Sin brotes adolescentes innecesarios pero con
pasión, sin dejar este mundo pero viviendo en el cielo...
Quiero ser libre para decirle a Dios, a los hombres, lo que deseo,
lo que sueño, lo que soy. Es como si
hoy Jesús me preguntara: “¿Qué quieres que
haga por ti?”. Y yo miro en mi corazón para responderle. Quiero ser reflejo
suyo entre los hombres. Quiero ser amado por Él, cada día, siempre.
Y yo miro en mi corazón
queriendo ser honesto, sincero conmigo mismo. Lo que deseo, lo que espero de la
vida. Lo que sueño y veo a través de las ventanas del alma.
“La
vida es demasiado corta y es para vivirla, disfrutar cada pequeño instante,
hacer el bien, compartir lo que tenemos, amar. Por eso, me he propuesto, a
pesar de mis muchas imperfecciones: – Hacer todo el bien que pueda, a todo el
que pueda. Darle sentido a mi vida”.
Quiero más de lo que poseo.
Anhelo más aún de lo que sueño. Quiero ser auténtico y no renunciar a la
originalidad de mi alma. Quiero hacer el bien a
muchos. Pero a veces me turbo y pretendo hacer sólo lo políticamente correcto. Decir lo que
corresponde en cada momento. Temo salirme de mi esquema. Por miedo
a ser rechazado, por miedo a hacerlo mal, por miedo a no encajar en cualquier
sitio. La vida es muy corta y
quiero vivirla con un sentido. Siendo fiel a mí mismo.
He aprendido con María, en el
Santuario, en su corazón inmaculado, que puedo ser yo mismo y ser querido al mismo tiempo. No tengo que
renunciar a mi verdad. Porque la verdad y el amor no están reñidos. Que si no me amo a mí mismo es difícil que pueda
amar bien. Y que para amarme bien necesito saber que soy amado, que alguien me
ama y me lo dice.
Amo mi vida como es. No me
tiene por qué gustar todo lo que veo en ella. No tengo que estar de acuerdo con
todo lo que hay a mi alrededor. No es necesario para querer mi vida, para
quererme.
A veces pretendo encajar en un
molde para evitar las diferencias estridentes. Y así quiero educar a otros. Me cuesta
aceptar y querer a los que chocan con mis deseos. A los que no se adaptan a lo
que espero.
Quiero crecer, quiero madurar.
Sé que la palabra madurar tiene muchos matices. Quiero madurar para ser un
hombre de Dios. Eso sí. Madurar para no vivir deseando lo que no me toca vivir
hoy, ahora. Madurar tiene que ver con recorrer las etapas de mi camino cuando
me corresponde.
Leía el otro día sobre la madurez:
“Unos la adquieren siguiendo el modelo de
otros mientras abandonan, una tras otra, las ideas y convicciones que les
fueron caras en la juventud. Arrojaron bienes que consideraron prescindibles.
Pero de lo que se desembarazaron fueron las provisiones de alimento y de agua.
Ahora navegan más aligerados, pero, como seres humanos, languidecen”.
No quiero esa madurez que me
haga perder lo que yo soy. Quiero madurar para que no haya
brotes adolescentes innecesarios. No quiero negarme a vivir
la etapa que me toca vivir. Madurar tiene que ver con
asumir mi verdad, y mi vida como es. Pero sin perder la pasión por la
vida. Supone darle mi sí a lo que vivo en la fuerza del Espíritu.
Madurar significa aprender a amar de forma generosa, dejando de lado el egoísmo.
Madurar tiene que ver con volar más alto y pensar en el otro más que en mí
mismo. Sé que no lograré madurar en todos los aspectos de mi vida. Tendré
rincones inmaduros dentro de mi alma. Sé que Dios tiene toda la vida para hacerme madurar para la vida eterna.
Decía el padre José Kentenich: “Este es el fin de nuestra
educación: hacer que los que nos han sido confiados tengan la disposición y la
capacidad de vivir, por motivación e iniciativa propias, la vida de un hijo de Dios”.
Quiero vivir la vida de un hijo
de Dios. Y quiero educar a los que me han confiado para que sean hijos suyos.
Educarme para ser hijo fiel y dócil. Hijo que se deje tocar por el amor de
Dios. ¡Cuánto me cuesta educar el corazón, los sentimientos, los afectos!
Añade el Padre Kentenich: “La obra maestra de la educación
es lograr un encauzamiento adecuado de los afectos. Hay que ‘desbloquear’ los
niveles ‘bloqueados’ de la persona”. Desbloquear
mi alma bloqueada para madurar en su amor. Romper las cadenas que me atan.
Quiero liberarme para amar en
libertad. Amar bien. En plenitud. Desde mi verdad. Y no dejarme llevar de forma
enfermiza por mis afectos desordenados. Un amor más maduro. Un amor puro que
saque lo mejor de cada uno. Un amor hondo.
¡Cuánto me cuesta madurar en el
amor! Es el camino de toda mi vida. Un largo camino que recorro de
la mano de Dios. A veces torpemente. A veces dejándome llevar.
Dios me educa para que aprenda
a ser su hijo. Quiero ser más niño, más libre, más dócil. Quiero ser veraz y mostrarme ante Dios como soy. Sin tapujos. Sin miedos.
En mi verdad reflejo el rostro de Dios. Quiero crecer y dejar que Dios haga en
mí una obra de arte. Con mi barro, con mi madera.
Decía el Padre Kentenich: “Esto es y sigue siendo el estar arraigado
en el otro mundo. Esto no significa estar fuera de la realidad. En esto consiste, ciertamente, la obra maestra: permanecer con los
pies en la tierra, pero también con toda la personalidad elevarse a otro mundo, a otro
mundo de valores. ‘Mi justo vivirá por la fe’”.
Sin dejar este mundo vivir en
el cielo. Sin dejar la tierra tener el
corazón en el corazón de Dios. Sin cortar las raíces
estar hundido en su amor. Es lo que sueño cada día. ¡Cuánto
me cuesta aprender a vivir de verdad!
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia