De acuerdo al último informe elaborado por UNICEF, si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no asistirán a la escuela básica primaria
La Oficina de Prensa del
Vaticano dio a conocer este lunes 2 de enero la carta que el Papa Francisco
envió a todos los obispos en ocasión de la fiesta de los Santos Inocentes
celebrada el pasado 28 de diciembre, en la que alienta a no dejarse robar la alegría
y a tener coraje para hacer frente a los Herodes del mundo de hoy.
A continuación el texto
completo de la misiva del Santo Padre:
Querido hermano:
Hoy, día de los Santos
Inocentes, mientras continúan resonando en nuestros corazones las palabras del
ángel a los pastores: «Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo
el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2, 10-11),
siento la necesidad de escribirte. Nos hace bien escuchar una y otra vez este
anuncio; volver a escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta
certeza que renovamos año a año es fuente de nuestra alegría y esperanza.
Durante estos días podemos
experimentar cómo la liturgia nos toma de la mano y nos conduce al corazón de
la Navidad, nos introduce en
el Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegría cristiana.
Como pastores hemos sido
llamados para ayudar a hacer crecer esta alegría en medio de nuestro pueblo. Se
nos pide cuidar esta alegría. Quiero renovar contigo la invitación a no
dejarnos robar esta alegría, ya que muchas veces desilusionados –y no sin
razones– con la realidad, con la Iglesia, o inclusive
desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de apegarnos a una
tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los corazones (cf. Exhorta.
Ap. Evangelii gaudium, 83).
La Navidad, mal que nos pese,
viene acompañada también del llanto. Los evangelistas no se permitieron
disfrazar la realidad para hacerla más creíble o apetecible. No se permitieron
realizar un discurso «bonito» pero irreal. Para ellos la Navidad no era refugio
fantasioso en el que esconderse frente a los desafíos e injusticias de su tiempo.
Al contrario, nos anuncian el nacimiento del Hijo de Dios también envuelto en
una tragedia de dolor. Citando al profeta Jeremías, el evangelista Mateo lo
presenta con gran crudeza: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es
Raquel, que llora a sus hijos» (2, 18). Es el gemido de dolor de las madres que
lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiranía y ansia de poder
desenfrenada de Herodes.
Un gemido que hoy también
podemos seguir escuchando, que nos llega al alma y que no podemos ni queremos
ignorar ni callar. Hoy en nuestros pueblos, lamentablemente –y lo escribo con
profundo dolor–, se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de
tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes.
Contemplar el pesebre es
también contemplar este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece
a su alrededor y tener un corazón sensible y abierto al dolor del prójimo, más
especialmente cuando se trata de niños, y también es tener la capacidad de
asumir que hoy se sigue escribiendo ese triste capítulo de la historia.
Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que
lo circunda sería hacer de la Navidad una linda fabula que nos generaría buenos
sentimientos pero nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el
Verbo Encarnado nos quiere regalar. Y la tentación existe.
¿Será que la alegría cristiana
se puede vivir de espaldas a estas realidades? ¿Será que la alegría cristiana
puede realizarse ignorando el gemido del hermano, de los niños?
San José fue el primer invitado
a custodiar la alegría de la Salvación. Frente a los crímenes atroces que
estaban sucediendo, San José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz
de escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque
supo escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más
sensible a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo.
Hoy también a nosotros,
Pastores, se nos pide lo mismo, que seamos hombres capaces de escuchar y no ser
sordos a la voz del Padre, y así poder ser más sensibles a la realidad que nos
rodea. Hoy, teniendo como modelo a san José, estamos invitados a no dejar que
nos roben la alegría. Estamos invitados a custodiarla de los Herodes de
nuestros días. Y al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta
realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos (cf. Mt 2,20). El coraje
de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros días, que fagocitan la
inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo
clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación.
Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de
todo lo que esto conlleva.
Miles de nuestros niños han
caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo
único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad.
A modo de ejemplo, hoy en día
75 millones de niños –debido a las emergencias y crisis prolongadas– han tenido
que interrumpir su educación. En 2015, el 68 por ciento de todas las personas
objeto de trata sexual en el mundo eran niños. Por otro lado, un tercio de los
niños que han tenido que vivir fuera de sus países ha sido por desplazamientos
forzosos. Vivimos en un mundo donde casi la mitad de los niños menores de 5
años que mueren ha sido a causa de malnutrición. En el año 2016, se calcula que
150 millones de niños han realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos
en condición de esclavitud.
De acuerdo al último informe
elaborado por UNICEF, si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167
millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños
menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no
asistirán a la escuela básica primaria.
Escuchemos el llanto y el gemir
de estos niños; escuchemos el llanto y el gemir también de nuestra madre
Iglesia, que llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños,
sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el
sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados
sexualmente por sacerdotes. Pecado que nos avergüenza. Personas que tenían a su
cargo el cuidado de esos pequeños han destrozado su dignidad. Esto lo
lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos unimos al dolor de las víctimas
y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión
de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder.
La Iglesia también llora con
amargura este pecado de sus hijos y pide perdón.
Hoy, recordando el día de los
Santos Inocentes, quiero que renovemos todo nuestro empeño para que estas
atrocidades no vuelvan a suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario
para implementar todas las medidas necesarias y proteger en todo la vida de
nuestros niños, para que tales crímenes no se repitan más. Asumamos clara y
lealmente la consigna «tolerancia cero» en este asunto.
La alegría cristiana no es una
alegría que se construye al margen de la realidad, ignorándola o haciendo como
si no existiese. La alegría cristiana nace de una llamada –la misma que tuvo
san José– a tomar y cuidar la vida, especialmente la de los santos inocentes de
hoy. La Navidad es un tiempo que nos interpela a custodiar la vida y ayudarla a
nacer y crecer; a renovarnos como pastores de coraje. Ese coraje que genera
dinámicas capaces de tomar conciencia de la realidad que muchos de nuestros
niños hoy están viviendo y trabajar para garantizarles los mínimos necesarios
para que su dignidad como hijos de Dios sea no sólo respetada sino, sobre todo,
defendida.
No dejemos que les roben la
alegría. No nos dejemos robar la alegría, cuidémosla y ayudémosla a crecer.
Hagámoslo esto con la misma
fidelidad paternal de san José y de la mano de María, la Madre de la ternura,
para que no se nos endurezca el corazón.
Con fraternal afecto,
FRANCISCO
Vaticano, 28 de diciembre de
2016
Fiesta de los Santos Inocentes,
Mártires
Fuente: ACI Prensa