Este Año
de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta
obra
Misericordia es una palabra compuesta por “miseria” y
“cor”, cuyos significados respectivos son miseria y corazón. Con base en esto,
se han realizado una serie de interpretaciones sobre su significado. Uno de
ellos lo da San Agustín, quien propone la miseria como aquel estado en que la
persona ha perdido todo, excepto su vida, una persona que está dando sus
últimos alientos antes de morir; y propone el corazón como ese órgano ardiente
que quema la miseria, y es capaz de dar y mantener a alguien con vida.
Es decir, misericordia significa devolver la vida, la
esperanza y el consuelo a aquel que estaba en la miseria, que lo había perdido
todo, que se sentía solo, desamparado, sin dignidad; es mostrarle a la persona
que ha cometido un error, una mirada de amor, de perdón, de empatía; no
significa que se le acepte lo que ha hecho mal, pero sí que le haga sentir que
tiene oportunidades para ponerse de pie y comenzar de nuevo; es darle una
oportunidad para que vuelva a la vida.
Las obras de misericordia
La Iglesia Católica propone una serie de obras, tanto
corporales como espirituales, con las cuales, como se ha mencionado, una
persona puede devolver la vida a alguien que ha llegado a la miseria. Dichas
obras son capaces de levantar a una persona que ha caído y necesita de alguien
que le tienda una mano. A todas estas acciones con las cuales se pone en
práctica este concepto, se les llama obras de misericordia.
Obras de misericordia espirituales
Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica en el
numeral 362, “La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez
corporal y espiritual.” Es decir, toda persona tiene una dimensión espiritual
la cual rompe las barreras del espacio y del tiempo, de manera que, en cierta
forma, se puede estar unido a otras personas sin importar el lugar o el momento
en que se encuentre; ya sea que se encuentre en este mundo o que haya partido
de él, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia en el numeral 953,
refiriéndose a la comunión de los santos.
Una de esas obras de misericordia es rezar por los
vivos y por los difuntos, pues los efectos de la oración cumplen las
características propias de nuestra condición espiritual.
La oración
La Iglesia nos invita a orar por los vivos y los
difuntos; pero, ¿qué es la oración? A través de los años, se han dado muchas
definiciones; una de ellas la presenta el numeral 2559 del Catecismo de la
Iglesia, donde afirma que es “…la elevación del alma a Dios o la petición a
Dios de bienes convenientes”; y como Santa Teresa del Niño Jesús decía: “Es un
impulso del corazón”, con el cual se puede interceder ante Él.
Rezar por los vivos
Muchas veces una persona se acerca a otra para
decirle: “Rece por mí”, o bien “Rece por mi hermano, amigo, o abuelo”; quizás
porque hay algún problema que le está afligiendo, le hace caer en la
desesperanza y en algunos casos ir perdiendo el sentido de la vida; y tiene la
confianza de pedirle a la otra persona que interceda ante Dios, pues cree
firmemente que Él escucha las súplicas que se le envían.
Pero, ¿cómo saber si las oraciones de verdad son
escuchadas por el Padre? En numerosos pasajes de los Evangelios, Jesús mismo
invita a las personas que le seguían a que pidieran confiadamente al Padre,
porque sabe que su Padre realmente escucha las súplicas y las atiende según sea
Su Voluntad. (Cf. Mt 7:7-11; Mt 18:19-20; Mt 21:22; Mc 11:24-26; Jn 15:7; Jn
14:13; Jn 15:16)
Algunos ejemplos escritos en el Nuevo Testamento son: la intercesión de María en el milagro de las bodas de Caná (Jn 2:1-11), con la mujer cananea que pide por su hija enferma (Mt 15: 21-28), y con el padre de un epiléptico que se arrodilla ante Jesús (Mt 17:14-20). En estos ejemplos se demuestra cómo quien se acerca a Jesús y pide al Padre por otras personas, Este escucha a su Hijo y concede lo que aquel esté necesitando.
Algunos ejemplos escritos en el Nuevo Testamento son: la intercesión de María en el milagro de las bodas de Caná (Jn 2:1-11), con la mujer cananea que pide por su hija enferma (Mt 15: 21-28), y con el padre de un epiléptico que se arrodilla ante Jesús (Mt 17:14-20). En estos ejemplos se demuestra cómo quien se acerca a Jesús y pide al Padre por otras personas, Este escucha a su Hijo y concede lo que aquel esté necesitando.
