SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS: "HISTORIA DE UN ALMA" (CAPÍTULO XI LOS QUE USTED ME DIO 1896-1897)

Novicias y hermanos espirituales

Madre, Jesús ha concedido a su hija la gracia de penetrar en las profundidades misteriosas de la caridad. Si ella pudiese expresar todo lo que se la ha dado a entender, usted escucharía una melodía de cielo. Pero, ¡ay!, lo único que puedo hacerle oír son simples balbuceos infantiles... 

Si no vinieran en mi ayuda las propias palabras de Jesús, me sentiría tentada de pedirle disculpas y de dejar la pluma... Pero no, he de terminar por obediencia lo que comencé por obediencia.

Madre querida, yo escribía ayer que, al no ser míos los bienes de aquí abajo, no debería resultarme difícil no reclamarlos nunca si alguien me los quita. Tampoco los bienes del cielo me pertenecen. Me han sido prestados por Dios, que puede [19rº] quitármelos sin que yo tenga ningún derecho a quejarme.

Sin embargo, los bienes que vienen directamente de Dios, las intuiciones de la inteligencia y del corazón, los pensamientos profundos, todo eso constituye una riqueza a la que solemos apegarnos como a un bien propio que nadie tiene derecho a tocar... Por ejemplo, si durante la licencia comunicamos a una hermana alguna luz recibida en la oración, y poco después esa hermana, hablando con otra, le dice lo que le habíamos confiado como si lo hubiese pensado ella misma, parece que se apropia de algo que no era suyo. 

O bien, cuando en la recreación decimos por lo bajo a nuestra compañera una frase ingeniosa o que viene como anillo al dedo, si ella la repite en voz alta sin decir la fuente de donde procede, parece también un robo a la propietaria, que no reclama nada pero que tiene muchas ganas de hacerlo y que aprovechará la primera ocasión para hacer saber sutilmente que se han apropiado de sus pensamientos. 

Fuente: Catholic.net