Vive su popularidad más alta, pese a sus decisiones y verdades incómodas
Las lunas de miel son cada vez más breves, y los personajes públicos
pierden brillo con gran rapidez. Hace un año nadie pensaba que el Papa Francisco pudiese mantener ni el aire de novedad ni el
ritmo rompedor de sus primeros diez meses. Sin embargo, a lo largo del 2014 su
figura se ha ido agigantando hasta perfilarse como un “Papa del mundo” y no sólo
de los católicos, en un plazo mucho más breve que Juan Pablo II. Su popularidad
es la envidia de los
estadistas. Su estilo de vida sencillo es lo que muchos ciudadanos piden
a los gobernantes derrochadores.
Le admiran personas lejanas de la fe y lejanas de Roma.
Paradójicamente, le detestan algunos miembros de su propia retaguardia,
especialmente en la Curia
vaticana, cuya simplificación eliminará muchos puestos de jefes que se
creían imprescindibles. Algunos contraatacan con maniobras de deslegitimación a
través de sus peones, creando la imagen de un Papa sospechoso en la doctrina. Lo
mismo hacen algunos obispos
“príncipes”, enfadados con las críticas e incluso con el ejemplo de
Francisco.
El año 2015 traerá zancadillas y sabotajes, pero el Papa confía en
superarlos apostando por “la reforma del corazón, la reforma espiritual”,
propuesta en su discurso sobre las “quince enfermedades de la Curia
vaticana”, un ejercicio de análisis sin precedentes que podría hacer bien a
universidades, gobiernos, etc.
Francisco despierta simpatía porque se ve que ama a las personas y se
lanza a resolver problemas. Los conoce a fondo porque habla con los poderosos
del planeta y también con enfermos y vagabundos. Hace miles de llamadas telefónicas y
escribe cientos de cartas. Derrocha energía allí por donde pasa, con una
vitalidad asombrosa en un anciano de 78 años con problemas articulares y una
deficiencia pulmonar.
El Papa venido “del fin del mundo” sale al paso de guerras con
millones de damnificados y
de injusticias que afectan a una sola persona que conoce sólo por carta.
Le duelen las víctimas de la esclavitud contemporánea y las del desempleo,
especialmente el juvenil. Su próxima encíclica sobre medio ambiente, intentará
ayudar a frenar la catástrofe ecológica del planeta, que daña especialmente a
los más pobres.
La salud de la familia
Pero, sobre todo, se preocupa por restablecer la salud de la familia,
que está “recontra baqueteada”, como dijo en porteño. Por eso ha convocado dos
Sínodos con debate plenamente abierto –que algunos no han entendido-, y ha
iniciado una catequesis que durará un año entero. Aprovecha todas las ocasiones
y crea muchas otras: se reúne con diez mil parejas de jóvenes prometidos y con matrimonios
ancianos, celebra bodas en
la basílica de San Pedro, hace una vida sencilla y familiar en Casa Santa
Marta y convoca a las familias numerosas de Roma para un encuentro este domingo.
Disfruta un afecto recíproco con Benedicto XVI, a quien visita y consulta con
frecuencia. Canoniza a Juan Pablo II recordando que fue “el Papa de la familia”.
¿Cuál es el secreto de Francisco? ¿Cómo es posible que le aplaudan a
la vez el presidente Obama y el presidente Raúl Castro en mensajes televisados a
sus respectivos países? ¿Por qué el Congreso de Estados Unidos
le invitó hace casi un año a intervenir ante ambas cámaras según el
formato del discurso presidencial del Estado de la Unión? ¿Por qué el Parlamento
Europeo le ha dedicado la más estruendosa ovación en pie en la historia de la
Eurocámara?
Quizá porque Francisco “salta a la arena” en
defensa de los débiles. Porque actúa siguiendo sin miedo sus principios éticos y
sus corazonadas. Porque se fue, sin ninguna comitiva, a la isla de Lampedusa
antes que cualquier ciudad italiana y a Albania antes que a cualquier otro país
europeo.
Quizá también porque dice verdades incómodas, poniendo sobre el
tapete lo que otros no se atreven a mencionar en público. Un Papa que llama al
pan pan y al vino
vino –sobre todo en la reforma de la Curia vaticana- crea muchos enemigos
en las propias filas, especialmente si critica en público a los “trepas”, los
“carreristas” y los organizadores de “cordadas” de poder.
El inesperado acuerdo Estados Unidos-Cuba para restablecer relaciones
diplomáticas sacó a la luz que Francisco estaba trabajando por la concordia
en ese frente. Con la misma discreción lleva todo el año intentando evitar un
baño de sangre en Venezuela o promoviendo pasos hacia la libertad religiosa en
China.
A lo largo del 2014, Francisco ha clamado contra la violencia
islamista en África y Oriente Medio, ha denunciado la brutalidad psicopática del
Estado Islámico y ha
pedido una intervención internacional más incisiva para salvar a los cristianos
y yasidíes de Irak, una país al que iría “mañana mismo, si fuese posible”.
En su visita a Jordania del pasado mes de mayo, el Papa se reunió con
refugiados de Siria e Irak. Al día siguiente, abrazaba refugiados palestinos en
Belén y rezaba en silencio, tocándolo con la mano y la cabeza, ante el horrible
muro de cemento que atenaza el pueblecito natal de Jesús. Con el mismo espíritu
visitaría en Jerusalén -también por
sorpresa- el memorial de los judíos fallecidos en atentados terroristas.
