¿Qué cosa significa tener la verdadera luz? ¿Qué cosa
significa caminar en la luz? Significa ante todo abandonar las luces falsas
Ante miles de fieles y
peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, comentando el Evangelio del IV
Domingo de Cuaresma, el Papa Francisco se refirió al encuentro entre Jesús y un
hombre ciego de nacimiento, que “representa a cada uno de nosotros, que hemos
sido creados para conocer a Dios, pero que por causa del pecado somos como
ciegos, tenemos necesidad de una luz nueva, aquella de la fe, que Jesús nos ha
donado”.
El Obispo de Roma precisó que el hecho que aquel ciego no tenga un
nombre nos ayuda a reflejarnos con nuestro rostro y nuestro nombre en su
historia. “También nosotros hemos sido ‘iluminados’ por Cristo en el Bautismo,
y por lo tanto estamos llamados a comportarnos como hijos de la luz”, constató
el Papa, para luego precisar que esto exige un cambio radical de mentalidad,
una capacidad de juzgar hombres y cosas según una nueva escala de valores, que
viene de Dios.
Con el sacramento del
Bautismo somos hijos de la luz llamados a caminar en la luz, pero ¿qué cosa
significa caminar en la luz? se preguntó el Pontífice. “Significa ante todo
abandonar las luces falsas: la luz fría y fatua del prejuicio contra los otros,
porque el prejuicio distorsiona la realidad y nos carga de animadversión contra
aquellos que juzgamos sin misericordia y condenamos sin apelación”.
Asimismo el Santo Padre
advirtió sobre otra luz falsa, “seductora y ambigua”: aquella del interés
personal. “si evaluamos a hombres y cosas en base al criterio de nuestra
conveniencia, de nuestra satisfacción, de nuestro prestigio, no actuamos con la
verdad en las relaciones y en las situaciones”, señaló, antes de pedir para que
María, “que fue la primera en acoger a Jesús, luz del mundo, nos obtenga la
gracia de acoger de nuevo en esta Cuaresma la luz de la fe, redescubriendo el
don inestimable del Bautismo”.
Palabras del Papa
Francisco antes del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y
hermanas, buenos días!
En el centro del
Evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma se encuentran Jesús y un hombre
ciego de nacimiento (cfr Jn 9,1-41). Cristo le restituye la vista y obra este
milagro con un tipo de rito simbólico: primero mezcló la tierra con la saliva y
la untó en los ojos al ciego; luego le ordena ir a lavarse a la piscina de
Siloé. Aquel hombre va, se lava, y readquiere la vista. Era un ciego de nacimiento.
Con este milagro Jesús se manifiesta y se manifiesta a nosotros como luz del mundo; y el ciego de nacimiento representa a cada uno de nosotros, que hemos sido creados para conocer a Dios, pero que por causa del pecado somos como ciegos, tenemos necesidad de una luz nueva; todos tenemos necesidad de una luz nueva: aquella de la fe, que Jesús nos ha donado. De hecho aquel ciego del Evangelio adquiriendo la vista se abre al misterio de Cristo. Jesús le pregunta «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». «Y quien es, Señor, para que crea en él?», respondió el ciego sanado (v. 36). «Lo estás viendo: el que te está hablando» (v. 37). «¡Creo, Señor!» y se postró ante él.
Con este milagro Jesús se manifiesta y se manifiesta a nosotros como luz del mundo; y el ciego de nacimiento representa a cada uno de nosotros, que hemos sido creados para conocer a Dios, pero que por causa del pecado somos como ciegos, tenemos necesidad de una luz nueva; todos tenemos necesidad de una luz nueva: aquella de la fe, que Jesús nos ha donado. De hecho aquel ciego del Evangelio adquiriendo la vista se abre al misterio de Cristo. Jesús le pregunta «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». «Y quien es, Señor, para que crea en él?», respondió el ciego sanado (v. 36). «Lo estás viendo: el que te está hablando» (v. 37). «¡Creo, Señor!» y se postró ante él.
Este episodio nos induce
a reflexionar sobre nuestra fe, nuestra fe en Cristo, el Hijo de Dios, y al
mismo tiempo se refiere también al Bautismo, que es el primer Sacramento de la
fe: el Sacramento que nos hace “venir hacia la luz”, mediante el renacer del
agua y del Espíritu Santo; así como sucede al ciego de nacimiento, al cual se
abrieron los ojos después de haberse lavado en el agua de la piscina de Siloé.
El ciego de nacimiento sanado nos representa cuando no nos damos cuenta que
Jesús es la luz, es «la luz del mundo», cuando miramos hacia otra parte, cuando
preferimos fiarnos de pequeñas luces, cuando tambaleamos en la oscuridad.
El
hecho de que aquel ciego no tenga un nombre nos ayuda a reflejarnos con nuestro
rostro y nuestro nombre en su historia. También nosotros hemos sido
“iluminados” por Cristo en el Bautismo, y por lo tanto estamos llamados a
comportarnos como hijos de la luz. Y comportarnos como hijos de la luz exige un
cambio radical de mentalidad, una capacidad de juzgar hombres y cosas según
otra escala de valores, que viene de Dios. El sacramento del Bautismo, de
hecho, exige una elección de vivir como hijos de la luz y caminar en la luz. Si
ahora les preguntase: “¿Creen que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Creen que les
puede cambiar el corazón? ¿Creen que puede hacer ver la realidad como la ve Él,
y no como la vemos nosotros? ¿Creen que Él es luz, que nos da la verdadera
luz?” ¿Qué cosa responderían? Cada uno responda en su corazón.
¿Qué cosa significa
tener la verdadera luz? ¿Qué cosa significa caminar en la luz? Significa ante
todo abandonar las luces falsas: la luz fría y fatua del prejuicio contra los
otros, porque el prejuicio distorsiona la realidad y nos carga de animadversión
contra aquellos que juzgamos sin misericordia y condenamos sin apelación. Eh…
esto es pan de todos los días ¿eh? Cuando se habla mal de los otros, se camina
no en la luz: se camina en las sombras. Otra luz falsa, porque es seductora y
ambigua, es aquella del interés personal: si evaluamos a hombres y cosas en
base al criterio de nuestra conveniencia, de nuestra satisfacción, de nuestro
prestigio, no actuamos con la verdad en las relaciones y en las situaciones. Si
andamos por este camino del buscar sólo el interés personal, caminamos en las
sombras.
Que la Virgen Santa, que
fue la primera en acoger a Jesús, luz del mundo, nos obtenga la gracia de acoger
de nuevo en esta Cuaresma la luz de la fe, redescubriendo el don inestimable
del Bautismo, que todos hemos recibido. Y que esta nueva iluminación se
transforme, nos transforme en las actitudes y en las acciones, para ser también
nosotros, a partir de nuestra pobreza, de nuestras pequeñeces, portadores de un
rayo de la luz de Cristo.
Fuente: Radio Vaticana