Tanto antes como después del Concilio Vaticano II han surgido numerosos
grupos eclesiales que constituyen un gran recurso de renovación para la Iglesia
y para la urgente ‘conversión pastoral y misionera’ de toda la vida eclesial”
Los dones
jerárquicos y los dones carismáticos son “co-esenciales” para la vida de la Iglesia. Esta es la
conclusión de Iuvenescit Ecclesia (La Iglesia rejuvenece), una carta de
la Congregación para la Doctrina de la Fe dirigida a los obispos de todo el
mundo.
La carta aborda
la relación entre la jerarquía (sacramento del orden episcopal, presbiteral y
diaconal) y los carismas (suscitados por el Espíritu Santo) en la Iglesia, es
decir, las asociaciones, movimientos y comunidades animados y guiados la
mayoría por laicos.
La publicación
de la Carta lleva fecha del 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés y fue
aprobada por el Papa Francisco el pasado 14 de marzo.
“La Iglesia
rejuvenece por el poder del Evangelio y el Espíritu continuamente la renueva,
edificándola y guiándola con diversos dones jerárquicos y carismáticos”, señala
carta en su introducción.
El inicio del
documento destaca la importancia del Concilio Vaticano II en el
origen de estos carismas que tienen urgencia en “la tarea de comunicar con
eficacia el Evangelio”. Por eso, “en esta tarea indispensable de la nueva
evangelización es más necesario que nunca reconocer y apreciar los muchos
carismas que pueden despertar y alimentar la vida de fe del pueblo de Dios”.
Atracción del
encuentro con el Señor
El texto
reconoce que “tanto antes como después del Concilio Vaticano II han surgido
numerosos grupos eclesiales que constituyen un gran recurso de renovación para
la Iglesia y para la urgente ‘conversión pastoral y misionera’ de toda la vida
eclesial”.
“Los grupos de
fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades proponen formas renovadas
de seguimiento de Cristo en los que profundizar la comunión con Dios y la
comunión con los fieles, llevando a los nuevos contextos sociales la atracción
del encuentro con el Señor Jesús y la belleza de la existencia cristiana vivida
integralmente”.
Los siguientes
capítulos del documento de Doctrina de la fe realizan un breve repaso sobre los
carismas en el Nuevo Testamento y en el Magisterio reciente de la Iglesia.
Respecto a los
dones jerárquicos, el texto afirma que “en sus diversos grados, se dan para que
a la Iglesia, como comunión, no le falte nunca a ningún fiel la oferta objetiva
de la gracia en los Sacramentos,
el anuncio normativo de la Palabra de Dios y la cura pastoral”.
Sobre los dones
carismáticos, explica que “se distribuyen libremente por el Espíritu Santo para
que la gracia sacramental lleve sus frutos a la vida cristiana de diferentes
maneras y en todos sus niveles”. Estos dones “mueven a los fieles a responder
libremente y de manera adecuada al mismo tiempo, al don de la salvación,
haciéndose a sí mismos un don de amor para otros y un auténtico testimonio del
Evangelio para todos los hombres”.
Autenticidad
del carisma
La carta
califica a los movimientos y nuevas comunidades de “dones carismáticos
compartidos” que “muestran cómo un carisma original en particular puede agregar
a los fieles y ayudarles a vivir plenamente su vocación cristiana y el propio
estado de vida al servicio de la misión de la Iglesia”.
Otro de los
asuntos que aborda el documento es el reconocimiento por parte de la autoridad
eclesiástica de estos carismas. Algunos “no requieren de regulaciones
específicas” pero “cuando un don carismático se presenta como ‘carisma
originario’ o ‘fundamental’ entonces necesita un reconocimiento específico para
que esa riqueza se articule de manera adecuada en la comunión eclesial y se
transmita fielmente a lo largo del tiempo”.
Así, “reconocer
la autenticidad del carisma no es siempre una tarea fácil, pero es un servicio
debido que los pastores tienen que efectuar”.
La Congregación
para la Doctrina de la Fe subraya que “la autoridad debe ser consciente de la
espontaneidad real de los carismas suscitados por el Espíritu Santo,
valorándolos de acuerdo con la regla de la fe en vista de la edificación de la
Iglesia”.
En otro de los
capítulos se detallan los criterios para el discernimiento de los dones
carismáticos: “el primado de la vocación de todo cristiano a la santidad; el
compromiso con la difusión misionera del Evangelio; la confesión de la fe
católica; el testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia; el respeto
y el reconocimiento de la complementariedad mutua de los otros componentes en
la Iglesia carismática”.
También señala
“la aceptación de los momentos de prueba en el discernimiento de los carismas”
y “la presencia de frutos espirituales; la dimensión social de la
evangelización”.
Pertenencia de
sacerdotes, seminaristas y matrimonios
La última parte
de “La Iglesia rejuvenece” hace referencia a la relación entre los carismas y
la jerarquía: “la práctica de la buena relación entre los diferentes dones en
la Iglesia requiere la inserción activa de la realidad carismática en la vida
pastoral de las Iglesias particulares”, manifiesta el texto.
El documento
también afirma que “se tendrá que tener en cuenta la relación esencial y
constitutiva entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares”.
Por otro lado,
se reconoce que los dones “pueden estar relacionados con todo el orden de la
comunión eclesial, tanto en referencia a los Sacramentos como a la Palabra de
Dios”. “Ellos, de acuerdo con sus diferentes características, permiten dar
mucho fruto en el desempeño que emanan del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y el Orden, así
como hacen posible una mayor comprensión espiritual de la divina Tradición”.
Sobre la
pertenencia de los matrimonios a estos grupos eclesiales, se dice que “pueden
instruir válidamente a los jóvenes y cónyuges mismos, principalmente a los
recién casados, en la doctrina y en la acción y en formarlos para la vida
familiar, social y apostólica”.
Los sacerdotes
también pueden formar parte de ellos y encontrar así “fuerza y ayuda para vivir
plenamente cuanto se requiere de su ministerio específico”, algo que también
sucede con los seminaristas.
Por último, la
carta nos invita a mirar a María, Madre de la Iglesia y modelo de “plena
docilidad a la acción del Espíritu Santo” y de “límpida humildad”: por su
intercesión, se espera que “los carismas distribuidos abundantemente por el
Espíritu Santo entre los fieles sean mansamente acogidos por ellos y den frutos
para la vida y misión de la Iglesia y para el bien del mundo”.
Fuente: ACI
Prensa