Francisco invita a seguir
adelante en nuestro camino de reconciliación y de diálogo, animados por el
testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas
El
papa Francisco presidió este miércoles por la tarde en la basílica de San Pablo
Extramuros la solemnidad de la conversión de san Pablo apóstol,
rezando las segundas vísperas, junto a los representantes de otras
Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Roma. Concluyó así la 50° Semana
de Oración para la Unidad de los Cristianos que tiene como lema: “El amor de
Cristo nos empuja a la reconciliación”.
A
continuación publicamos la homilía del Santo Padre:
“El
encuentro con Jesús en el camino de Damasco transformó radicalmente la vida de
san Pablo. A partir de entonces, el significado de su existencia no consiste ya
en confiar en sus propias fuerzas para observar escrupulosamente la Ley, sino
en la adhesión total de sí mismo al amor gratuito e inmerecido de Dios, a
Jesucristo crucificado y resucitado.
De
esta manera, él advierte la irrupción de una nueva vida, la vida según el
Espíritu, en la cual, por la fuerza del Señor Resucitado, experimenta el
perdón, la confianza y el consuelo.
Pablo
no puede tener esta novedad sólo para sí: la gracia lo empuja a proclamar la
buena nueva del amor y de la reconciliación que Dios ofrece plenamente a la
humanidad en Cristo. Para el Apóstol de los gentiles, la reconciliación del
hombre con Dios, de la que se convirtió en embajador (cf. 2 Co 5, 20), es un
don que viene de Cristo.
Esto
aparece claramente en el texto de la Segunda Carta a los Corintios, del que se
toma este año el tema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos:
«Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia» (cf. 2 Co 5, 14-20).
«El
amor de Cristo»: no se trata de nuestro amor por Cristo, sino del amor que
Cristo tiene por nosotros. Del mismo modo, la reconciliación a la que somos
urgidos no es simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la
reconciliación que Dios nos ofrece en Cristo.
Más
que ser un esfuerzo humano de creyentes que buscan superar sus divisiones, es
un don gratuito de Dios. Como resultado de este don, la persona perdonada y
amada está llamada, a su vez, a anunciar el evangelio de la reconciliación con
palabras y obras, a vivir y dar testimonio de una existencia reconciliada.
En
esta perspectiva, podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo anunciar el evangelio de la
reconciliación después de siglos de divisiones? Es el mismo Pablo quien nos
ayuda a encontrar el camino. Hace hincapié en que la reconciliación en Cristo
no puede darse sin sacrificio. Jesús dio su vida, muriendo por todos. Del mismo
modo, los embajadores de la reconciliación están llamados a dar la vida en su
nombre, a no vivir para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por
ellos (cf. 2 Co 5, 14-15).
Como
nos enseña Jesús, sólo cuando perdemos la vida por amor a él es cuando
realmente la ganamos (cf. Lc 9, 24). Es esta la revolución que Pablo vivió y es
también la revolución cristiana de todos los tiempos: no vivir para nosotros
mismos, para nuestros intereses y beneficios personales, sino a imagen de
Cristo, por él y según él, con su amor y en su amor.
Para
la Iglesia, para cada confesión cristiana, es una invitación a no apoyarse en
programas, cálculos y ventajas, a no depender de las oportunidades y de las
modas del momento, sino a buscar el camino con la mirada siempre puesta en la
cruz del Señor; allí está nuestro único programa de vida.
Es
también una invitación a salir de todo aislamiento, a superar la tentación de
la autoreferencia, que impide captar lo que el Espíritu Santo lleva a cabo
fuera de nuestro ámbito. Una auténtica reconciliación entre los cristianos
podrá realizarse cuando sepamos reconocer los dones de los demás y seamos
capaces, con humildad y docilidad, de aprender unos de otros, sin esperar que
sean los demás los que aprendan antes de nosotros. Si vivimos este morir a
nosotros mismos por Jesús, nuestro antiguo estilo de vida será relegado al
pasado y, como le ocurrió a san Pablo, entramos en una nueva forma de
existencia y de comunión.
Con
Pablo podremos decir: «Lo antiguo ha desaparecido» (2 Co 5, 17). Mirar hacia
atrás es muy útil y necesario para purificar la memoria, pero detenerse en el
pasado, persistiendo en recordar los males padecidos y cometidos, y juzgando
sólo con parámetros humanos, puede paralizar e impedir que se viva el presente.
La
Palabra de Dios nos anima a sacar fuerzas de la memoria para recordar el bien
recibido del Señor; y también nos pide dejar atrás el pasado para seguir a
Jesús en el presente y vivir una nueva vida en él.
Dejemos
que Aquel que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5) nos conduzca a un
futuro nuevo, abierto a la esperanza que no defrauda, a un porvenir en el que
las divisiones puedan superarse y los creyentes, renovados en el amor, estén
plena y visiblemente unidos.
Este
año, mientras caminamos por el camino de la unidad, recordamos especialmente el
quinto centenario de la Reforma protestante. El hecho de que hoy católicos y
luteranos puedan recordar juntos un evento que ha dividido a los cristianos, y
lo hagan con esperanza, haciendo énfasis en Jesús y en su obra de
reconciliación, es un hito importante, logrado con la ayuda de Dios y de la
oración a través de cincuenta años de conocimiento recíproco y de diálogo
ecuménico.
Mientras
imploro a Dios el don de la reconciliación con él y entre nosotros, saludo
cordial y fraternalmente a su eminencia el metropolita Gennadios, representante
del Patriarcado Ecuménico, a su gracia David Moxon, representante personal en
Roma del arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las distintas
Iglesias y comunidades eclesiales aquí presentes.
Me
complace saludar particularmente a los miembros de la Comisión mixta para el
diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas
orientales, a quienes deseo un trabajo fructífero en la sesión plenaria que
está teniendo lugar en estos días.
Saludo
también a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey, que están
visitando Roma para profundizar en su conocimiento de la Iglesia Católica, y a
los jóvenes ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian en Roma, gracias a
las becas del Comité de Cooperación Cultural con las Iglesias ortodoxas, que
opera en el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los
cristianos.
A
los superiores y a todos los colaboradores de ese Dicasterio expreso mi estima
y agradecimiento. Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración por la unidad
de los cristianos participa en la oración que Jesús dirigió al Padre antes de
la pasión, «para que todos sean uno» (Jn 17, 21).
No
nos cansemos nunca de pedir a Dios este don. Con la esperanza paciente y
confiada de que el Padre concederá a todos los creyentes el bien de la plena
comunión visible, sigamos adelante en nuestro camino de reconciliación y de
diálogo, animados por el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas que,
tanto ayer como hoy, están unidos en el sufrimiento por el nombre Jesús.
Aprovechemos todas las oportunidades que la Providencia nos ofrece para rezar
juntos, anunciar juntos, amar y servir juntos, especialmente a los más pobres y
abandonados”.
Fuente: Zenit