Cómo diferenciar la una de la otra
Todos nosotros hemos experimentado la soledad en algún momento de nuestras vidas. Del mismo modo que una persona es diferente de otra, la soledad, también, tiene varios rostros; para algunos no es más que un estado temporal causado por problemas y tribulaciones pasadas, para otros, es algo permanente, debilitante y devastador.
No importa si la soledad viene y va o si ha venido para quedarse, cuando llega, se distinguen dos variedades: positiva y destructiva.
La aceptación aporta alivio. Nos libera, nos calma y nos ayuda a afrontar cualquier suceso; nos abre al mundo y a los demás.
Por el contrario, la falta de aceptación genera frustración, tensión, estrés, dolor y ansiedad. Pone en marcha una serie de mecanismos de adaptación para aliviar el sufrimiento.
Uno de estos mecanismos es la supresión de pensamientos, emociones o patrones de comportamiento desagradables en favor de otros más enriquecedores. Por ejemplo, para prevenir pensamientos de soledad, procuro tener muchas mascotas de las que cuidar.
El rechazo, o el barrer hacia un lado el deseo de una relación, es otro mecanismo de defensa. Por ejemplo, me olvido de las reuniones familiares, de los cumpleaños y de las reuniones con los amigos y quiero aislarme de ellos.
La negación es otro mecanismo de supervivencia: finjo que no estoy en riesgo de quedarme aislado y que todavía tengo mucho tiempo por delante.
La carencia de aceptación de la soledad propia conlleva el riesgo de caer en todo tipo de adicciones, las cuales sólo intensifican el aislamiento, con lo que se puede desembocar en una vida alejada de la realidad, en un desapego de uno mismo y del mundo exterior.
Una persona en esta situación a menudo experimenta un sentido de vergüenza, culpa y desconfianza. Así se camina de forma certera hasta la elección de la soledad como estilo de vida.
No se puede negar que vivir con uno mismo es mucho más sencillo. Vivimos como queremos, sin correr el riesgo de resultar heridos, sin reñir con otros ni hacer concesiones. Podemos ser nosotros mismos; sin nadie que nos limite, juzgue o critique.
Por supuesto, la soledad escogida tiene un gran valor en sí. Es como estar en silencio, que contribuye a discernir, desarrollar y comprender nuestro propio pensamiento y a nosotros mismos.
Estando solos podemos redescubrirnos, conocer mejor nuestras pasiones y expectativas. Es posible que vivamos en armonía con nosotros mismos y encontrar tiempo para lo que consideremos importante.
Permanecer solo puede ser también una elección vital consciente, en nombre de una misión o una pasión. Es la elección, por ejemplo, de los viajeros, los militares o los misioneros laicos.
La soledad podría considerarse positiva cuando surge de una necesidad interior y consciente de alejarse de las personas y del entorno que nos rodea.
En este sentido, es un estado temporal, cuando necesitamos estar a solas para escuchar mejor nuestros propios pensamientos y discernir nuestros sentimientos para desprendernos de nuestros viejos hábitos.
La soledad nos ayuda a reconciliarnos con el pasado. Asimismo, nos permite considerar nuestras relaciones más de cerca y con una perspectiva desapasionada.
Sin embargo, la soledad también puede ser destructiva. Es lo que sucede cuando nos oponemos a ella desde nuestro interior y cuando la vemos como un estado de desesperanza.
Esto podría conducirnos a inestabilidad emocional, con sentimientos dominantes de indefensión, tristeza y resignación, a veces incluso de depresión.
También podemos caer en estados de ansiedad y volvernos extremadamente inquietos en relación al futuro, lo cual puede resultar en toda clase de comportamientos compulsivos.
Por ejemplo, cuando intentamos contactar con otras personas desesperadamente, pasando horas en chats por internet o navegando por páginas de citas, nos adentramos en muchas relaciones superficiales, falsas y tóxicas sólo por tener a alguien cerca.
Consumidos por la ansiedad, acabamos asociándonos con personas que nunca aprobaríamos en otras circunstancias.
Además, nuestras acciones a menudo toman un carácter marcadamente dispar del de nuestro sistema de valores; por ejemplo, nos unimos a diferentes tipos de grupos turbios, sectas y comunidades sólo para establecer contacto con otros, para no sentirnos vacíos o solos. Practicamos relaciones sexuales con personas que apenas conocemos sólo para mantenerlas cerca.
La soledad destructiva es autoengaño. Aunque hablemos mucho, decimos poco de nosotros mismos, temerosos de divulgar nuestros verdaderos sentimientos, necesidades, expectativas y preocupaciones.
Todas estas acciones resultan efectivas sólo durante un breve periodo de tiempo, acallando y rellenando fugazmente nuestro vacío interior.
Las acciones desarrolladas en un estado de depresión o ansiedad pueden resultar arriesgadas o incluso autodestructivas, como al entrar a ser miembros de una comunidad de mala reputación, o al recurrir a los intentos de suicidio o directamente al suicidio.
La soledad destructiva es causa de sufrimiento, frustración, insatisfacción, aislamiento y baja autoestima. Es una debilidad, una huida de uno mismo.
La soledad buena conduce al autodescubrimiento; fortalece a la persona.
Debemos recordar que todos nosotros somos dueños y responsables de nuestras elecciones. Hay mucho que depende sólo de nosotros mismos; podemos decidir si nuestras vidas van por el buen camino o si van por el camino de la perdición.
Fuente: Este texto fue publicado originalmente en la edición polaca de Aleteia en: http://pl.aleteia.org/kiedy-uwiera-nas-samotnosc/