Rezar por los difuntos
Quizás se haya escuchado de parte de muchas personas,
en especial de las “no católicas”, que de nada sirve rezar por los que ya han
muerto, y la mayoría de las veces se basan en Eclesiastés 9:5 (donde se afirma
que los muertos dejan de existir, por lo que es inútil pedir por ellos) y en
que en las Escrituras nunca se pide orar por ellos.
Lo primero que habría que señalar es que el
Eclesiastés es un libro del Antiguo Testamento, y el Pueblo de Israel, en ese
tiempo, estaba confuso en cuanto a creer o no en una vida después de la muerte,
por lo que existía cierta división (Cf. Hechos 23:7-8). Con la venida de
Jesucristo al mundo, Dios deja claro que después de la muerte al hombre le
espera, ya sea contemplar Su Gloria en el Cielo o el “llanto y rechinar de
dientes”, es decir, el Infierno. Por lo tanto, si una persona cree en Cristo,
sin importar que sea católico o no, necesariamente debe creer en las palabras
escritas en el Nuevo Testamento, pues en este se da la plenitud del mensaje de
salvación desarrollado progresivamente en los libros del Antiguo Testamento…
Cristo vino a darle plenitud a la ley. (Cf. Mt 5:17)
Ahora, si se mira con cuidado lo que dice Jesús en los
Evangelios, queda claro su mensaje de que cualquier cosa que pidamos al Padre,
Él la concederá; no hace excepciones, ni notas aclaratorias que señalen que de
nada vale pedir por los que ya han muerto.
En lugar de ello, más bien Jesús ora, y le devuelve la
vida a Lázaro ante la petición de Marta y María (Jn 11:17-44); a la hija de
Jairo cuando este le implora que la sane (Mc 5:21-43); o al hijo de la viuda de
Naín (Lc 7:11-17). Cristo hace esto porque sabe que es igual de importante
pedir por los vivos que por los muertos, pues Él de la misma manera está
dispuesto a acoger con ternura las súplicas y a actuar según Su
Voluntad.
Purgatorio
También en esta parte es importante hacer mención del
purgatorio. El Catecismo de la Iglesia, en los numerales 1030 y 1031, lo
explican como “…la purificación final de los elegidos…”, es decir, que aquellos
que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no purificados del todo, necesitan
ser abrazados por el fuego del Espíritu Santo, “…a fin de obtener la santidad
necesaria para entrar en la alegría del Cielo.”
Bíblicamente, Pablo expresa que en el día del Juicio
“…el fuego probará la obra de cada cual: si su obra resiste al fuego será
premiado... él se salvará, pero como quien pasa por el fuego” (1Co 3:13-15).
Este proceso de purificación se puede acelerar mediante prácticas como la
oración (Cf. 2 Macabeos 12:46); de ahí las intenciones particulares que se
presentan en las Eucaristías, y la Celebración de los Fieles Difuntos donde se
pide por todos los muertos, incluso por aquellos de los que nadie se acuerda.
Ahora bien, muchos niegan la existencia del purgatorio argumentando que esa
palabra no se encuentra en la Biblia; sin embargo, las palabras Encarnación y
Trinidad tampoco aparecen, pero son necesarias para explicar los misterios de
Nuestra Redención.
Conclusión
Entonces, ¿para qué orar por los vivos y por los
difuntos? Oramos por los vivos para que Dios, en lo infinito de su Amor y
Misericordia, devuelva la esperanza, la ilusión, las ganas de vivir a aquellas
personas que las han perdido, que han caído en la miseria. Y oramos por los
muertos para que Él, en su infinita Bondad y Misericordia, acelere el proceso
de purificación del alma en el purgatorio. De esta manera se espera que acoja
más prontamente en su Santo Reino a los que han partido de este mundo y les
conceda gozar de la Vida Eterna que es la meta a la cual todos los cristianos
aspiran alcanzar.
Este Año de la Misericordia es una excelente
oportunidad para poner en práctica esta obra, y así ser como el Padre, rico en
Ternura y Misericordia, el cual, por medio de su Hijo ha prometido: “Dichosos
los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 7:7).
Por Ronny Alfaro