Segunda predicación de adviento del padre Raniero Cantalamessa, predicador
de la Casa Pontificia
El padre Raniero Cantalamessa, predicador
de la Casa Pontificia, ha proseguido este viernes las predicaciones a la Curia
Romana en el Vaticano, que realiza durante el Adviento. Este ciclo de
predicaciones le ha dedicado a la obra del Espíritu Santo en la vida del
cristiano. De este modo, el padre Cantalamessa ha
reflexionado sobre el Espíritu Santo y el carisma del discernimiento.
San Pablo –ha recordado– menciona un
carisma particular llamado “discernimiento de espíritu”. En su origen esta
expresión tiene un sentido muy preciso: “indica el don que permite distinguir,
entre las palabras inspiradas o proféticas pronunciadas durante una asamblea,
las que vienen del Espíritu Santo y las que vienen de otros espíritus, o sea
del espíritu del hombre, o del espíritu demoníaco, o del espíritu del mundo”.
También para el evangelista Juan, ha precisado el predicador, este es el
sentido fundamental. El discernimiento consiste en “poner a la prueba las
inspiraciones para saber si provienen realmente de Dios”.
Así, ha asegurado que existen dos campos
en los que se debe ejercitar este don del discernimiento de la voz del
Espíritu: el eclesial y el personal. En el campo eclesiástico “el
discernimiento del espíritu es ejercitado con autoridad por el magisterio”, que
entretanto debe tener en cuenta entre otros criterios, también el del “sentido
de los fieles”, el “sensus fidelium”.
Por otro lado, ha recordado que la regla
constante del actuar de Jesús en el Evangelio, en materia moral se resume en
pocas palabras: “No al pecado, sí al pecador”. Si
nos preguntamos cómo se justifica teológicamente una distinción tan neta entre
el pecado y el pecador –ha aseverado el padre Cantalamessa– la respuesta es
simplísima: el pecador es una criatura de Dios, hecho a su imagen, y que
conserva toda su dignidad a pesar de todas las aberraciones; el pecado, en
cambio, no es obra de Dios, no viene de Él sino del enemigo.
Asimismo, ha querido subrayar que un
factor importante para realizar la tarea de discernimiento de los signos de los
tiempos es la colegialidad de los obispos. El ejercicio efectivo de la
colegialidad “aporta el discernimiento” a la “solución de los problemas la
variedad de las situaciones locales y de los puntos de vista”, las luces y los
dones diversos, del cual cada Iglesia y cada obispo es portador.
Respecto al discernimiento en la vida
personal, el predicador ha observado que san Pablo da un criterio objetivo de
discernimiento, el mismo que ha dado Jesús: el de los frutos. Las “obras de la
carne” revelan que un cierto deseo viene desde el hombre viejo pecaminoso; “los
frutos del Espíritu” revelan que vienen desde el Espíritu.
A veces –ha señalado– este criterio
objetivo no es suficiente porque la decisión no es entre el bien y el mal,
“sino entre un bien y otro bien” y se trata de entender “qué cosa Dios quiere
en una precisa circunstancia”. Fue sobre todo para responder a esta exigencia
que “san Ignacio de Loyola desarrolló su doctrina sobre el discernimiento”, ha
precisado. Él invita a mirar sobre todo una cosa: las propias disposiciones
interiores, “las intenciones que están detrás de una determinada decisión”.
En el fondo, ha precisado, se trata de poner
en práctica el viejo consejo que el suegro Jetro le dio a Moisés: “presentar
las cuestiones a Dios” y esperar en oración su respuesta.
El predicador ha advertido de que “el
peligro de algunos modos modernos de entender y practicar el discernimiento” es
acentuar a tal punto “los aspectos psicológicos”, que llevan a olvidar el
agente primario de cada discernimiento que es “el Espíritu Santo”.
El discernimiento “no es en fondo ni un
arte ni una técnica, sino un carisma, o sea un don del Espíritu”, ha afirmado
el padre Cantalamessa. También ha afirmado que al lado de la escucha de
la Palabra, “la práctica más común para ejercitar el discernimiento a nivel
personal es el examen de conciencia”. Esto –ha indicado– no debería limitarse
solamente a la preparación para la confesión, sino volverse una capacidad
constante de ponerse bajo la luz de Dios y dejarse ‘escrutar’ en la intimidad
por Él.
Finalmente, el padre Cantalamessa ha
señalado que el fruto concreto de esta meditación tendría que ser una “renovada
decisión de confiarse todo y enteramente” a la guía interior del Espíritu
Santo, como en una especie de “dirección espiritual”. Así, su
última sugerencia ha sido “abandonarnos al Espíritu Santo como las cuerdas del
arpa a los dedos de quien las mueve”.
ROCÍO LANCHO GARCÍA
Fuente:
Zenit