Eucaristía y visitas eucarísticas
En una Iglesia de España entraron unos estudiantes de
arte y le preguntaron al cura párroco:
·
¿Qué es lo que hay de más valor en
esta Iglesia, digno de visitar?
·
¡Vengan!,- les respondió el cura.
Algunos de los chicos iban exclamando: ¡qué linda
iglesia! ¡qué columnas! ¡fijaos qué rosetones! ¡qué capiteles! ¡Qué arte!
Cuando el sacerdote llegó al presbiterio saludó al
Señor con una genuflexión.
·
Aquí tienen. Esto es lo de más valor
que tenemos en la Iglesia. ¡Aquí está el Señor y Dios!
Esos chicos tardaron unos segundos en reaccionar. No
sé si les parecía que el cura les tomaba el pelo, el caso es que se fueron
arrodillando uno tras otro. Después el sacerdote les explicó otros valores
artísticos de la iglesia. Junto a la lección de arte, aquellos turistas
recibieron una sencilla y maravillosa lección de fe y piedad.
De aquella visita eucarística, este buen sacerdote se
sirvió para inculcarles el respeto y veneración ante lo sagrado y para
descubrirles, de un modo gráfico, que en un templo católico a quien hay que
darle la primacía es al Señor en el Sagrario.
Cuando te encuentres cerca de un Sagrario, piensa “ahí
está Jesús”. Y desde ahí te ve, te oye, te llama, te ama.
El arte debe estar en función de la belleza de Dios y
de la presencia real de Cristo. Por eso, para un cristiano, la visita a una
iglesia no debería ser nunca ni exclusiva ni principalmente “artística”.
Primero hay que visitar y saludar al Señor de la casa, y secundariamente
se podrán visitar las muestras de arte, hechas con cariño por generaciones de
cristianos que han dejado allí signos de su amor y de su adoración.
Por eso la costumbre de los cristianos, tan
recomendada hoy y siempre por la iglesia, de visitar a Jesús en el Sagrario, es
una finura de amor que contrasta con la actitud irreverente que algunos adoptan
ante el Santísimo Sacramento. Incomprensión, ¡no saben quién está ahí!
Indiferencia, ¡no les importa! Irreverencia, ¡hablando, riendo, comiendo en la
iglesia!
Si nos fijamos, por ejemplo, en cómo se comportan los
fieles que acuden a una iglesia, ya sea en el modo de vestir, de estar, de
sentarse, de hacer la genuflexión, podemos deducir en buena medida el grado de
fe de esas personas, aunque a veces sólo es falta de la mínima cultura
religiosa. No se sabe responder. Se ponen de pie cuando hay que arrodillarse.
Están con la gorrita en la cabeza. Distracciones. Se habla durante la misa.
Novios que se están besando, abrazando, tocando, mirando. ¡Qué desubicados!
¿De qué tenemos que hablar en esas visitas
eucarísticas?
Abrir el corazón. Dejarnos quemar, calentar por los
rayos de Cristo. Hablarle de nuestras cosas. Encomendar tantas necesidades.
Pedirle fuerzas. Alabarlo. Adorarlo. Darle gracias.
¿Cómo tenemos que hablarle?
Con sencillez, sin palabras rebuscadas: “Él me mira
y yo le miro”. Con la humildad del publicano, reconociendo su grandeza y
nuestra miseria. Con la confianza de un amigo. Con la fe del centurión, de la
hemorroisa. Con mucha atención, sin distracciones.
Por: P. Antonio Rivero LC