Eucaristía y matrimonio
Antes de dar la relación entre ambos sacramentos,
repasemos un poco la maravilla del matrimonio.
Es Dios mismo quien pone en esa mujer y en ese hombre
el anhelo de la unión mutua, que en el matrimonio llegará a ser alianza,
consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de los hijos.
El matrimonio no es una institución puramente humana.
Responde, sí, al orden natural querido por Dios. Pero es Dios mismo quien, al
crear al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la misión
noble de procrear y continuar la especie humana.
El matrimonio, de origen divino por derecho natural,
es elevado por Cristo al orden sobrenatural. Es decir, con el Sacramento del
Matrimonio instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para
cumplir sus deberes de esposos y padres de familia.
Por tanto, el Sacramento del Matrimonio o, como se
dice, el “casarse por Iglesia” hace que esa comunidad de vida y de amor sea una
comunidad donde la gracia divina es compartida.
Por su misma institución y naturaleza, se desprende
que el matrimonio tiene dos propiedades esenciales: la unidad e
indisolubilidad. Unidad, es decir, es uno con una. Indisolubilidad, es decir,
no puede ser disuelto por nadie. El pacto matrimonial es irrevocable: “Hasta
que la muerte los separe”.
Repasemos las partes de la celebración matrimonial.
- Liturgia de la palabra: hay 35
textos entre los cuales los novios pueden elegir.
- Consentimiento de los contrayentes: después de un triple interrogatorio sobre si son libres, si serán
fieles y si se comprometen a tener hijos y educarlos en la ley de Cristo y
de la Iglesia.
- Entrega de los anillos,
bendecidos por el sacerdote, signo de su unión y fidelidad.
- Bendición nupcial de Dios a ambos.
- Bendición final.
No olvidemos que los ministros del Sacramento son los
mismos contrayentes. El sacerdote sólo recibe y bendice el consentimiento.
¿Qué relación tiene el Sacramento de la Eucaristía con
el del Matrimonio?
La Eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Es
el sacrificio del Cuerpo entregado, de la Sangre derramada. Todo Él se da:
Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Es la comunión, el Cuerpo que hay que comer y
la Sangre que hay que beber. Y comiendo y bebiendo esta comida celestial,
tendremos vida eterna. Es la presencia que se queda en los Sagrarios para ser
consuelo y aliento.
El matrimonio también es sacrificio, comunión y
presencia. Es el sacrificio en que ambos se dan completamente, en cuerpo,
sangre, alma y afectos. Y si no hay sacrificio y donación completa, no hay
matrimonio sino egoísmo.
El matrimonio es comunión, ambos forman una común
unión, son una sola cosa, igual que cuando comulgamos. Jesús forma conmigo una
común unión tan fuerte y tan íntima, que nadie puede romperla.
El matrimonio, al igual que la eucaristía, también es
presencia continua del amor de Dios con su pueblo.
El amor es esencialmente darnos a los demás. Lejos de
ser una inclinación, el amor es una decisión consciente de nuestra voluntad de
acercarnos a los demás. Para ser capaces de amar de verdad es necesario
desprenderse cada uno de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos, para
darnos sin esperar que nos agradezcan, para amar hasta el final. Este
despojarse de uno mismo es la fuente del equilibrio, el secreto de la
felicidad.
El matrimonio se fortalecerá en fidelidad, si ambos
cónyuges se alimentan de la eucaristía.
Por: P. Antonio Rivero LC