¡En todo! ¡También en lo que me gusta!
El
otro día leía: “La voluntad de
Dios se nos revela claramente en las situaciones cotidianas, si somos capaces
de aprender a mirarlo todo como Él lo ve y como nos lo envía. La tentación es
la de no ver en esas cosas la voluntad de Dios; pasar por encima de ellas
precisamente por ser tan constantes, insignificantes, monótonas y rutinarias, e
intentar descubrir otra ‘voluntad de Dios’ en teoría más noble que se ajuste
mejor a nuestra idea de lo que debería ser.
En
las circunstancias que me toca vivir tengo que aprender a descifrar las voces de Dios.
¿Dónde me habla? En lo más rutinario. En lo más común.
Decía
el Padre José Kentenich: “Detectemos
los golpes que Dios da a nuestra puerta en medio de la vida cotidiana. Dios llama a mi puerta en la vida de
todos los días.
Creo que hay muchas
personas que llegarían a ser santos mucho más rápidamente en la vida cotidiana
que en un monasterio de adoración perpetua. Estar en permanente adoración puede sumirnos
en la laxitud. Nosotros adoramos la voluntad de Dios en la vida diaria y por lo
tanto formamos parte de la adoración perpetua. A través de su unión con la
vida, el apóstol recibe un fuerte estímulo para desplegar su vuelo hacia Dios;
y eso es parte de su vocación misionera”.
Desde
la rutina al corazón de Dios.
En lo cotidiano. Entre los pucheros, como decía santa Teresa. Allí está Dios
escondido diciéndome qué tengo que hacer. Y lo primero es decirme que está bien
que pesque. Que está bien que haga lo que sé hacer. Que está bien que viva las
circunstancias de mi vida con alegría. Ahí está su voluntad. Luego tendré que
seguir descifrando las voces, dibujando el camino.
Muchos
de nuestros deseos son nobles. Y no por ser deseos, anhelos, sueños, no los
quiere Dios. Al contrario. Dios me habla en ellos. ¿Qué es lo que deseo en lo profundo de mi
corazón?
En
ocasiones se ha podido considerar que pasarlo bien y disfrutar de la vida,
desear y soñar, no siempre es lo que Dios quiere. Y seguro que no siempre,
porque la vida tiene mucho de exigencia y sacrificio. Pero también necesito
aprender a pasarlo bien con las personas a las que quiero. Necesito disfrutar de la vida.
Siempre
me ha hecho gracia un dicho popular: “Todo
lo bueno, o engorda o es pecado”. Es una mirada pobre sobre la
vida. Todo lo que me gusta,
lo que me alegra, no necesariamente es pecado.
¿Cuántas
cosas hago en la vida que me gustan, que me alegran, que me dan vida? Sería
bueno pensar en mí, en las necesidades que tengo, en las aficiones que me
alegran el alma. ¿Qué necesito hacer? ¿Qué
me alegra hacer en mi tiempo libre?
Pedro
lo tenía claro. Y allí le habló Dios, vino a buscarlo. En lo que le gustaba
hacer. En lo que hacía bien. En la rutina, en lo cotidiano. Aparentemente en
ese lugar donde no parece estar tan claramente. Pero sí que está. En esa adoración perpetua que vivimos en
nuestra vida cotidiana. Allí me busca, allí me habla.
Por Carlos
Padilla Esteban
Fuente: Aleteia
