“¡Si aprendemos a leer
cada cosa a la luz del Espíritu Santo, nos damos cuenta que todo es gracia! ¡Todo
es don!”
El
Papa Francisco meditó en su catequesis de
hoy sobre la esperanza cristiana que no defrauda porque está fundada en Dios
mismo que es amor.
A
continuación y gracias a Radio Vaticano, el texto completo de su meditación de
hoy en el Aula Pablo VI
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Desde
pequeños nos enseñan que no es bueno vanagloriarse. En mi tierra, a quienes
presumen los llaman ‘pavos’. Y es justo, porque presumir de aquello que se es o
de aquello que se tiene, además de ser soberbia, expresa también una falta de
respeto en relación a los demás, especialmente con aquellos que son menos
afortunados que nosotros.
En
este pasaje de la Carta a los Romanos, en cambio, el Apóstol Pablo nos
sorprende, en cuanto nos exhorta dos veces a vanagloriarnos. Entonces, ¿de qué
cosa es justo vanagloriarse?
Porque
si él nos exhorta a jactarnos, de algo es justo vanagloriarse. ¿Y cómo es
posible hacer esto, sin ofender a los demás, sin excluir a alguien?
En
el primer caso, estamos invitados a vanagloriarnos de la abundancia de la
gracia de la cual somos impregnados en Jesucristo, por medio de la fe. ¡Pablo
quiere hacernos entender que, si aprendemos a leer cada cosa a la luz del
Espíritu Santo, nos damos cuenta que todo es gracia! ¡Todo es don!
De
hecho, si ponemos atención, al actuar –en la historia, como en nuestra vida– no solo somos nosotros, sino es
sobre todo Dios. Es Él el protagonista absoluto, que crea cada cosa como un don
de amor, que teje la trama de su designio de salvación y que lo lleva a
cumplimiento por nosotros, mediante su Hijo Jesús.
A
nosotros se nos pide reconocer todo esto, acogerlo con gratitud y convertirlo
en motivo de alabanza, de bendición y de gran alegría. Si hacemos esto, estamos
en paz con Dios y tenemos la experiencia de la libertad. Y esta paz se extiende
luego a todos los ámbitos y a todas las relaciones de nuestra vida: estamos en
paz con nosotros mismos, estamos en paz en la familia, en nuestra
comunidad, en el trabajo y con las personas que encontramos cada día en nuestro
camino.
Pablo
también exhorta a vanagloriarnos en las tribulaciones. Esto no es fácil de
entender. Esto nos parece más difícil y puede parecer que no tenga nada que ver
con la condición de paz apenas descrita. En cambio, constituye el presupuesto
más auténtico, más verdadero.
De
hecho, la paz que nos ofrece y nos garantiza el Señor no se debe de entender
como la ausencia de preocupaciones, de desilusiones, de faltas, de motivos de
sufrimiento. Si fuera así, en el caso en el cual lográramos estar en paz, ese
momento terminaría rápido y caeríamos inevitablemente en la desesperación.
La
paz que surge de la fe es en cambio un don: es la gracia de experimentar que
Dios nos ama y que siempre está a nuestro lado, no nos deja solos ni siquiera
un instante de nuestra vida. Y esto, como afirma el Apóstol, genera la
paciencia, porque sabemos que, también en los momentos más duros y difíciles, la
misericordia y la bondad del Señor son más grandes de toda cosa y nada nos
separará de sus manos y de la comunión con Él.
Entonces,
es por eso qué la esperanza cristiana es sólida, es por eso qué no defrauda.
Jamás, defrauda. ¡La esperanza no defrauda! No está fundada sobre aquello que
nosotros podemos hacer o ser, y mucho menos en lo que nosotros podemos creer.
Su
fundamento, es decir, el fundamento de la esperanza cristiana, es lo que más
fiel y seguro pueda existir, es decir, el amor que Dios mismo nutre por cada
uno de nosotros.
Es
fácil decir: Dios nos ama. Todos lo decimos. Pero piensen un poco: cada uno de
nosotros es capaz de decir, ¿estoy seguro que Dios me ama? No es tan fácil
decirlo. Pero es verdad. Es un buen ejercicio, esto, decirlo a sí mismo: Dios
me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza.
Y
el Señor ha derramado abundantemente en nuestros corazones su Espíritu –que es
el amor de Dios– como artífice, como garante, justamente para que pueda
alimentar dentro de nosotros la fe y mantener viva esta esperanza.
Y
esta seguridad: Dios me ama. “Pero, ¿en este momento difícil? Dios me ama. ¿Y a
mí, que he hecho esta cosa fea y malvada? Dios me ama”. Esta seguridad no nos
la quita nadie. Y debemos repetirlo como oración: Dios me ama. Estoy seguro que
Dios me ama. Estoy seguro que Dios me ama.
Ahora
comprendemos porque el Apóstol Pablo nos exhorta a vanagloriarnos siempre de
todo esto. Yo me glorío del amor de Dios, porque me ama.
La
esperanza que nos ha sido donada no nos separa de los demás, ni mucho menos nos
lleva a desacreditarlos o marginarlos. Se trata en cambio de un don
extraordinario del cual estamos llamados a convertirnos en “canales”, con
humildad y simplicidad, para todos.
Y
entonces nuestro presumir más grande será aquel de tener como Padre un Dios que
no tiene preferencias, que no excluye a ninguno, sino que abre su casa a todos
los seres humanos, comenzando por los últimos y alejados, para que como sus
hijos aprendamos a consolarnos y a sostenernos los unos a los otros. Y no se
olviden: la esperanza no defrauda.
Fuente:
ACI Prensa