El sacramento de la
Penitencia reconcilia a los bautizados con Dios, reconduce a la comunión rota
por el pecado. No borra lo que ha sucedido
Pregunta: Hay algo que no me queda claro en relación con el sacramento
de la Reconciliación. Cada vez que nos confesamos nuestros pecados son
perdonados, si somos perdonados al borde de la muerte quedamos absueltos de
todos los pecados. Entonces deberíamos ir al paraíso, pero no estamos seguros
de eso. ¿Me podrían ayudar a entender? (Massimo Volpe)
Responde el padre Valerio Mauro, profesor de
Teología Sacramental
La pregunta que se plantea pide una explicación sobre la eficacia del
sacramento de la Reconciliación o Penitencia, como indica el nombre oficial
del ritual litúrgico (rito de la penitencia). La cuestión, sin embargo, no se
limita a la eficacia del perdón sacramental, sino que involucra también la
salvación final del creyente cristiano. Y la respuesta deberá limitarse
necesariamente a este caso, porque la salvación de aquellos que no son
cristianos o creyentes entra en otra problemática, que requeriría otro espacio
a disposición.
Nuestra breve respuesta se desarrolla, por lo tanto, en dos pasos siguientes,
esperando lograr iluminar un poco la cuestión tan delicada.
1.- El primer interrogante radica en la eficacia del sacramento de la Penitencia.
1.- El primer interrogante radica en la eficacia del sacramento de la Penitencia.
Es verdad que a través del perdón sacramental nuestros pecados son perdonados
por Dios. Lo afirman las mismas palabras de Cristo, como han sido comprendidas
por la gran tradición eclesial. De manera particular, recordamos las palabras
del Señor Resucitado la noche de la Pascua,
cuando sopló el Espíritu Santo sobre los discípulos, enviándolos al mundo
diciéndoles: "
"Los pecados serán perdonados a los
que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los
retengan”(Jn 20, 23)
Desde entonces, la Iglesia es consciente
de haber recibido un verdadero y propio ministerio de reconciliación, que debe
ejercitar en relación a los hombres, antes que nada con la predicación del
Evangelio en vista de la conversión y del Bautismo, en segundo lugar con el
sacramento de la Penitencia para aquellos que han sido bautizados (cf 2 Co 5, 18-20)
El perdón de Dios, por lo tanto, entra en nuestra vida personal, a través del
Evangelio y los sacramentos de la fe. El Bautismo concede el don singular de
una profunda transformación interior, puesto que hablamos de un nuevo
nacimiento del cielo, del Espíritu Santo (cf Jn 3, 3-5).
¿Qué hace
entonces el Sacramento de la reconciliación?
Esto sucede una vez por todas y sólo una
vez. El sacramento de la Penitencia, en cambio, reconcilia a los bautizados con
Dios y la comunidad eclesial: reconduce a la comunión rota por el pecado. No
borra lo que ha sucedido, sino que transforma y purifica la relación herida por
los pecados.
Las consecuencias de los pecados están indicadas por la Iglesia con un lenguaje particular, distinguiendo la pena eterna de las penas temporales (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1442s)
Los pecados graves conducen a la pena
eterna, pero no existe
ningún pecado del que no se pueda obtener el perdón por parte de Dios y con él
la salvación. Cada pecado, sin embargo, incide en mi
relación con el Señor y el perdón recibido no quita el esfuerzo de integrar en
la relación con Dios mi rechazo de su amor.
Por analogía podemos pensar en una relación de amistad. Si traiciono a un amigo, puedo pedir y obtener su perdón, con sinceridad y generosidad. Nuestra relación de amistad, sin embargo, deberá integrar en sí misma esa traición, a través de una historia vivida en el futuro.
Por analogía podemos pensar en una relación de amistad. Si traiciono a un amigo, puedo pedir y obtener su perdón, con sinceridad y generosidad. Nuestra relación de amistad, sin embargo, deberá integrar en sí misma esa traición, a través de una historia vivida en el futuro.
El esfuerzo de renovar nuestra relación
con Dios, a través de gestos de purificación llenos de caridad, toma el nombre
de penas temporales. Esta purificación sucede en la tierra o en la muerte, como
a través del fuego, según el Evangelio (cf Mc 9, 49). Por eso, ya sea
confesados y absueltos, nuestra relación deberá vivir una purificación
ulterior: el perdón sacramental nos salva de la pena eterna, quedan las penas
temporales.
2.- El segundo
paso que tenemos que hacer es una reflexión sobre la certeza interior de la
salvación.
El Evangelio invita con fuerza a la perseverancia final (Mt 10, 22; 24, 13), pidiendo a cada creyente un abandono filial en los brazos de la divina misericordia. Por eso, a parte de los casos singulares de particulares gracias recibidas (y que precisamente en cuanto tales no pueden ser pretensiones ni creídas de manera infalible), “dejen que venga el Señor: él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará las intenciones secretas de los corazones. Entonces, cada uno recibirá de Dios la alabanza que le corresponda” (1 Co 5).
El momento final de nuestra vida es algo serio, marcado por posibles tentaciones de fe. Estaremos frente a la verdad de Dios con el bien que habremos hecho en nuestra vida, porque en su infinita benevolencia Dios ha querido que sus dones puedan volverse méritos de los hombres. Pero sobretodo, sostenidos por su gracia y la comunión de los santos, no podremos más que confiar en su Amor misericordioso
El Evangelio invita con fuerza a la perseverancia final (Mt 10, 22; 24, 13), pidiendo a cada creyente un abandono filial en los brazos de la divina misericordia. Por eso, a parte de los casos singulares de particulares gracias recibidas (y que precisamente en cuanto tales no pueden ser pretensiones ni creídas de manera infalible), “dejen que venga el Señor: él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará las intenciones secretas de los corazones. Entonces, cada uno recibirá de Dios la alabanza que le corresponda” (1 Co 5).
El momento final de nuestra vida es algo serio, marcado por posibles tentaciones de fe. Estaremos frente a la verdad de Dios con el bien que habremos hecho en nuestra vida, porque en su infinita benevolencia Dios ha querido que sus dones puedan volverse méritos de los hombres. Pero sobretodo, sostenidos por su gracia y la comunión de los santos, no podremos más que confiar en su Amor misericordioso
Por: Toscana Oggi