Una mujer de 47 años
escribe un artículo que va más allá de la blasfemia del carnaval canario
La
pasada semana los católicos españoles vivieron un episodio muy triste que
mostró la doble vara de medir que existe con los fieles de esta religión en
España. En el carnaval de Las Palmas, el ganador de la gala Drag protagonizó
una grave
ofensa tanto a la Virgen María como a Jesucristo, tras aparecer como
la Madre de Dios para ir desnudándose para más tarde hacer de Jesús
crucificado.
Mientras los católicos piden que se acaben este tipo de ofensas, los defensores de estos actos se amparan en la libertad de expresión, la misma que niegan a los creyentes. Por ello, una madre de familia y católica, Sofía Cagigal de Gregorio, ha puesto sentido común ante esta polémica con una carta que deberían leer todos aquellos que siguen pensando que ofender a la Iglesia siguen siendo transgresor:
Mientras los católicos piden que se acaben este tipo de ofensas, los defensores de estos actos se amparan en la libertad de expresión, la misma que niegan a los creyentes. Por ello, una madre de familia y católica, Sofía Cagigal de Gregorio, ha puesto sentido común ante esta polémica con una carta que deberían leer todos aquellos que siguen pensando que ofender a la Iglesia siguen siendo transgresor:
El pasado 27 de febrero, Borja Casillas, caracterizado como Drag Sethlas, tuvo
sus minutos de gloria; ganó la gala Drag del Carnaval de las Palmas de Gran
Canaria 2017. Hasta aquí una noticia más si no fuera porque con su espectáculo, es
posible que el 70% de los españoles, que se declara católico, se sintiera
agredido, humillado, vejado y profundamente dolido.
¿Somos conscientes de que de un tiempo a esta parte los cristianos católicos
estamos sufriendo en España una persecución silenciosa, por parte de un
sector de la sociedad, amparada en la libertad de expresión, en lo
políticamente correcto, el anticlericalismo, la intolerancia y la estupidez más
absoluta?
El obispo de Canarias, Francisco Cases, escribió una carta en la que entre
otras cosas decía que “hasta ahora el día más triste de su estancia en Canarias
había sido el día del accidente en Barajas del avión que partía hacia Gran
Canaria. A partir de hoy diré que estoy viviendo ahora el día más triste”. Sus
palabras han causado un gran revuelo, casi más que el espectáculo de Drag
Sethlas. Se le ha tachado de todo. La presidenta de la Asociación de Víctimas
de Spanair AVJK5022, Pilar Vera, le ha recordado que en aquel siniestro de
aviación murieron y se destruyeron no solo ciento cincuenta y cuatro personas,
sino también sus familias y le ha pedido que, si ha olvidado a las víctimas, lo
haga del todo y deje de citarles.
Puede que monseñor Cases se haya equivocado en su comparación y no haya estado
afortunado, pero aún así es fácil criticar a un católico, y más si es
sacerdote, y todavía más si es obispo. No hay nada más doloroso que la
pérdida de vidas humanas sin un motivo natural. Pero si miramos más allá de las
palabras del obispo, quizá podamos entender la comparación, ya que para un
cristiano no hay nada más sagrado que la figura de Cristo y su mensaje, que
trasciende la propia vida humana. De ahí su dolor profundo de corazón al ver el
espectáculo. El ataque profundo y cada vez más habitual a la esencia de los
católicos tiene el peligro de ir filtrándose poco a poco en la mente y el
corazón de miles de personas que acaben viendo como normal el insulto a quienes
sienten la religión católica como parte de su propia vida.
Precisamente esa fe de la que muchos se mofan, puede servir para sobrellevar la
dureza y el desgarro de la pérdida de un ser querido en una accidente de avión.
Y lo digo con conocimiento de causa y desde el máximo respeto por las víctimas
de Spanair, ya que yo también soy víctima de un accidente aéreo; cuando
tenía catorce años, mi padre murió en el primer accidente que hubo en el
aeropuerto de Barajas, en el año 1983, cuando dos aviones chocaron en la
niebla.
Si se respeta a todos, ¿por qué no a los
católicos?
Soy católica, apostólica y romana por tradición y por fe; soy creyente,
practicante, he tenido mis dudas de fe profundas y mis noches oscuras, soy
heterosexual, casada desde hace 20 años con la misma persona, soy madre de
dos hijas, soy blanca, de 47 años, me gusta que mis hijas reciban una educación
cristiana porque creo que el mensaje de Cristo (el amor, la misericordia, el
perdón y la caridad), es el que verdaderamente hace que este mundo pueda ser
mejor. No soy retrógrada, carca, ultra ni rancia. Soy liberal y tradicional.
Respeto a los agnósticos, a los ateos, a los judíos, musulmanes, budistas,
sintoístas, y personas que profesen cualquier otra religión; respeto a los
gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, drag queens, heterosexuales; a los
solteros, casados, viudos, separados, divorciados, parejas de hecho; a los
ricos, pobres, negros, blancos, mulatos, mestizos, europeos, asiáticos,
americanos, africanos y ciudadanos de Oceanía; a quienes votan al PP, al PSOE,
a Ciudadanos, a Podemos y a otros partidos políticos.
Y si yo respeto de esta forma, ¿Por qué no puedo sentirme respetada por
mis creencias religiosas? Los católicos no queremos ser más que nadie,
pero tampoco menos.
¿No
queremos todos que nuestros hijos aprendan a convivir en tolerancia y
consigamos así un país y un mundo mejor? ¿No nos horrorizamos cuando asistimos
a las muertes por violencia machista o a las agresiones y casos de abuso de
unos adolescentes a otros? ¿No denunciamos las agresiones a distintos
colectivos por cuestiones de identidad sexual? ¿No pedimos visibilidad y
subvenciones para otras confesiones religiosas, minoritarias en España? ¿Y
por qué entonces jaleamos y no nos escandalizamos cuando los católicos sufrimos
continuas agresiones a nuestra identidad religiosa? ¿Por qué se utiliza
distinto criterio para juzgar unos casos y otros?
Ni más que nadie, ni menos
No queremos ser más que nadie, pero tampoco menos; y por eso creo que los
cristianos católicos debemos decir alto y fuerte que pedimos un respeto hacia
nuestras creencias, nuestros valores, nuestras imágenes, nuestro culto,
nuestros templos de oración, nuestros signos como la cruz, nuestras tradiciones
como la Semana Santa o la Navidad, nuestras manifestaciones artísticas y
culturales y nuestra historia. España es un país en el que el setenta por
ciento de sus ciudadanos se declara católico: el setenta por ciento. No debemos
callarnos más.
Borja Casillas ha dicho que no pretendía herir a nadie, que solo buscaba
polémica; no me vale. Con ese criterio se podría justificar cualquier agresión
física o verbal. Uno tiene que pensar antes de actual, tiene que ver al prójimo
(próximo), tiene que ser empático y pensar cómo se sentiría si se burlaran de
lo más sagrado para uno mismo, tiene que practicar la tolerancia en todas las
direcciones, empezando por sí mismo. La libertad de expresión tiene que
tener un límite, y sobre todo, un único criterio a la hora de aplicarse. Los católicos
no queremos ser más que nadie, pero tampoco menos.
Fuente:
ReL