludo especial dirigió a las hermanas y frailes carmelitas, en el día de su
fiesta: "les deseo que puedan continuar con decisión en el camino de la
contemplación", les dijo.
Un
saludo especial dirigió también a la comunidad católica venezolana en
Italia, presente en la plaza de san Pedro, y renovó su oración por este amado
país.
Tras
desear a todos un buen domingo reiteró como siempre, su pedido de oración por
él. "¡Buen almuerzo y hasta la vista!", concluyó.
Traducción
del italiano: Griselda Mutual
Radio
Vaticana