Un
libro para descubrir que estamos llamados a la divinización a través de Cristo
Uno
de los elementos fundamentales en el camino hacia la divinización que Dios nos
propone es, sin duda, la Divina Misericordia, que recientemente hemos
celebrado.
El
hecho de que reorientemos nuestros deseos y queramos fundamentarnos en el amor
de Dios no significa que no podamos caer. Ante la normal y humana situación de
la caída, del pecado, Dios no quiere que nos culpemos, que nos juzguemos y nos
maltratemos por lo que hemos hecho.
Lo
que Dios quiere es, simple y llanamente, que nos abandonemos en su Misericordia
y acudamos a Él, que nos perdona y nos levanta, para que podamos seguir el
camino con la confianza renovada. Como señala Gregory K. Popcak en su libro Dioses
rotos. Los siete anhelos del corazón humano (Palabra, 2017), citando a
santa Faustina Kowalska, “que las almas que tienden a la perfección se
distingan por una confianza sin límites en Mi Misericordia”.
La
antigua ley del pueblo judío se había alejado demasiado del Paraíso cuando Adán
y Eva tuvieron que dejarlo, y habían creado una concepción del hombre
totalmente alejada del corazón de Dios como seres creados a su imagen y
semejanza, todos y cada uno de nosotros.
Habían
puesto el centro de su fe en esas otras cosas, mayormente accesorias si no
prescindibles, como la lógica o la justicia, el cumplimiento de las leyes, la
apariencia, etc.
Jesús,
que viene a renovar la alianza de Dios con los hombres, proclama un
mensaje tan bello, tan rompedor, que el pétreo corazón de aquellos sumos
sacerdotes y ancianos del pueblo no pudieron, ni quisieron, entenderlo, hasta
tal punto que lo colgaron de un madero.
La
sociedad actual, como los sumos sacerdotes y los ancianos de tiempos de Jesús,
no quiere aceptar este destino tan bello que nos ha reservado el Padre mediante
su Hijo, es decir, nuestra divinización a través de Cristo, y ha conseguido
crear una auténtica generación de “dioses rotos”. Pero ¿cómo lo ha
hecho? Podría decirse que haciendo del pecado el centro de la vida y del camino
del hombre.
Ante
esta situación, afirma Gregory K. Popcak que “entender la deificación nos
permite dejar de escapar a la carrera de nuestros pecados para
dirigirnos a la carrera hacia Dios. Nos permite convertirnos no
solo en nuestro mejor yo, sino en mucho más”.
Gregory
K. Popcak propone en esta obra redescubrir la grandeza de sabernos
destinados a lo más grande por Dios, y cómo actúan aquellos que son conscientes
de una realidad tan radical.
Pese
a ello existe el pecado, que nos aparta del destino que Dios nos tiene
reservado. La capacidad de pecar, arraigada en nuestra concupiscencia o
inclinación al mal, necesita también de nuestra libertad.
Y
del mismo modo, nuestros anhelos divinos están arraigados en el amor de Dios,
que él nos da gratuitamente siempre, y que también necesita de nuestra libertad
para que actúe en nosotros. Por ello, es básico en el camino hacia Dios, y, por
ende, en el camino hacia nuestra deificación, el amor y la reorientación
del deseo.
Afirma
Gregory K. Popcak en Dioses rotos que “cuando respondemos a la invitación
divina de convertirnos en dioses, ocurre algo sorprendente. De pronto toda gira
en torno a Él. Nuestras esperanzas, nuestros sueños, nuestras relaciones,
nuestros deseos toman una nueva orientación. […] Todo apunta no a nuestros
deseos como un fin en sí mismos, sino a un modo nuevo de conocer mejor a Dios y
acercarnos más a Él”. En definitiva, cómo a través de nuestros deseos, eso
sí, bien orientados, podemos reconocer a Dios en cada momento, en cada acción,
en cada cosa.
Dicho
camino lo entiende Popcak compuesto por “siete anhelos divinos” o
necesidades del alma humana, los cuales fundamenta no sólo en su propia
experiencia espiritual sino también en el estudio profundo de la psicología.
Son éstos:
1) El anhelo divino de
abundancia: para
colmar esta necesidad, encontramos el camino fácil y el difícil: la soberbia y
la humildad. El primero produce una felicidad hedónica o pasajera, y aparta de
Dios, mientras que el segundo, aunque más costoso, produce una verdadera felicidad
y asegura en el camino hacia Dios.
2) El anhelo divino de
dignidad: aquí
encontramos otros dos caminos, la envidia, por la cual podemos caer en el error
de buscar las cosas de este mundo, y creer que eso es suficiente para ser
feliz, y, por otra parte, la amabilidad, uno de los frutos del Espíritu (Ga. 5,
22-23), signo de nuestro vínculo personal con Dios y que nos redescubre el
sentido de dignidad.
3) El anhelo divino de
justicia: para
satisfacer esta necesidad encontramos el camino de la ira, como manera de
reaccionar ante una sensación normal como el enfado y llevar a cabo nuestra
propia justicia, o el de la paciencia, que nos mueve a buscar refugio en Dios y
a tener claro cuál es el objetivo supremo al que aspiramos.
4) El anhelo divino de paz: de nuevo se nos
presenta el camino fácil y sin esfuerzo para satisfacer superficialmente este
anhelo mediante la pereza, una insana indiferencia que lo empeora y emborrona
todo, y, por otra parte la diligencia, que nos ayuda a materializar este anhelo
mediante la puesta en práctica de los dones que Dios nos ha concedido.
5) El anhelo divino de
confianza: este
anhelo puede ser malogrado por el miedo a confiar, lo que nos lleva a
agarrarnos demasiado a otras cosas, lo que desemboca en la avaricia, mientras
que la generosidad conlleva la necesidad de confiar en Dios.
6) El anhelo divino de
bienestar: aunque
muchos no lo crean, el anhelo de bienestar es algo puesto por Dios en nosotros,
solo que tenemos que saber dirigirlo, hacia la gula, es decir, una forma
inconsciente y descontrolada de satisfacer ese anhelo, o hacia la templanza,
que nos permite encontrar la estabilidad para hallar el equilibrio que nos
mantiene en el camino a Dios.
7) El anhelo divino de
comunión: ante
esta necesidad encontramos dos caminos sumamente opuestos, incluso más que en
los anhelos anteriores, el de la lujuria, por el que se usa a las personas en
pro de nuestro propio placer momentáneo, y el de la castidad, donde prevalece
la entrega y amor al otro por encima de nosotros mismos.
En
definitiva, en Dioses rotos encontramos un libro práctico en primer
lugar, ya que recopila toda una serie de escritos e ideas, sintetizadas por el
autor, que nos ayudarán a darnos cuenta de que hemos sido creados para el
Cielo, y en segundo lugar, un libro muy necesario, ya que muchas veces los
mismos cristianos podemos caer en el error de pensar que somos meros productos
de la naturaleza, con una importancia relativa y cuya acción es irrelevante… No
nos equivoquemos, pues ¡hemos sido creados para la Eternidad!
Por
Antonio Miguel Jiménez
Ediciones
Palabra
Fuente:
Aleteia