Aquel mismo día, después de frezar en la Explanada de las Mezquitas y
el Muro Occidental, el Papa se despidió de Israel anunciando la jornada de oración por la
paz en el Vaticano, a la que acudirían los presidentes Shimon Peres y Mahmoud Abbas. No es extraño que el mundo esté
pendiente de un Papa capaz de sorprender a todos aunque no de contentar a todos,
pues sus intervenciones desatan el aplauso de unos y el resentimiento de otros.
Sus críticas a la
especulación financiera y al tráfico de armas le han creado enemigos
potentes.
Una diplomacia refinada
Francisco sorprende a veces por su diplomacia refinada. Como cuando
logró evitar un masivo
bombardeo norteamericano en Siria convocando una jornada de oración por
la paz y, al mismo tiempo, escribiendo una carta a Vladimir Putin como anfitrión
del encuentro del G-20 en San Petersburgo.
Pero la mayor parte de las veces sorprende con soluciones sencillas
como el regalo de tarjetas
telefónicas con saldo pagado a los inmigrantes del campo de acogida de
Lampedusa, la instalación de duchas para los vagabundos en la plaza de San Pedro
y en doce parroquias de Roma, el regalo de 400 sacos de dormir a los
vagabundos que no aguantan pasar la noche en un refugio…
Todo Papa es, ante todo, un líder espiritual, y sólo se le entiende
de verdad observando el principal aspecto: el modo de recordar las palabras y los gestos de
Jesucristo. Como eslabón de continuidad, ningún Papa hace cambios
doctrinales en lo esencial. Pone, eso sí, el acento en aspectos que requieren
más atención en cada momento.
Cada uno tiene su propia personalidad. Benedicto XVI es un gran
intelectual que ha conservado toda la vida el estilo de profesor universitario.
Francisco fue profesor de literatura en
escuela secundaria. Su estilo no es presentar largos razonamientos sino
conclusiones. Es un maestro en captar la atención, incluso de los alumnos
distraídos y en despertar interés por la asignatura.
A diferencia de Joseph Ratzinger, Jorge Bergoglio ha sido un hombre
de acción y de gobierno desde su juventud. Como superior de los jesuitas de
Argentina, salvó la vida a docenas de personas durante los años de “guerra
sucia”. Falsificaba documentos y ayudaba a escapar del país. Escondía fugitivos en las
casas de los jesuitas y a veces los trasladaba personalmente en coche por la
ciudad, ensenándoles a no mirar a los policías y a aparentar una conversación
despreocupada dentro del vehículo.
Su “preparación” para ser Papa ha sido ejercer de arzobispo y
cardenal en una ciudad gigantesca como Buenos Aires, y representar
a la Iglesia ante gobernantes caóticos como los que se suceden en Argentina. Su
valía personal fue detectada enseguida por las escuelas de negocios americanas.
La revista “Forbes”,
la biblia del capitalismo, le situó muy pronto entre las personas más
influyentes del mundo.
Liderazgo por el ejemplo
El motivo es que practica el “liderazgo por el ejemplo” mediante
gestos personales, más eficaces que los discursos. El Jueves Santo del 2013 se
fue a una cárcel de menores y lavó los pies a doce
jóvenes, chicos y chicas, incluida una musulmana. En el 2014 visitó una
clínica y lavó los pies a doce enfermos y enfermas, desde niños hasta
ancianos.
Renunció al “papamóvil” blindado. Utiliza un pequeño Ford Focus, y
pide coches modestos en sus viajes a otros países. Los últimos han sido un
pequeño KIA en Seúl y un minúsculo Renault en
Estambul. El mensaje llega a la gente.
Parte de su atractivo es que es un Papa muy libre. Se negó a vivir en
el apartamento papal porque está “muy alejado de la gente”. Recibe en Casa Santa
Marta a todo tipo de
personas. Llama por teléfono a quien le parece. Concede entrevistas sin
consultar a nadie. Habla durante horas con los periodistas en el avión…
Parte de su secreto es levantarse muy temprano. A las cinco y media
de la mañana ve los “cifrados” nocturnos de nunciaturas en países conflictivos.
Reza y prepara la homilía
de la misa de las siete de la mañana, siempre directa y sin pelos en la
lengua. Después de saludar a los asistentes, se va a desayunar al comedor
general y a las ocho está ya trabajando. Al final de una jornada intensa, reza
durante una hora delante del sagrario en la capilla común. A veces se adormila,
“pero no importa, porque el Señor me sigue mirando”. El tiempo total de
breviario, misa, rosario, oración personal, etc. supera cada día las cuatro horas, la mitad de
una jornada laboral.
Llega siempre con mucha antelación a la audiencia general para
saludar con tranquilidad a los enfermos y recorrer los
pasillos de la plaza de San Pedro en “papamóvil” durante más tiempo que la
catequesis. Sus discursos son brevísimos, y las mejores frases son los añadidos
al texto escrito, improvisados solo en apariencia.
Llega con adelanto a las visitas a las parroquias, y dedica siempre
media hora a escuchar
confesiones. Durante el Sínodo de la Familia del pasado mes de octubre,
llegaba siempre con media hora de antelación. Todo el que quería –obispos,
matrimonios y laicos- hablaba con él en ese rato o en la pausa del café,
haciendo cola delante de la máquina.
Lo que el Papa no sabe hacer bien es descansar. El pasado mes de
junio se desplomó tres veces
por agotamiento. Pero no parece preocuparle. No tiene miedo a gastarse.
Prefiere emplearse a fondo y acabar pronto: “dos o tres años, y después… ¡a la
casa del Padre!”.
Fuente: Juan Vicente Boo/ABC
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