La película cumple 50 años, pero la historia
real es mayor
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Este mes
de marzo se han cumplido 50 años del estreno de la película Sonrisas
y lágrimas, una película basada en el musical The
sound of music que ha cautivado a generaciones enteras.
Muchos fans saben que su argumento se basa en la historia real
del matrimonio entre el barón Georg von Trapp y su segunda mujer,
María, que tras huir de Austria alcanzaron la fama en Estados Unidos
como los Cantores de la Familia Trapp.
Este grupo
estaba formado por María, los siete hijos del capitán Von Trapp con su primera
mujer –cuyos nombres y edades no coindicen con los del musical–; y, con el
tiempo, también los tres hijos nacidos del matrimonio de Georg y María. Sin
embargo, para muchos que han disfrutado con canciones como Do-Re-Mi o
Mis cosas favoritas, será una gran sorpresa comprobar hasta qué punto
la fe y la vivencia católicas hicieron posible esa historia que tanto
admiran
María Augusta Kutschera (su nombre de
soltera) había perdido a su madre a los dos años y recibido una educación muy
estricta por parte de unos familiares con los que su padre la había dejado para
que se hicieran cargo de ella. Llegó a la universidad siendo atea y
socialista, hasta que un día entró en una iglesia pensando que iba a
escuchar un concierto de Bach. En vez de eso, se encontró el templo abarrotado
escuchando al famoso predicador jesuita padre Friedrich
Kronseder. Su forma de hablar «simplemente me
arrastró. Estaba completamente abrumada». Mientras el sacerdote bajaba
del púlpito al terminar de hablar, la joven lo agarró del codo y le preguntó:
«¿Realmente cree todo eso?» Una larga conversación con él cambió totalmente su
visión del mundo, hasta el punto de que no mucho después ingresó como postulante
en la abadía benedictina de Nonnberg.
2.- Una abadía con
historia
Fundada a principios del siglo VIII por santa Erentrudis,
sobrina (o hermana) de san Rupert de Salzburgo, la abadía de Nonnberg es el
monasterio femenino más antiguo al norte de los Alpes. Allí, continuó sus
estudios de magisterio, que debía completar antes de ingresar al noviciado.
El motivo de que María fuera la elegida cuando el viudo capitán Georg
von Trapp solicitó una maestra para una de sus hijas fueron las frecuentes
jaquecas que sufría, y que el médico atribuía a que la vida monacal no le
permitía hacer la cantidad de ejercicio físico a la que estaba acostumbrada.
También su futuro marido era converso, y había entrado en la Iglesia
católica sólo un año antes de 1926, cuando se conocieron.
3.- La música de las
montañas
Antes de ingresar en el monasterio, María había pertenecido a
grupos juveniles católicos, que tuvieron un gran protagonismo en los países
germanos en el primer tercio del siglo XX, y en los que la música jugaba un
papel muy importante.
En los libros en los que cuenta su historia –en
España se ha publicado sólo Sonrisas y lágrimas (Espasa), titulado
originalmente La historia de los Cantores de la Familia Trapp–, habla
con entusiasmo de las largas acampadas en los Alpes, y cómo recorrían pueblos y
aldeas recogiendo melodías tradicionales, copiándolas, versionándolas para voces
e instrumentos modernos y antiguos, y, por supuesto, cantándolas, tocándolas y
bailándolas. Así, cuando llegó a la familia Trapp, tenía en la cabeza un
amplísimo repertorio de canciones folclóricas que luego contribuiría a
hacerles famosos.
4.- La familia, Iglesia
doméstica
Desde su matrimonio, Georg y Maria von Trapp hicieron de la
vivencia de la fe el eje de su vida familiar, de forma inseparable a la música.
De hecho, empezaron a cantar no sólo por amor a la música, sino como
forma de oración, y los momentos familiares importantes –nacimientos
(en casa), muertes, acciones de gracias– siempre se vivían en familia, cantando
piezas religiosas acordes a la ocasión.
