A continuación, la catequesis preparada para la Audiencia General de este miércoles, suspendida por tercera vez consecutiva desde que fue ingresado en el hospital el 14 de febrero
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Imagen referencial/Crédito: Vatican Media |
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última
catequesis dedicada a la infancia de Jesús, nos inspiramos en la escena en la
que, a los doce años, Él se quedó en el Templo sin decírselo a sus
padres, quienes lo buscaron ansiosamente y lo encontraron después de tres
días. Este relato nos presenta un diálogo muy interesante entre María y
Jesús, que nos ayuda a reflexionar sobre el camino de la madre de Jesús,
un camino que ciertamente no fue fácil. De hecho, María ha recorrido un
itinerario espiritual a lo largo del cual ha avanzado en la comprensión
del misterio de su Hijo.
Pensemos en las
diversas etapas de este camino. Al comienzo de su embarazo, María visita
a Isabel y se queda con ella durante tres meses, hasta el nacimiento del
pequeño Juan. Luego, cuando ya está en el noveno mes, debido al censo, va
con José a Belén, donde da a luz a Jesús. Después de cuarenta días van a
Jerusalén para la presentación del niño; y luego cada año regresan en
peregrinación al Templo.
Pero cuando
Jesús era aún pequeño, se refugiaron en Egipto durante mucho tiempo para
protegerlo de Herodes, y solamente después de la muerte del rey se
establecieron de nuevo en Nazaret. Cuando Jesús, ya adulto, comienza su
ministerio, María está presente y es protagonista en las bodas de Caná; luego
lo sigue "a distancia", hasta el último viaje a Jerusalén,
hasta la pasión y la muerte. Después de la Resurrección, María permanece
en Jerusalén, como Madre de los discípulos, sosteniendo su fe en espera de
la efusión del Espíritu Santo.
En todo este
camino, la Virgen es peregrina de esperanza, en el sentido fuerte de que se
convierte en la "hija de su Hijo", su primera discípula. María
trajo al mundo a Jesús, esperanza de la humanidad: lo alimentó, lo hizo
crecer, lo siguió dejándose plasmar, la primera, por la Palabra de Dios. En
ella, como dijo Benedicto XVI, María "está verdaderamente en su
casa, sale de ella y entra en ella con naturalidad. Ella habla y piensa
con la Palabra de Dios [...]. Así se revela, además, que sus pensamientos están
en sintonía con los pensamientos de Dios, que su voluntad es un querer
junto con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios,
puede convertirse en madre de la Palabra encarnada" (Enc. Deus
caritas est, 41). Esta singular comunión con la Palabra de Dios no le
ahorra, sin embargo, el esfuerzo de un exigente
"aprendizaje".
La experiencia
de la pérdida de Jesús, de doce años, durante la peregrinación anual a
Jerusalén, asusta a María hasta el punto de que se convierte en portavoz
de José al reprender a su hijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
Tu padre y yo, angustiados, te buscábamos" (Lc 2,48). María y José
sintieron el dolor de los padres que pierden a un hijo: ambos creían que
Jesús estaba en la caravana de familiares, pero al no verlo durante todo
un día, comienzan la búsqueda que los llevará a hacer el viaje hacia atrás.
Al regresar al Templo, descubren que Aquel que hasta hacía poco era para
ellos un niño al que proteger, ha crecido de repente, capaz ya de
involucrarse en discusiones sobre las Escrituras, sosteniendo la
comparación con los maestros de la Ley.
Ante el
reproche de su madre, Jesús responde con desarmante sencillez: "¿Por qué
me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?
(Lc 2,49). María y José no comprenden: el misterio del Dios hecho niño
supera su inteligencia. Los padres quieren proteger a ese hijo preciosísimo
bajo las alas de su amor; Jesús, en cambio, quiere vivir su vocación de Hijo
del Padre que está a su servicio y vive inmerso en su Palabra.
Los relatos de
la infancia de Lucas se cierran, así, con las últimas palabras de María,
que recuerdan la paternidad de José hacia Jesús, y con las primeras
palabras de Jesús, que reconocen cómo esta paternidad tiene su origen en la de
su Padre celestial, de quien reconoce el primado indiscutible.
Queridos
hermanos y hermanas, como María y José, llenos de esperanza, pongámonos
también nosotros en las huellas del Señor, que no se deja encerrar en
nuestros esquemas y se deja encontrar no tanto en un lugar, sino en la
respuesta de amor a la tierna paternidad divina, respuesta de amor que es
la vida filial.
Por Papa
Francisco
Fuente: ACI Prensa