El futuro Benedicto XVI conoció la cruz más grande del mundo en 1989. Estaba previsto que la visita durara 30 minutos, pero se prolongó hasta las dos horas
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El entonces cardenal Ratzinger, en el centro |
No debía ser
fácil impresionar al cardenal Joseph Ratzinger. Su vastísima
cultura, su mente brillante, su inmensa erudición y los centenares de viajes
que había realizado por todo el mundo como prefecto de la congregación para la
Doctrina de la Fe hacían de él un hombre experimentado y con
multitud de registros. Sin embargo, nunca había visitado el Valle de los
Caídos. Seguramente conocería la carta apostólica Salutiferae Crucis que
el Papa Juan XXIII había publicado el 7 de abril de 1960 por
la que elevaba a la iglesia del monumento funerario al rango de basílica menor,
y en la que calificaba al templo como «insigne entre los mejores».
El que, años
después, se convertiría en Benedicto XVI, se encontraba el 7 de
julio de 1989 en San Lorenzo de El Escorial —el municipio madrileño donde está
ubicado el Valle de los Caídos— participando en la clausura de uno de los
Cursos de Verano que organizaba la universidad Complutense. Al
término de su conferencia, a la que asistieron el abad del Valle, fray
Ernesto, y otro monje, fray Anselmo (que más tarde sería
elegido abad), este último se acercó al ponente y le invitó a hacer una visita
al Valle.
«Parecía
esperarlo, por lo que aceptó de inmediato y, burlando a los
organizadores del curso, se dirigió rápidamente, con su secretario, al
automóvil. Avisados el cardenal Suquía, el Nuncio y el rector de la
Complutense (Gustavo Villapalos), que habían asistido al mismo acto, al
poco tiempo se encontraban todos en el Valle», relatan las crónicas de la
época. Según narraron los presentes, el cardenal Ratzinger solo disponía de
media hora, pero «el recorrido se prolongó por espacio de dos horas».
Primero fue
recibido por la comunidad benedictina en la abadía situada a
los pies de la monumental Cruz, que «le dispensó un caluroso recibimiento».
«Después, acompañado por el abad y algunos monjes, subió a la base de la Cruz,
donde contempló detenidamente las imágenes de Juan de Ávalos y
las dimensiones de la Cruz. Desde el altar que hay al pie de la misma observó
la inmensa panorámica que desde allí se abre a la vista. A esa hora de la
tarde, la sombra de la Cruz se proyectaba hasta casi perderse
de vista», prosiguen los testigos.
«Sería un
lugar incomparable»
En un momento
dado, fray Anselmo le comentó que «este Valle de los Caídos, recostado bajo la
silueta de la Cruz, parece esperar, como el Valle de Josafat, el
día del Juicio Final, precisamente a la sombra de la Cruz». El cardenal
asintió: «Sería un lugar incomparable».
La visita
continuó por la basílica, donde se encuentran enterrados los más
de 33.000 cuerpos de los fallecidos de ambos bandos de la Guerra Civil
española. El cardenal Ratzinger «recorrió observando todos los detalles y admirando
su severa majestad, mientras seguía con atención todas las explicaciones
que se le daban». «En la explanada que precede a la basílica se detuvo bajo
la fuerte impresión de grandiosidad y armonía que se
desprendían de la conjunción entre naturaleza y arquitectura. Con frecuencia
detenía la mirada dirigida hacia la Cruz, que se recortaba sobre un
cielo fuertemente azul y cuyas proporciones le impresionaban visiblemente»,
prosiguen los que le acompañaban.
Los mártires
del Valle
Entre los
muertos que están enterrados en la basílica figuran más de un centenar
de mártires. Quizás por ese motivo, otro de sus acompañantes «le insinuó lo
interesante que podría ser que los europeos peregrinaran hasta esta Cruz para
orar ante ella por las grandes intenciones de la nueva evangelización, y que si
fuera posible, el mismo Papa [entonces era San Juan Pablo II]
abriera esta marcha, penitencial y orante, estimulando así a todos a realizar
este camino hacia lo que deberá ser el centro de esta nueva
evangelización: el misterio de la Cruz y el símbolo de la
Redención». Según los presentes, «el cardenal Ratzinger preguntó muy
interesado si se trataba de algún proyecto ya en marcha; en todo caso, añadió,
merecería la pena que la idea se hiciera realidad».
Tras la visita,
toda la comitiva se dirigió a la hospedería monástica, donde «tomó un pequeño
refrigerio, mientras siguió interesándose por temas del
Valle». Al término de la jornada, todo el grupo se tomó una foto «con el fondo
de la Cruz, que en ese momento se encontraba intensamente iluminada por
el sol».
Superior a
los que conocía
Ya de vuelta a
Madrid, el futuro Papa Benedicto XVI le confesó en el coche a
Gustavo Villapalos que «el Valle de los Caídos le había impresionado más que el
monasterio de El Escorial». Según refirió después el ex rector de la
Complutense, «la originalidad de su concepción y su fuerte espiritualidad le
hacía superior a la mayor parte de los que él conocía en Europa, incluido
el de San Lorenzo».
Los monjes por
su parte, desvelaron que «fue una jornada muy grata para la comunidad del
Valle, en la que pudimos conocer de cerca a uno de los hombres más
representativos de la Iglesia y de la Curia romana. Su cercanía al
mundo benedictino le llevaría después a darse el nombre de Benedicto XVI».
Álex Navajas
Fuente: El Debate