"Si miramos más cerca de nosotros, seguramente encontraremos al más cercano, al “prójimo”, al que sí podemos auxiliar, compadecer en su necesidad, y ofrecerle el compromiso de nuestro amor directo, eficaz, cercano"
El corazón del hombre ansía y busca la felicidad como el sediento el agua. Y lo
expresa deseando a otros la felicidad. La fórmula, repetida estos días, “feliz
año nuevo” revela este deseo para sí mismo y para otros. Pero las palabras, a
fuerza de decirlas, pierden su brillo y significado originales. Se pueden
convertir en simple protocolo, en voz vana llevada por el viento. La palabra,
cuando se dice con sentido, compromete al hombre en su totalidad. Si no queremos
ser hipócritas, debemos ajustar nuestro ser a nuestro decir; o decir lo que
llevamos en el ser.
Me permito esta consideración previa, porque desear a otros un año feliz
implica comprometerse en hacer todo lo posible para que lo sea. Vano sería decir
a otro “deseo que seas feliz” y quedarnos cruzados de brazos, si vemos que está
triste, sin cariño ni afecto, sin una vida verdaderamente humana. En el
evangelio Jesús utiliza con mucha frecuencia la palabra “feliz”, “felices”. A
sus dichos que comienza así se les llama “macarismos”, palabra que procede del
griego makarios y que significa feliz, bienaventurado. Baste
recordar las ocho bienaventuranzas, que se han convertido en una especia de
carta magna del evangelio. Cristo desea que el hombre sea feliz, goce de la
verdad, del bien y de la belleza y dedique su existencia a hacer felices a los
demás, sin reservas ni acepción de personas.
La mejor forma de felicitar el Año nuevo, por tanto, sin quedarnos en la
superficie de las palabras, es asumir este sencillo y grave compromiso. Miremos
alrededor de nosotros, como hacía Jesús, y observemos con los ojos de nuestra
interioridad, tantas veces cegados, las necesidades de los otros. Son
innumerables, las que se ven a primera vista y las que se ocultan. En su mensaje
para la Jornada de la Paz de este Año, el Papa Francisco ha recurrido al tema de
la fraternidad que une a todos los hombres y ha señalado signos terribles de la
ausencia de hermandad. Habla de los múltiples rostros de la esclavitud de
entonces y de ahora: trabajadores y trabajadoras oprimidos, incluso,
menores; emigrantes que sufren hambre y de los que se abusa de diferentes
maneras, personas obligadas a ejercer la prostitución; niños y adultos que son
víctimas del tráfico y la comercialización; las víctimas inacabables del
terrorismo. ¿Cómo sonarán en los oídos de estas personas la fórmula “Feliz Año
Nuevo”?
Es posible que, ante estos dramas tremendos, nos preguntemos qué podemos
hacer desde nuestras fuerzas e influencias limitadas. Problemas tan graves
necesitan soluciones que dependen de los organismos internacionales, de los
gobernantes e instituciones sociales y caritativas de rango nacional e
internacional. Pero no desviemos la mirada. Como hermanos, podemos sentir en
nuestra carne la necesidad del otro, hacernos sensibles, compasivos. Y si
miramos más cerca de nosotros, seguramente encontraremos al más cercano, al
“prójimo”, al que sí podemos auxiliar, compadecer en su necesidad, y ofrecerle
el compromiso de nuestro amor directo, eficaz, cercano.
Podemos desvivirnos y desentrañarnos como hizo el Hijo de Dios al venir en nuestra carne, que se estremeció ante la necesidad del hombre y no reputó como tesoro codiciable permanecer en la gloria de Dios. En realidad, la verdadera felicidad consiste en olvidarse de sí mismo para hacer feliz a otro, y, paradójicamente, en ese salir al encuentro del otro, uno mismo se convierte en dichoso y bienaventurado. Experimenta que las bienaventuranzas de Jesús son verdad y vida y que las palabras que decimos comienzan a ser auténticas en la medida en que nos comprometen a ser testigos de la verdad que pronunciamos. Podremos decir entonces: amigo, amiga, cuenta conmigo para que 2015 sea para ti un feliz año nuevo.
Podemos desvivirnos y desentrañarnos como hizo el Hijo de Dios al venir en nuestra carne, que se estremeció ante la necesidad del hombre y no reputó como tesoro codiciable permanecer en la gloria de Dios. En realidad, la verdadera felicidad consiste en olvidarse de sí mismo para hacer feliz a otro, y, paradójicamente, en ese salir al encuentro del otro, uno mismo se convierte en dichoso y bienaventurado. Experimenta que las bienaventuranzas de Jesús son verdad y vida y que las palabras que decimos comienzan a ser auténticas en la medida en que nos comprometen a ser testigos de la verdad que pronunciamos. Podremos decir entonces: amigo, amiga, cuenta conmigo para que 2015 sea para ti un feliz año nuevo.
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César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Obispado de Segovia
