No es necesario
rebautizarse
Es propio de los seres humanos tomar
constantemente decisiones que pueden conducir a la persona por muchos
caminos. Algunas de estas decisiones son irrelevantes, otras no y otras son muy
trascendentales. Son decisiones de todo tipo, decisiones que abarcan todo
aspecto de la vida, decisiones que con el tiempo se revelarán acertadas o no.
Una de estas decisiones trascendentales
tiene mucho que ver con la relación con Dios; y, en el caso de los católicos,
dicha relación con Dios pasa por la Iglesia.
Para muchos esta relación ha sido
constantemente feliz, serena y fructosa. En otros casos es una relación tibia y
esporádica, para algunos se trata de una relación de constante y total indiferencia
y, finalmente, para otros, de odio y de rechazo abierto.
Algunos de estos dos últimos grupos optan
por “abandonar” todo vínculo con la Iglesia. Pongo la palabra abandonar entre
comillas pues si estas personas han recibido válidamente el sacramento del
bautismo, seguirán siendo miembros de la Iglesia.
No podrán por tanto dejar la Iglesia,
pues siempre pertenecerán a ella por el principio canónico de que una vez
católico, siempre se es católico; o sea si la persona fue bautizada y, por alguna
razón, se aleja, aun así continúa siendo católica.
Recibir el sacramento del bautismo en la
Iglesia vincula a la persona a la Iglesia por siempre. Y ser miembro de la
Iglesia no es cuestión de una simple afiliación a la misma, como tampoco es
como hacerse socio de un club en el que, con un carnet, me apunto y me
desapunto cuantas veces y por cualquier motivo quiera.
Por eso, en caso de retorno a la Iglesia, incluso de un apóstata, la
persona no tiene que ser rebautizada, porque el bautismo es uno de los sacramentos que imprime
carácter.
La Iglesia no es una institución que
mantenga ficheros de sus “afiliados”, pues la Iglesia es madre y como toda
madre normal no lleva un archivo de sus hijos.
Y aunque un hijo podría renegar de su
madre y abandonarla, la madre nunca renegará de su hijo; el hijo siempre será su hijo y la madre
siempre será su madre. De la misma manera, la Iglesia lleva a sus hijos en lo
profundo de su corazón aunque algunos de sus hijos decidan abandonarla.
Lo que en realidad pasa es que se
abandona la práctica de la fe, la vivencia de los sacramentos, el crecimiento
espiritual.
¿Por qué algunos católicos se marginan de
la Iglesia?
Los fieles que han optado por abandonar
la Iglesia han tenido diferentes motivaciones: unos han sido presa de la confusión al desconocer la auténtica identidad de la Iglesia, y han preferido frecuentar algunas
propuestas de ‘fe’ muy humanas. Otros se han echado encima una carga tan pesada
de pecados que piensan que todo está perdido, y no es
así.
En otros casos los fieles creen que, por
la ley de lo más fácil, mantenerse al margen de la Iglesia es lo mejor y más cómodo.
Otros han crecido en un ambiente familiar en donde apenas existe alguna tímida
vivencia de la fe y acaban por perder todo vínculo con la Iglesia.
También los hay que dejaron la Iglesia
por dejadez. No ven el por qué de lo que la Iglesia
enseña, pide y espera de sus miembros. Otros abandonan la Iglesia por enfado,
por desilusión. Se cree que los pecados de los hijos de
la Iglesia hacen a la Iglesia pecadora, pero no es así.
Muchos otros han dejado la Iglesia porque
se les ha enfriado el amor y el interés por ella, se duda de su
honestidad, se le juzga bajo la lupa de la sospecha y se han escandalizado de los pecados de algunos fieles de la
misma, incluso de quienes deberían recibir un buen ejemplo de fe.
En otros casos son las preocupaciones de la vida cotidiana las que absorben toda la
atención y a las que se les da prioridad; se cree
que Dios no tiene nada que decir o hacer.