La primera Cuaresma, los Trapp
adquirieron la costumbre de que el rato de lectura en voz alta de cada
noche, mientras los hijos hacían labores y manualidades, se dedicara al
Evangelio. En uno de sus libros, Ayer, hoy y siempre, María
recoge, entremezcladas con anécdotas, las reflexiones que la familia iba
haciendo en torno a esos ratos de lectura del Evangelio, que en ocasiones
derivaban en una investigación más profunda sobre aspectos diversos de la
Escritura y de Tierra Santa.
Otra de sus obras, En torno al año con
la familia Trapp, explica de forma sencilla y a la vez profunda todas las
costumbres católicas que iban marcando los tiempos litúrgicos de todo el año en
Austria, y su significado. De hecho, este tema ya está presente en el libro
sobre la historia de la familia.
5.- «¡Qué afortunados somos!»
Comienzan los problemas
En 1935, el pequeño banco familiar en el que
Georg von Trapp había depositados sus abundantes ahorros para intentar ayudar a
la dueña, amiga suya, quebró. Fue la primera de muchas pruebas. Para mantenerse
a flote, los Trapp tuvieron que despedir a seis de los ocho empleados que hasta
entonces habían tenido. Las monjas benedictinas de Nonnberg les sugirieron que
instalaran una capilla en su casa, de forma que pudieran alquilar
habitaciones a estudiantes de la Universidad Católica –la familia se
instaló en uno de los tres pisos de la mansión–. Así lo hicieron, con permiso
del obispo de Salzburgo.
Desde entonces, cada mañana celebraban
Misa (en la que cantaba el pequeño coro familiar) y, por la tarde, Bendición con
el Santísimo. Providencialmente, uno de los sacerdotes enviados para
celebrar fue el padre Franz Wasner, gran experto en música, que
quedó desde entonces indisolublemente unido a la familia como su director del
conjunto musical, incluso antes de que pensaran en dedicarse a la música como
profesión. Fue él quien les acompañó en el proceso de
transformar la afición en profesión, aunque el musical basado en la
historia de la familia Trapp ignore su figura y le sustituya por el tío Max
Detweiler. La generosidad con la que reaccionaron los niños ante el
brusco cambio de vida, y el poder tener al Señor en su propia casa, les hacía
exclamar con frecuencia «¡qué afortunados somos!»
6.- Hay que elegir: bienes
temporales o espirituales
En Sonrisas y lágrimas, se cuenta
que los Trapp deciden huir de Austria después de la Anexión a Alemania de 1938
para evitar que el capitán Trapp tenga que incorporarse al ejército del Tercer
Reich. Efectivamente, el capitán recibió esta invitación y se sintió tentado a
aceptarla. Había estado al mando de un submarino en la I Guerra Mundial y la
nave que le ofrecían los nazis era infinitamente mejor. Pero la tentación no
duró mucho: «No, no puedo hacerlo. Cuando hice el juramento sobre nuestra
antigua bandera, juré: Con el Emperador [austrohúngaro], por Dios y mi país.
Esto estaría contra Dios y contra mi país».
También su
hijo Rupert, que acababa de terminar Medicina, rechazó un puesto en un hospital
–había escasez de médicos por las detenciones de judíos– porque ya era
consciente de que, bajo los nazis, ejercer la Medicina significaría «tener que
consentir a todo tipo de tratamientos y manipulaciones que no puedo
aceptar, como católico, y como hombre».
De hecho, ese
mismo día, a María le habían recomendado abortar a su tercer hijo –el
décimo de Georg– para evitar que se agravaran los problemas de riñón que
sufría.
La misma semana, recibieron la tercera oferta de los
nazis: cantar para Hitler en su cumpleaños. Entonces se dieron cuenta
que rechazarla una vez más les pondría en serio peligro. Convocaron un consejo
familiar con los siete hijos mayores, en el que Georg les preguntó: «¿Queremos
conservar los bienes materiales que nos quedan (la casa con los muebles, a
nuestros amigos y todas las cosas a las que tenemos cariño? Entonces tendremos
que renunciar a los bienes espirituales, a nuestra fe y nuestro honor. Ya no
podemos tener ambos. Ahora podríamos ganar mucho dinero, pero dudo mucho si eso
podría hacernos felices. Prefiero veros pobres, pero honrados».
