Muchas
veces siento que amo una idea de Dios, pero no a Dios persona
Hoy me quiero detener a pensar en esa
pregunta. Hoy Jesús se acerca a mí y me pregunta por mi nombre: “¿Quién soy Yo para ti?”.
Quiere que le diga qué lugar ocupa en mi
corazón. Quiere saber si es Él a quien sigo o sigo a otros que no tienen
palabras de vida eterna.
Me mira como miró a los suyos. Me mira
conmovido esperando mi respuesta sincera. Por eso quiero hoy mirar a Jesús y
contestarle. Quiero decirle
lo que de verdad significa en mi vida. Quiero mirar mi corazón
y descubrir su verdad en mí. Él está en mí. Él conduce mi vida pero yo muchas
veces sigo a otros.
¿Cuál es ese Jesús al que sigo? ¿Qué imagen de Cristo es la que llevo
grabada en mi alma?
Jesús ha venido a mi vida para cambiarla,
pero yo sigo tantas veces centrado en mí mismo, en mis planes, en mis sueños. Vivo buscando mi
seguridad y mi camino y no quiero darme por entero. Digo que sigo a Jesús pero no lo hago de
verdad. Me quedo quieto, mudo, con miedo.
¿Quién es Jesús para mí? Me gustaría
decirle que es el centro de mi vida. Que sin Él no tengo nada. Que mi vida está
plasmada por su amor. Me gustaría confesarle mi deseo de seguir siempre sus
pasos. Su verdad me toca en
lo más profundo. Quiero ser como Él. Quiero ser Él.
Jesús quiere que le siga a mi manera y
quiere que lleve conmigo mi cruz, su cruz. Me dice lo que espera de mí. Yo sé
quién es Jesús. Sé que padeció por mí.
Por eso quiero caminar a su lado, sufrir y padecer con Él.
Pero a veces dudo y no me parece tan
fácil. Me falta la fuerza
para ponerme en camino. Muchas veces prefiero salvar mi vida. Guardarla,
esconderla, protegerla.
Sé quién es Jesús, pero dudo y no sé si
es tan conveniente seguirlo. Veo su final y me duelen los clavos y el madero.
Hoy surge la pregunta en mi corazón. ¿Quién es de vedad Jesús para mí?
Dios desea que le diga qué lugar ocupa en mi vida.
¿Dónde lo he puesto? No en el centro. Ahí estoy yo con mis
deseos y proyectos. Pero Él
no está. Estoy yo solo con mis dolores y sufrimientos. Yo con mis alegrías y
sueños.
¿Y Él? En otra parte. En la razón. Allí donde comienzo a pensar en Él, en
lo importante que es Él en mi vida. Sí. Allí lo encuentro.
Pero el corazón se me queda frío porque no lo he puesto en el
centro de mi vida. No quiero que se vaya de mi corazón. Quiero
amarlo más. Quiero que esté en el centro. Quiero saber a quién sigo de verdad.
Muchas veces siento que amo una idea de
Dios, pero no a Dios persona.
Dice el padre José Kentenich: “¿Qué
es Dios para mí? Una idea primordial. Y por eso Dios no despierta mi
personalidad.
Como nuestro amor al yo y a los hombres está también despersonalizado, no
podemos ver a Dios de otro modo que como una idea primordial. Yo mismo me he
preguntado a menudo: ¿Has
orado alguna vez como se debe? Nos entregamos a una idea. Pero, ¡qué poco original y espontánea es
nuestra relación con Dios! Dios tiene que ser una persona. ¿Lo admito en la práctica?”.
No quiero que Jesús sea sólo una idea, un
principio importante que determine mi forma de ser y comportarme. Tiene rostro,
tiene voz, me acompaña, me abraza.
Hoy me pregunto: ¿Me detengo a rezar ante su imagen, ante
su cruz? Una persona me comentaba que nunca había rezado
delante de un Cristo crucificado. Me llamó la atención. Tal vez seguimos a un Dios impersonal. A
un Dios desencarnado.
Dios se ha convertido en una idea que
despierta mi amor pero no me arrastra, no me enciende por dentro, no saca lo mejor de mí. Dios sólo puede ser el centro de mi vida
si es persona, si vive en mí. Si tiene rostro. Si pasea por mi
vida, se detiene, me mira. Si se hace fuerte en lo más hondo de mí.
Fuente:
Aleteia