Hay
distintas concepciones de paz, no es fácil ver cómo actúa Él para hacer menos
conflictiva historia humana
“¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la
tierra? No, os lo aseguro, sino división” (Lc 12, 51).
El profeta Isaías, hablando de la venida
del Mesías, dice: “Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.
Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre ‘Maravilla de
Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz’” (Is 9, 5).
Jesucristo es pues el “Príncipe de Paz”,
pero a pesar de esto no es
fácil ver cómo ejerce Él su principado, cómo actúa Él para hacer menos
conflictiva la historia humana.
La paz entendida como ausencia de guerra
o como equilibrio tenso e inestable de fuerzas bélicas o el silenciamiento
total y definitivo de las armas en el mundo político no refleja el tipo de paz
que encarna Jesús, de la que siempre habla y que trasmite (Jn 14, 27).
Hay
diferentes concepciones de paz:
1.- Eirene:
Esta palabra griega expresa la paz
como fruto de un acuerdo, algo semejante a un tratado de paz.
2.- Shalom:
Esta palabra hebrea también quiere decir “paz”, pero en el sentido de
tranquilidad o ambiente de calma ya sea en un individuo, ya sea entre
personas y naciones.
En este sentido la paz del mundo se
entiende de dos maneras:
1. Como el mero equilibrio de fuerzas antagónicas:
Esta paz, obviamente, tiene bases frágiles y es aparente. Esta
es la paz que Cristo no solo no ha venido a traer sino que ha venido a
denunciar.
¿Y por qué esta concepción de la paz del
mundo no es verdadera? Porque está basada
en una prosperidad que encierra una serie de injusticias. Es que no puede haber
verdadera paz si hay abusos de los poderosos contra los débiles,
si por encima de los valores humanos se ponen ciertos intereses, si hay
desprecio de Dios y de los valores de su reino; lógicamente una paz así no se
puede sustentar, no puede durar.
2. Como el consenso de las mayorías. Esta tampoco será la
paz de Cristo, pues en temas de fe y moral (temas directamente relacionados con
la salvación) el consenso de la mayoría no equivale a la verdad. Pero la
verdad, en mayúsculas, se ha abierto camino en la historia, ha avanzado y se ha
establecido gracias a los profetas; sus voces aisladas (empezando por la voz
del mismo Cristo) terminan siendo calladas, pero su sacrificio será fecundo y
de alguna manera sigue avanzando la verdad en el mundo.
3. Pero la paz, en su significado más
auténtico, es la armonía
espiritual que
reina en el corazón de la persona que se relaciona correctamente con Jesús, y
en Él con Dios (Rm 5, 1). Esta es la paz profunda y duradera que no nos podrán
quitar si nos esforzamos por mantener (Jn 10, 27-28) y será el
cumplimiento de la obra de Cristo como “Príncipe de paz”.
Jesús además, sobre todo como resucitado
(Lc 24, 36), en muchas ocasiones saludó a sus discípulos ofreciendo la paz.
¿Pero a qué paz se refiere? Jesús nos regala una paz que será interior como
consecuencia de una sana relación con Él.
Por eso no podemos vivir en paz si
tenemos problemas de conciencia,
y Jesús no lleva paz a las conciencias de los hombres que, por ejemplo,
favorecen las injusticias de todo tipo. ¿Quién tiene paz en su alma si se pone
en contra de las enseñanzas del Evangelio?
Y la relación con Cristo se realiza por
la acción del Espíritu Santo que el mismo Jesús prometió (Jn 16, 7). El Espíritu Santo nos permitirá vivir llenando nuestra
vida con sus dones, entre ellos, los dones del amor, del gozo y de la paz
(Ga 5, 22-23).
Y aunque la acción más profunda e
importante del Espíritu Santo sea permitirnos experimentar en nuestro interior
el amor, el gozo y la paz de Dios, esto no significa que dicha experiencia se
deba quedar dentro de cada quien para beneficio personal sino que debe alcanzar
a las demás personas para que sea auténtica, “solícitos en guardar la unidad
del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4, 1-3).
De manera que Jesús el ‘Príncipe de paz’
ha venido obviamente a traer paz al mundo a través de la implantación de los
valores de su reino desde el corazón de los redimidos; una paz que se propaga
de corazón a corazón.
Pero el
vivir en unidad con otras personas puede ser extremadamente difícil, hecho que
hace aún más difícil mantenernos interiormente en paz con Dios. Jesús nunca prometió que fuera fácil
tener paz interior y ser factores de paz; Jesús sólo nos da ánimos y nos pide
confiar para que tengamos paz en Él (Jn 14, 1). San Pablo nos dice que si
clamamos a Dios, nos dará su paz, “la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento” (Flp 4, 6-7).
Y aunque el cristiano experimente
desaprobación por querer ser fiel a Jesús no debe perder nunca su paz interior.
No es fácil en ocasiones para el buen cristiano soportar la oposición (que se expresa de muchas maneras) de
aquellos que le rodean, pero el amor puede más; un amor que debe repercutir
positivamente en los enemigos, adversarios y opositores.
Jesús se ha encarnado para anunciar el
evangelio de la paz: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el
evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos”
(Hch 10, 36)”; para hablarnos de ciertas cosas que son fuente de paz: “Estas
cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción;
pero confiad, yo he vencido al mundo (Jn 16, 33)”.
Jesús no vino a ordenar guerras ni a
iniciarlas ni a avivarlas, como tampoco sus palabras son en absoluto una
invitación al uso de la violencia para concretar su misión redentora. Si Jesús,
el Príncipe paz alentara cualquier forma de violencia se contradiría, no sería
propio de Él que es Dios.
La relación correcta con Dios es total y
francamente opuesta al uso de cualquier instrumento de violencia, de división,
de conflicto. La fe
en Dios y la violencia son realidades radicalmente incompatibles,
diametralmente opuestas.
Jesús vino para que su propuesta sea
aceptada por cada ser humano de tal manera que en toda la humanidad haya un
solo corazón y una sola alma (Hch 4, 32). Pero ya se sabe que todo lo nuevo necesariamente encuentra
rechazo, y no se establece sin oposición; y el proyecto de
Dios no es la excepción.
Y como no todos han aceptado, aceptan o
aceptarán su propuesta pues aquí aparece la causa de la división, el conflicto
y el antagonismo; y Jesús, más que en convertirse en un factor de unión y/o de
desunión, se ha convertido “en piedra de tropiezo y roca de escándalo” (1 P 2,
8a), no por sí mismo sino por las reacciones que genera en el ser humano.
Bien se lo anunció a la Virgen María el
profeta Simeón: “Este
niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción” (Lc 2,
34).
HENRY VARGAS HOLGUÍN
Fuente: Aleteia