La decisión estaba tomada: huirían de Austria, acompañados con
permiso del obispo por el padre Wasner, que también estaba en peligro
por su vinculación con ellos y por algunas publicaciones en la revista católica
que dirigía.
7.- Buscar primero el Reino de
Dios
Con nueve hijos entre los 17 y los siete años y uno en camino en
un embarazo de riesgo, los Von Trapp dejaron su casa y su país. No fue una huida
épica por las montañas como en la película, pero tampoco estuvo exenta de
dificultades. Sobrevivieron unos meses a base de una gira de conciertos
por Europa.
Les contrataron para otra por Estados Unidos, donde
llegaron con un total de cuatro dólares en el bolsillo. Después de tener que
interrumpir esta primera gira de conciertos por el nacimiento del niño, el
Gobierno les prohibió prolongar la estancia en el país, por lo que tuvieron que
volver a Europa. Siguieron sobreviviendo gracias a la música, pero de una forma
que consideraron toda una lección de confianza en la Providencia:
siempre surgía un nuevo concierto, o una prolongación del permiso de estancia
en un país, justo antes de que se agotaran los plazos, o el último
céntimo.
Por fin, pudieron volver a Estados Unidos, donde alcanzaron la
fama definitiva. Su lema durante todo ese tiempo fue: «Buscad primero el
Reino de Dios y su justicia», ya sea dejando tu país para no traicionar
tus creencias o viviendo con alegría la incertidumbre y la pobreza, «y lo demás
se os dará por añadidura».
8.- La ayuda para Austria, a
través de los capellanes militares
Al terminar la II Guerra Mundial,
el General al mando del ejército estadounidense de ocupación en Austria escribió
a los Cantores de la Familia Trapp pidiéndoles ayuda para paliar las situación
de empobrecimiento absoluto en su país de origen. Inmediatamente, la
familia creó una fundación y aprovechaban todos sus conciertos para
pedir donaciones económicas o en especie, que iban recogiendo en su autobús.
Cuando el autobús estaba lleno, las enviaban a los capellanes del
ejército americano, para evitar que acabaran en el mercado negro. Sólo
mediante el esfuerzo de la familia y la ayuda puntual de algunos amigos,
lograron enviar a Austria, en menos de dos años, 136.000 kilos de ayuda, y
organizaron el apadrinamiento de 14.000 familias austriacas. Esta labor
le supuso a María la concesión, por parte del Papa Pío XII, de la Medalla
Benemerenti (1949) y de la de Dama de la Orden del Santo Sepulcro
(1952).
9.-
Evangelizar con la música, «una nobilísima vocación»
Si la familia
Trapp era famosa por la música y su música era inseparable de su vida de fe, a
la fuerza tenían que evangelizar. Lo hacían en sus conciertos, mediante las
sencillas explicaciones a las piezas religiosas. Lo hacían también cuando, en su
granja de Stowe (Vermont), comenzaron a organizar en verano campamentos
musicales para gente de todas las edades. En este campamento –al igual
que en la granja– la capilla era un lugar de gran importancia, y cada
día terminaba con la Bendición con el Santísimo y un rato de oración mediante la
música.
«Muchas de esas almas no habían rezado en mucho tiempo.
Allí, la música era como una llave mágica, que abría el corazón más fuertemente
cerrado. En esos momentos sentíamos el centro de nuestra nobilísima
vocación», recuerda María von Trapp en su libro.
10.- Misioneros en el Pacífico
Sur
El apostolado cotidiano se les quedaba corto. Tras la muerte del
barón Von Trapp en 1947 y la disolución del grupo en 1957, María von Trapp, su
hijastra María Francisca (fallecida en 2014 a los 99 años) y su hija Rosemarie
se trasladaron a Papúa Nueva Guinea durante unos años como
misioneras.
Fuente: Alfa y Omega/ ReL