Otros han recibido, con culpa o sin culpa, duros golpes en la vida que han sido una tentación para enfadarse
con Dios y por tanto dejan toda práctica religiosa en la Iglesia. En otras
personas hay alguna razón que a veces ni los mismos fieles pueden explicar con
exactitud.
En fin, razones para dejar la Iglesia no faltan. Pero las motivaciones para volver a la
Iglesia son también muchas, más numerosas y de mucho peso. En todo
caso las personas que quieren volver no tendrán las puertas de la Iglesia
-y de la iglesia parroquial- cerradas.
No importa por cuánto tiempo el fiel haya
estado alejado de la Iglesia, siempre puede volver a casa. No importa por qué se fue o por qué
dejó de ir a misa, siempre puede volver a la fe católica y practicar los
sacramentos. No importa la causa, todos son bienvenidos de nuevo a la Iglesia y
algo siempre habrá que hacer.
La Iglesia, como Jesucristo mismo, exulta
de gozo cuando un fiel regresa.
Recordemos las parábolas de la oveja perdida, del hijo prodigo. “Habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de
conversión” (Lc 15, 7).
Y, efectivamente, algunos de estos fieles
que han “abandonado” la Iglesia regresan al descubrir tarde o temprano
lo equivocada que fue la decisión personal de abandonarla.
En el fondo del corazón descubrieron que, si se mira sin prejuicios la esencia de la Iglesia, la plenitud
de la verdad y de la gracia está en ella.
Como también se da el caso de quienes, no
conociendo la Iglesia o que nunca habían sido católicos, han descubierto su riqueza
insondable y quieren conocerla a fondo e, incluso, después de un camino de
formación, incorporarse en plenitud a la misma.
Una persona que regresa al seno de la
Iglesia es porque se ha dado cuenta del valor que ella tiene. Es una persona
que abraza realmente la Iglesia a conciencia y quiere formar parte de ella
no por tradición, costumbre o por inercia sino por convicción,
y con la convicción de que la Iglesia que Jesucristo fundó es la católica.
Una persona que quiere volver puede ir a
ver al sacerdote de la parroquia a la cual se pertenezca en razón del domicilio
o ir a una comunidad religiosa que más le llame la atención e iniciar un
diálogo con algún sacerdote, religioso o religiosa. Si es el caso, el sacerdote o el(la)
religioso(a) podrá derivar el caso al obispo de su diócesis acompañando a dicho
fiel.
El diálogo es importante, pues sin diálogo no existe
familia ni fraternidad. Por eso el fiel es invitado a venir y hablar y dar así el primer paso
de regreso.
El párroco o los religiosos le indicarán
a la persona qué hacer. Si tras ser bautizado no ha recibido los
sacramentos de iniciación cristiana (comunión y confirmación) pues será
preparado para ello pasando primero por el sacramento de la confesión.
Una vez recibidos estos sacramentos, el fiel
podrá contar con un seguimiento junto a algún cursillo personalizado de formación en la fe.
Si el fiel reingresa con los sacramentos
de iniciación cristiana pues se mirará qué más habrá que hacer; incluyendo, en
muchos casos, la preparación al sacramento del matrimonio.
La Iglesia siempre acoge a sus hijos como
lo hace Cristo pues los dos son una única e indisoluble unidad y realidad, la
Iglesia es el cuerpo místico de Cristo. Y Cristo, como la Iglesia, está para
acoger a los pecadores; Cristo la fundó para acoger y servir a pecadores.
Cristo, cuando hablaba con las personas,
no hablaba solo con sus discípulos, hablaba con ladrones, publicanos,
prostitutas, etc. De manera pues que la Iglesia (una, santa, católica y
apostólica) es el lugar de encuentro con Cristo, y allí es donde todos nos
encontramos con Él como el médico que sana.
Fuente:
Aleteia