Es difícil seguir
creyendo en medio de las dificultades, de las tragedias
Necesito creer en la
presencia sanadora de Jesús en mi vida: “El
Señor me respondió así: – El justo vivirá por su fe”. Quiero vivir
de la fe. Pero me falta fe. Ayer domingo los discípulos le pedían a Jesús que
aumentara su fe: “En
aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: – Auméntanos la fe”.
Yo tengo poca fe. Me parezco a esos
discípulos que no tenían fe. Me parezco a veces a tantos hombres sin fe. ¿Cómo
es mi fe de verdad?
A veces puedo ver la fe como
algo estático. Como un conjunto de creencias, de principios, de dogmas. Un
conjunto de valores que heredé de mis padres o que me regaló Dios en algún
momento de mi vida. Un conjunto de verdades que quiero conservar hasta la
muerte, pase lo que pase. Pero me
quedo en la teoría.
Creo o no creo en lo que me
pide la Iglesia. Me ato a la certeza incierta de que Dios existe y hay un
cielo. Pero es algo racional que no toca el corazón. No baja de mis labios.
Y divido a los hombres en
creyentes y no creyentes. Separo a los que creen en todo lo que pide la Iglesia
y los que quitan parte de esas creencias porque no las comparten. Hago grupos. Divido, separo.
Quizás mi fe es una fe algo
estática. Una fe
que no me lleva a actuar, a amar, a dar la vida. Y la fe que no
tiene obras, es una fe muerta. Digo
que tengo fe, pero es una fe teórica, de conceptos, de
principios, de teorías. Por eso luego vivo en la práctica como si no tuviera
fe.
Pienso en lo que hay que
hacer y lo hago. Sólo
quiero obedecer. Y no acabo de ver el poder infinito que tienen mis palabras
finitas. Y no me
asombro de su carne entre mis manos donde antes había sólo pan.
Y no me maravillan los
milagros que nadie ve, de los cuales a veces soy testigo. Esos milagros ocultos
en el fondo de las almas. Donde yo me abismo con respeto infinito. Y no soy
capaz de ver la mano sanadora de Jesús haciendo milagros sencillos.
Me falta fe. Tal vez porque
la vida me ha enseñado el dolor de los hombres. Y he sido testigo de pérdidas y
desgracias. Y resuenan en mi alma las palabras del padre José Kentenich: “Aunque la fe esté sembrada en el corazón
desde la infancia, resulta difícil conservarla en la vida diaria, en la que Dios permite esas terribles
atrocidades”.
Es difícil seguir creyendo en
medio de las dificultades, de las tragedias, de las desgracias. Y yo soy testigo de esa fe
que se tambalea en muchos hombres en medio de los terremotos. Dios parece
ausentarse de la vida de algunos hombres. ¿Cómo enseñarles a creer? ¿Cómo
aumentar su fe?
Ayer Jesús me decía: “Si tuvierais fe como un granito de
mostaza, diríais a esa montaña: – Arráncate de raíz y plántate en el mar. Y os
obedecería”. Y la
mostaza es la más pequeñas de las semillas. Y la montaña es imposible de ser
trasladada.
Mi fe basta con que sea
pequeña como ese grano minúsculo de mostaza para ser fecunda. Definitivamente
me falta fe. No acabo de creer en el poder oculto entre mis manos. En la fuerza
infinita de su palabra en mis labios.
Dudo y desconfío de esa fe
que sana.
No soy como ese niño abrazado a su madre, confiado en su padre. Soy ese niño adulto que ha perdido la
ingenuidad, la inocencia primera y busca causas y resultados en todo lo que hace. Y juzga
actitudes, y condena. Se aferra a lo que conoce. Y desconfía de lo que no ha
probado.
No acabo de entender cómo se
puede aumentar mi fe. Tal vez dejándome caer en las manos de Dios como un niño. Tal vez renunciando a mis
seguros. No lo sé. Es como un músculo que se
ejercita amando. Caminando. Confiando.
“Auméntame la fe”. Para poder ver un oasis en el
desierto. La paz en medio de la guerra. La vida en la muerte. Su mano providente en el
dolor. Su presencia alentadora al final de mi camino.
Quizás si me adentro más
dentro de mí, más dentro de Jesús, aumentará mi fe. Si dejo de hacer tantos
cálculos humanos y confío en su presencia. Si me dejo llevar por Él por los
senderos de la vida. No lo sé. Tengo poca fe.
Y creo que los hombres son
los que conducen mi vida, sin ver que es Dios quien lo hace oculto en las
sombras. Y me engaño a mí mismo haciendo
proyecciones, diseñando estrategias y olvidándome de rezar más para percibir
sus deseos.
Me falta fe. Como a esos
apóstoles que caminaban con Jesús y no entendían nada. Quiero aprender a
dejarme caer en las manos de Dios.
El otro día leía: “Algo parecido a esa terrible eternidad
entre la angustia y la fe que experimenta un niño cuando por primera vez se
deja caer hacia atrás y prescinde de todo apoyo para descubrir que el agua
realmente lo sostiene y que es capaz de flotar inmóvil y sin ningún esfuerzo”.
Confiar en lo que Dios me
pide. Dejarme caer en el agua y ver que no se acaba todo. Saltar con valor allí
donde Dios me pide que salte. Y ver
lo que no veo. Y encontrar lo que no busco.
Fuente: Aleteia