“Los diez mandamientos son para el hombre, no contra el hombre. No nos
quitan o limitan nuestra libertad, más bien nos liberan.
Lo que mandan,
no es un capricho de algo que desagrade a Dios, sino que es un proyecto de vida
que hace posible el desarrollo humano y una sana relación con los
demás”.
Con estas palabras, el cardenal Norberto Rivera Carrera
explicó una de las lecturas de la Misa dominical, y afirmó que el
decálogo debe ser una opción por la vida: “yo pongo delante de ti la vida y la
muerte, el bien y el mal, y te mando que observes los mandamientos para que
vivas. Los diez mandamientos que deben ser el punto de referencia, el punto de
partida de la vida moral”, dijo.
Precisó que en Israel no se hablaba de
la Ley como una carga o imposición, sino como un regalo que Dios nos ha dado,
como una luz para nuestros pasos. “Hemos hecho una alianza con Dios y
los mandamientos son el signo de nuestra pertenencia a Yahvé, son la
proclamación de que somos pueblo elegido”.
Luego afirmó que no
estamos solos frente a la Ley, con nuestra debilidad e impotencia para
cumplirla. “Entre nosotros y el decálogo está Cristo Jesús, muerto y resucitado;
Él es el poder de Dios, Él nos da su Espíritu, Él ha venido a darnos una nueva
ley que no se limita a proclamar el bien, sino que lo realiza dentro de nosotros
mismos”, dijo.
Sobre el Evangelio en el que Jesús echó del templo a
mercaderes y cambistas, el Card. Rivera consideró que “es necesario un proyecto
para renovar en nuestra arquidiócesis las celebraciones litúrgicas, sobre todo
la celebración de la Eucaristía, en donde se vea con claridad que son
celebraciones sagradas, celebraciones de un pueblo que participa, celebraciones
en donde realmente los fieles se nutren espiritualmente y en donde brille la
gloria de Dios y se exprese nuestra catolicidad. Pero estas celebraciones deben
estar unidas a la vida y a las situaciones de todos los
días.”
“Si nuestras manos están manchadas de sangre o de
violencia, o si no buscamos la justicia y socorremos al oprimido, Dios nos dirá:
‘no quiero tus sacrificios y tus celebraciones no me agradan’. Si no
honramos a nuestro padre y a nuestra madre, sino que los abandonamos en su vejez
y no los ayudamos en sus necesidades y en su soledad, Dios nos dirá cuando
lleguemos a su templo: ‘no me presentes ofrendas inútiles, no me agrada tu
culto, estoy harto de tus celebraciones’.
Si nuestra vida se
desarrolla entre mentiras y fraudes, Dios nos dirá: ‘deja de presentar
sacrificios inútiles, no soporto delito y solemnidad’. Si nuestra vida
sexual se deja llevar por desviaciones perversas y no nos detenemos ni siquiera
ante el adulterio, Dios nos dirá: ‘no quiero tus solemnidades, detesto tus
solemnidades, no sigas trayendo oblaciones vanas’, concluyó.
Artículo
originalmente publicado por Desde la fe