Eucaristía y peregrinación
Jesús nos ha dejado este Sacramento para nosotros que
peregrinamos a la Patria del cielo.
El camino es largo y fatigoso. Jesús lo hace más suave
y amable porque lo camina con nosotros. El camino es arriesgado y peligroso.
Por momentos aparecen las tentaciones, las dudas, el enemigo. Jesús es refugio
y defensa. El camino es, a veces, oscuro y con nubarrones. Jesús Eucaristía lo
ilumina con su sol espléndido. En el camino nos puede invadir, a veces, la
tristeza, la desesperanza, el desencanto, como les pasó a los discípulos de
Emaús. Pero Jesús Eucaristía hará arder nuestro corazón.
Jesús Eucaristía se quiere arrimar a nosotros, se hace
también Él peregrino y se pone a caminar junto a nosotros, alentándonos,
abriéndonos su corazón, explicándonos las Escrituras. ¡Qué calor nos infunde!
En el camino nos amenaza la tarde, se hace tarde, se oscurece la vida. Y Jesús
enciende la luz de su Eucaristía y nuestras pupilas se abren, se dilatan
en Emaús.
Con Jesús nunca es tarde, nunca anochece, siempre es
eterna primavera, es mediodía. En el camino no vemos el momento de sentarnos a
descansar a la vera, o entrar a una casa para reponer fuerzas, y Jesús
Eucaristía es ese descanso del peregrino.
En el camino sentimos hambre y sed. Por eso Cristo
Eucaristía se hace comida y bebida para el peregrino. En el camino
experimentamos el deseo de hablar con alguien, que nos haga agradable la
subida, la monotonía de ese camino. Y Jesús Eucaristía quiere entablar con
nosotros diálogos de amistad.
En este camino hacia la Patria Celestial nos pesa
nuestra vida pasada, nuestros pecados gravan sobre nuestra conciencia y
ponen plomo sobre nuestros pies, hasta el punto de inmovilizarlos. Y Jesús
Eucaristía nos abre su corazón misericordioso, como a esa mujer de Samaria o
como a ese Zaqueo de Jericó, y nuestros pecados se derriten y Él nos da alas
ligeras para volar por ese camino.
Dios mismo se ha hecho peregrino en su Hijo Jesús. Ha
atravesado el umbral de su trascendencia, se ha echado a las calles de los
hombres y lo ha hecho a través de la Eucaristía. Jesús es el eterno peregrino
del Padre que viene al encuentro del hombre que también peregrina hacia Dios.
Entonces resulta que ya no sólo nosotros somos peregrinos hacia Dios sino que
el mismo Dios en Jesús peregrina hacia nosotros haciéndose Él mismo el camino
de esta peregrinación y el alimento para el camino y la compañía.
¿Cómo viene Jesús peregrino hacia nosotros?
Con un inmenso amor de hermano y ternura, con una
entrañable compasión por nosotros y, sobre todo, con el corazón de Buen Pastor
para subirnos y ponernos en sus hombros, contento y feliz, y darnos su
alimento.
Y todo esto lo hace a través de su Eucaristía. En la
Eucaristía Jesús es Pastor, que con sus silbos amorosos nos despierta de
nuestros sueños, es Hermano mayor, que nos comprende y nos acoge como somos; es
Vianda, que nos alimenta y fortalece.
Ahora entendemos por qué, cuando nos llega el momento
de nuestra muerte, el sacerdote, junto con la unción de los enfermos, nos da la
comunión como Viático para el camino al Padre, después de nuestra muerte.
¿Qué cosas no hay que hacer durante la peregrinación
al Padre?
No debemos detenernos con las bagatelas del borde del
camino, que nos atrasarían mucho el encuentro con Jesús. No debemos sestear en
la pereza y comodidad de nuestros caprichos. No debemos desistir de caminar y
volver atrás, desviándonos del camino recto, para volver al Egipto seductor que
me ofrece sus cebollas, a la plaza de los placeres, a la vida libertina. No
debemos echarnos a un lado y encerrarnos en nuestra propia tienda de campaña,
en nuestra bolsa de dormir, despreciando la compañía de nuestros hermanos que
nos animan con sus cantos.
Hagamos de la Eucaristía nuestra parada técnica
durante la peregrinación para reponer fuerzas, cambiar las llantas, descansar,
alimentarnos. Sí, la Eucaristía es solaz, es refugio, es hostal, es puesto de
socorro y de primeros auxilios para todos los que peregrinan hacia la Patria
del Padre Celestial.
Por: P. Antonio Rivero LC