Aunque hoy santa Hildegarda de Bingen es una figura admirada en el mundo musical, en algún momento, tuvo prohibidos los cantos en su propio hogar
![]() |
Nancy Bauer | Shutterstock |
Santa
Hildegarda de Bingen es reconocida por su misticismo y sus grandes
conocimientos medicinales y musicales. Actualmente, se le considera una figura
esencial en la música medieval.
Escribió un
libro llamado Ordo Virtutum (El drama de
las virtudes), que es una pieza dramático-musical, en donde explica cómo todas
las virtudes pueden llegar a salvar al pecador arrepentido. También llegó a
escribir alrededor de 80 canciones monofónicas.
Es por eso que,
al leer sobre su vida, causa impresión saber que, a pesar de que era una mujer
con amplios conocimientos musicales, tuvo prohibidos los cantos en su propio
monasterio.
La
investigadora Stefania Terzi en su libro Hildegarda
de Bingen: Mística, Doctora y Santa, nos ayuda a entender qué fue lo
que ocurrió.
Una
interdicción
Meses antes del
fallecimiento de Hildegarda, presenció un momento de conflicto en su comunidad.
El conflicto se originó porque, dentro del monasterio, enterraron a un hombre
que había sido excomulgado. Sin embargo, antes de que falleciera, se reconcilió
con la Iglesia, por lo cual ya no tenía aquella sentencia.
El problema fue
que, según los cánones del capítulo de Mainz de 1178, aquel hombre aún era
considerado como excomulgado. Y como se vivía una ausencia del arzobispo de la
sede para aclarar la situación, los prelados demandaron que el cuerpo se
moviera fuera del monasterio.
No obstante,
santa Hildegarda no estaba de acuerdo con la orden, por lo que ella no permitió
que lo desenterraran. Esto causó un interdicto de silencio en el monasterio: se
suspendieron los cantos. Ella sabía que esto era una injusticia. Por lo que
decidió escribir una preciosa carta al capítulo en la que destacaba cómo el
canto honra a Dios.
Aquí un
fragmento de la carta:
“En la visión
también vi algo sobre el hecho de que al obedecerte, dejamos de cantar los
oficios divinos y los celebramos solo en voz baja, y escuché una voz
proveniente de la luz viva acerca de los diferentes tipos de alabanza (...) en
la misma visión escuché que era culpable de no haberme presentado con toda
humildad y devoción ante mis maestros, para pedirles permiso para acercarse a
la Eucaristía, especialmente porque no nos habíamos culpado por haber aceptado
al difunto (...) Para esto, tú y todos los prelados, siempre deben tener
cuidado antes de cerrar con un decreto las bocas de los coros cantando
alabanzas a Dios, o prohibiendo entrar en contacto con los sacramentos o
recibirlos: deben discutirlo, analizando primero con mucho cuidado las causas
por las cuales esto debe hacerse”.
Santa
Hildegarda terminó su carta con esta oración que hace referencia a Romanos 12,
8; que habla sobre el correcto uso de los dones que cada persona tiene:
“Por lo tanto,
los que tienen las llaves del cielo tienen mucho cuidado de no abrir lo que
debe cerrarse y de cerrar lo que debe abrirse, porque un juicio muy duro caerá
sobre aquellos que tienen gobierno si, como dice el apóstol, no presidirán con
diligencia”.
Aunque la carta
funcionó para que suspendiera el interdicto, al poco tiempo lo renovaron.
Hildegarda decidió visitar directamente al arzobispo de Maguncia, Cristiano de
Buch, para hablar sobre esta situación.
Él ordenó una
investigación ante el hombre que estaba enterrado y al comprobar la versión de
la santa, retiraron definitivamente el interdicto. Lo que permitió que en el
monasterio volvieran a alabar a Dios a través de sus cantos.
Yohana Rodríguez
Fuente:
Aleteia