Publicamos el resumen de la quinta meditación del predicador de la Casa Pontificia
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Roberto
Pasolini, que dirige los Ejercicios Espirituales de Cuaresma a la Curia Romana
en el Aula Paulo VI. El religioso capuchino subraya que se puede vivir el
presente, experimentando la resurrección, si se confían los sufrimientos y las
heridas a Cristo, en lugar de buscar remedios en falsos ídolos.
El verdadero
desafío de nuestro camino no consiste únicamente en atravesar la muerte, sino
en reconocer que la vida eterna comienza ya aquí. A menudo nos engañamos
pensando que solo existen dos categorías de personas: los vivos y los muertos.
El Evangelio de Juan, con la resurrección de Lázaro, cuestiona esta visión: los
verdaderamente muertos no son solo aquellos que han dejado de respirar, sino
también quienes permanecen paralizados por el miedo, la vergüenza y el control.
Lázaro,
envuelto en vendas que le impiden moverse, representa a cada uno de nosotros
cuando nos dejamos asfixiar por expectativas externas y esquemas rígidos,
perdiendo el contacto con nuestra libertad interior.
Marta y María,
ante la muerte de su hermano, expresan una fe condicionada: «Señor, si hubieras
estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Jn 11,21). Esta mentalidad refleja
la idea de un Dios que debería intervenir siempre para evitarnos el dolor.
Pero Jesús no
ha venido a eliminar el sufrimiento, sino a transformarlo: «Yo soy la
resurrección y la vida» (Jn 11,25).
La verdadera
pregunta, por tanto, no es si moriremos, sino si ya estamos viviendo de verdad,
con confianza en Cristo y en su palabra.
Este desafío se
manifiesta también en el episodio de la hemorroísa, una mujer enferma desde
hacía doce años que, pese a todo, se atreve a tocar el manto de Jesús en busca
de sanación (Mc 5,25-34). Su situación representa a toda la humanidad: buscamos
remedios, buscamos vida, pero con frecuencia nos encomendamos a ídolos falsos
que nos dejan vacíos.
Solo el
contacto con Cristo puede traer una sanación verdadera, que no es solo física,
sino interior: la capacidad de confiar y sentirse acogidos.
Jesús le dice:
«Hija, tu fe te ha salvado» (Mc 5,34), mostrando que la salvación no es una
intervención externa de Dios, sino que se manifiesta en la capacidad de
abrirnos a su presencia.
Lo mismo sucede
con la confesión y con toda experiencia de reconciliación: no basta un acto
formal, es necesario que el corazón recupere la confianza en un Dios que nos
quiere verdaderamente vivos.
El signo de
Lázaro y la curación de la hemorroísa nos plantean una pregunta radical: ¿somos
moribundos que esperan el final o vivientes que ya han comenzado a experimentar
la resurrección?
La vida eterna
no es solo una recompensa futura, sino una realidad que ya podemos elegir,
viviendo con libertad, esperanza y confianza en el Dios que nos llama a la
plenitud.
Fuente: Vatican News