El próximo día 14 de septiembre se celebra la fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz
En el canto de
entrada en la Eucaristía resuenan unas extrañas palabras de San Pablo:
“Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él
está nuestra salvación, vida y resurrección; él nos ha salvado y libertado”.
¿Gloriarse en
la cruz de Cristo? Eso fue una blasfemia para los judíos, que veneraban el
poder de Dios y esperaban un Mesías poderoso. Y fue una locura para los
griegos, que apreciaban sobre todo la sabiduría, la prudencia y la mesura. Al
venerar a un crucificado, los cristianos se convertían en una auténtica
provocación social.
¿Gloriarse hoy
en la cruz de Cristo? En un mundo que solo aspira a la comodidad y el disfrute,
al triunfo y la fama, aceptar la cruz suena a un masoquismo enfermizo. La cruz
molesta en todas partes. Y proclamar que la cruz es el camino para la salvación
suena a locura.
Y, sin embargo,
Jesús tuvo la osadía de compararse a sí mismo con la antigua serpiente del
desierto: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna” (Jn 3, 14-15).
Con esa imagen
recordaba él la serpiente de bronce que Moisés levantó sobre un mástil en medio
del campamento hebreo. “Cuando una serpiente mordía a uno, miraba a la
serpiente de bronce y quedaba curado” (Núm 21,9).
Jesús habría de
ser elevado en la cruz para ofrecer la salvación a todos los que volvieran a él
sus ojos y su confianza. Evidentemente la salvación no brota de la madera de la
cruz, sino del crucificado en el madero, es decir de su entrega a Dios por los
hombres.
El signo y el
misterio de la cruz se expresan en palabras de entrega. El evangelio de Juan
coloca en labios de Jesús el mejor comentario a esta certeza.
· “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo
único”. Dios no es enemigo de su creación. La vida y la muerte de Jesús son el
gran signo del amor de Dios al mundo. Y la entrega de Jesús a su Padre es el
reflejo del acto por el que el Padre nos ha entregado a su Hijo.
· “Para que no perezca ninguno de los que creen en él”. El
fin de la entrega de Jesús es presentado como un rescate. Aceptadas por la fe,
su vida y su doctrina nos liberan de la frustración humana y del riesgo del
fracaso de nuestra existencia.
· “Para que tengan vida eterna”. Su entrega tiene por
finalidad ofrecernos una vida plena de sentido. La misma vida de Dios que es
amor. La misma vida de su Hijo que se ha distinguido por su donación a los
pequeños, a los humildes y a los pobres. Esa es la vida que pervive hasta más
allá de la muerte y nos une para siempre al Dios viviente.
También en este
tiempo, la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz nos recuerda esa fe y nos
anima a la esperanza.
José-Román
Flecha Andrés
Fuente:
Revista Ecclesia