Lo que vi
cuando me tocó vaciar la casa de los abuelos después de su muerte
Recogemos todo en la casa de
los abuelos que han muerto después de un poco más de sesenta años de casados.
La ultima en irse fue la
abuela, mientras vivió, mantuvo la casa limpia ordenada con flores frescas al
pie de un retrato del sonriente abuelo, en el lugar más visible de la sala. Los
últimos años vivieron solos y al mismo tiempo muy visitados por hijos y nietos
en una casa acogedora llena de recuerdos conservados en arduos años de
formación de una familia: fotos familiares, de graduación, vacaciones… objetos
de gran valor familiar que ahora los hijos se reparten con veneración, sobre
todos, aquellos retratos donde aparecen los abuelos: desde jóvenes, llenos de
confianza y seguridad, hasta los últimos de su vejez igualmente serenos y
felices.
Ni duda cabe, de que todo es
el testimonio de un ciclo de vida amorosa, que, visto por ojos extraños se
podrían interpretar como el comienzo, el cenit y el ocaso de un matrimonio…
pero, eso no es ni remotamente todo, existe un “además” que contiene el toque
divino de lo humano, en una de tantas historias de amor, que jamás pasara para
quienes los amamos. Un “además” pleno de cosas que pasaron, y se quedaron en su
legado familiar.
“Nací el día en que te conocí” es frase de una canción que el abuelo cantaba y tarareaba, la leo
ahora al pie de una de las fotografías de la abuela. Bien sabía el abuelo lo
que cantaba y escribió como dedicatoria.
Mis abuelos eran muy
transparentes al hablar de su matrimonio: momentos felices, momentos aciagos,
días de luz y oscuridad, sombras y desiertos se pintaban en sus charlas en las
que con franca delicadeza dejaban entrever que hubo muchos ajustes en su
relación por todo lo que les tocó vivir. Que
nada fue gratuito y, que, con todo, esas circunstancias de tiempo y espacio que
los envolvían no fueron determinantes en su matrimonio; sino que fueron el
marco en donde colocaron el lienzo donde pintaron sus vidas entretejidas en una
historia con su propio tiempo y espacio y por lo tanto…intensidad.
Un lienzo en el que pintaron a través de los ojos del otro, el renacer de
alegría ante la belleza de la vida o de la esperanza ante cualquier dificultad.
El nombre de una pintura así,
bien podría ser: “el
amor todo lo puede”.
Se entiende así que sonrían
con serenidad en el interior una humilde vivienda en fotografías de los tiempos
en que el abuelo había quedado en bancarrota, después de un cómodo nivel de
vida logrado con gran esfuerzo, lo habían perdido todo y se habían cambiado a
vivir “debajo de un palo” – no para volver a empezar, sino para
seguirse queriendo, en palabras de la abuela. Eran ellos quienes pintaban el lienzo.
Vidas entretejidas por un amor en el que aparecían choques de
temperamento, desacuerdos prácticos, diferencias por la educación de los hijos,
malos momento, y… alguna vez una nube muy oscura por un titubeo en la fidelidad
del abuelo, por el que pidió y obtuvo el perdón para volver a recuperar su
presencia en el interior de la amada, y volver a esa intima coincidencia en el
propio espacio y tiempo, ahora con mayor intensidad.
No para volver a empezar,
sino para seguirse queriendo.
En las últimas fotos ya no
sonreían a la cámara, se olvidaban de ella y se miraban a los ojos. Ya no les
insistimos posar de otra manera, pensamos que así era como los queríamos
recordar.
¿Pero… es eso posible en el
amor conyugal?
Más de sesenta años de
matrimonio porque Dios los llamo, si no aquí estuvieran ante la posibilidad de
vivir un poco más su amor pintando en su lienzo; con su propio tiempo, su
propio espacio, su propia intensidad… en esa milagrosa coincidencia del
cruzarse de tantas vidas. Una coincidencia solo conocida por ellos.
Un testimonio imposible de
negar.
Fuente: Orfa
Astorga/Aleteia