Orar es relacionarse con Dios; algunos místicos sugieren hacerlo con abandono y pasividad y otros con perseverancia. ¿Hay que insistir aunque parezca en vano?
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La humanidad
está condenada a luchar con los entresijos de la vida, y la vida espiritual no
es una excepción. Aunque la oración está
en el epicentro de la vida cristiana, a veces parece que no da ningún fruto,
que es inútil, árida y desesperada. Nadie, ni siquiera los más grandes santos y
monjes más aislados, escapan de este conflicto al orar, aunque no todo el mundo
responde de la misma manera.
Abandono y
pasividad
Juana María de
la Motte Guyon, Madame Guyon, fue una mística francesa que
predicó el "quietismo", por lo que fue duramente condenada en su
tiempo. Ella defiende la “involuntad” y la pasividad. Una especie
de espera o inmovilismo de la voluntad que busca, a través del abandono de todo
esfuerzo, disponerse para permitir actuar a la gracia sin solicitarla con
insistencia.
Es decir, se
considera que la terquedad de la voluntad y de la razón nos desvía
necesariamente de Dios, acalla su voz y su aliento. En cierto sentido es una
experiencia mística de la muerte lo que recomienda Madame Guyon, que nos
recuerda claramente el precepto de los jesuitas resumido en el latinazgo "perindeaccadaver",
una invitación al abandono de la voluntad propia “del mismo modo que un
cadáver” para así dejarnos guiar solo por la voluntad de Dios.
Juana Guyon
escribe que en primer lugar el alma debe estar “sumergida en el abismo donde no
vea ni conozca nada”, para que a continuación “caiga en Dios, no para disfrutar
de Dios, sino Dios de ella y Dios en Sí mismo”.
Perseverancia
en la oración
Sin embargo,
aunque este objetivo era perseguido por místicos y ascetas desde los primeros
siglos, no todos utilizaban la misma vía.
Los místicos
orientales, como san Macario, insistían en la necesidad de la perseverancia en
la oración, a pesar de la aspereza y la inquietud de rezar mentalmente sin
disponer de la oración de corazón.
De igual modo
se requiere un esfuerzo incesante para orientar todos los actos de la vida en
función de la voluntad de Dios, con el fin de cosechar el fruto del “espíritu
bien dispuesto” que evoca el salmista.
Evagrio Póntico
destacaba la necesidad de insistir ante todo en la praxis, la
actividad espiritual, para acceder al fin a la auténtica contemplación
denominada théôria. Un concepto que contrasta radicalmente con un
racionalismo occidental que tiende a considerar que hay que conocer y
comprender antes de practicar.
La fuerza de
la humildad
En el salmo 51 se
muestra que Dios no rechaza al “corazón contrito y humillado”, y aquí encuentra
su fundamento esta práctica: los Padres de la Iglesia consideraban que a fuerza
de perseverancia y de invocación del nombre de Jesús, chocando contra la
sequía, el que ora se vuelve humilde y su corazón se abre a la gracia de Dios.
La oración mental, simple pensamiento, se convierte así progresivamente en una
auténtica oración de corazón.
En cualquier
caso, las dos escuelas tienen un eco de verdad: el quietismo de Madame Guyon ha
influido sobre todo al mundo protestante, mientras que la tradición oriental
nunca ha dejado de perpetuarse gracias al resplandor de los altos lugares del
monacato ortodoxo, como el del monte Athos.
Sea cual sea el
medio empleado, se busca la auténtica finalidad mística, y es la humildad la
que muestra el camino.
Estos
testimonios del pasado cuestionan una manera demasiado racional y sistemática
de rezar y nos enseñan que la Verdad se descubre ante todo en el corazón.
Desvelan una profundidad espiritual que se tiende a ocultar pero que no está
reservada a solo unos pocos iniciados.
Valentin
Fontan-Moret
Fuente: Aleteia
