CARMEN ÁLVAREZ: “LA BATALLA FRONTAL ENTRE DIOS Y LA SERPIENTE SE JUEGA EN LA MUJER”

Cuando Carmen Álvarez Alonso habla a la mujer sobre su misión profética, muchas mujeres se acercan a ella para suplicarle: “Ayúdame a encontrar el sentido de mi maternidad”. Aunque aparentemente lo tienen todo, están insatisfechas

Revista Misión

En esta entrevista, la profesora de Teología Dogmática explica el sentido teológico de la misión de la mujer: de ella depende, en gran medida, el sí de cada hombre a Dios. En el corazón de la mujer se juega, cada día, la gran batalla de la historia.

Usted explica que la crisis de identidad del varón y la mujer es un “signo de los tiempos”. ¿A qué se refiere? 

Estamos en una crisis de fe. La cultura niega a Dios, y siempre que se niega a Dios, se niega también al hombre, creado por Dios como varón y mujer. Un camino para salir de esta crisis antropológica es recuperar la unidad entre el varón y la mujer.  Y en esa unidad, hay que dar prioridad a recuperar el sentido de la feminidad y el significado de la maternidad. Hoy el camino del hombre (varón y mujer) hacia sí mismo pasa por que la mujer se encuentre a sí misma. 

¿Quiere decir que esta crisis afecta de manera particular a la mujer? 

Así es. En esta crisis antropológica es vital que la mujer recupere el significado de su feminidad y la centralidad de la maternidad en su vida. Si ella está centrada, todo a su alrededor se centra. 

¿Cuál es la causa principal de que la mujer no sepa hoy quién es? 

Hay muchos factores. La mujer ha perdido su norte influida por las ideologías antihumanistas que pululan, especialmente los feminismos, que han exacerbado el significado de la feminidad y el papel de la mujer, y han acabado diluyéndolo porque han explicado la feminidad al margen de la masculinidad. Aislar a la mujer, lo femenino, la maternidad, de lo masculino es un error de base. Julián Marías ponía un ejemplo muy claro, el de las dos manos. Decía que la mano derecha se dice derecha con relación a la izquierda. Si sólo tuviéramos una mano, no sería ni izquierda ni derecha, sería “la mano”. Así, si intentamos redefinir lo femenino al margen de lo masculino, ya no es femenino, es una cosa distinta. La mujer se debe reencontrar a sí misma por el camino de la comunión con el varón, porque eso ayudará también al varón a reencontrarse a sí mismo.

“El papel de la mujer se ha exacerbado a tal punto que se ha acabado diluyendo”

¿Qué la llevó a estudiar este tema? 

Empecé explicando las catequesis sobre la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II hace más de 20 años, y  el propio Juan Pablo II me ha conducido hasta este tema clave. Cuando doy cursos, muchas mujeres me dicen: “¿Cuál es el sentido de mi maternidad? ¡Ayúdame a encontrarlo!”. Tienen un marido que las quiere, unos hijos… pero están insatisfechas. No le encuentran sentido a su maternidad. 

¿Qué le dice usted a esas mujeres que trabajan fuera del hogar y se sienten llamadas a dedicarse a la maternidad? 

Juan Pablo II sobre este punto del puesto social de la mujer habló muchísimo, no sólo en la Mulieris Dignitatem, tiene más de 600 documentos sobre la mujer, la maternidad, la feminidad… Desde luego, no daba recetas, pero decía dos cosas. Primero, que la mujer está llamada a aportar a la cultura eso que ella tiene de específico: la feminidad, la maternidad. Esa es su riqueza propia. Porque, decía él, también en el ámbito civil, social, económico… ella está llamada a enriquecer de humanidad la cultura. Pero –decía– si ese aporte supone para ella renunciar a lo más específico y grandioso que tiene, su maternidad, entendida también en sentido espiritual, debería replantearse sus obligaciones laborales. No puede renunciar a lo específicamente suyo. Al final es una opción personal y de cada matrimonio, pero la mujer tiene que realizar aquello que la hace más mujer. La misión de la mujer no está en ocupar un despacho, es algo mucho más de fondo. Ella es educadora del hombre en cualquiera de los ámbitos en los que se desarrolla su vida. 

Usted explica que la maternidad sitúa a la mujer en primera línea de batalla contra Satanás, el mal y la muerte de Dios en el hombre. ¿Por qué está la mujer en el centro del plan salvífico? 

Este es un tema de una enorme trascendencia hoy. La mujer tiene un papel central en la historia de la salvación. A poco que conozcas esta historia descubres que la mujer ocupa los momentos fundamentales del plan de Dios. Ella es la obra -cumbre de la creación en el Génesis. En la -plenitud de los tiempos, dice san Pablo, Dios nace de una mujer. María hace posible la encarnación del Verbo. Y el Apocalipsis habla de  “la mujer vestida de sol”. Hay una línea femenina, “la Mujer con mayúscula”, que decía Ratzinger, en la historia de la salvación que es complementaria y -necesaria para esa otra línea masculina que tiene su centro en Cristo. 

¿En qué consiste esta batalla?

Es la batalla por el sí del hombre a Dios. Para entenderlo tenemos que remontarnos a Génesis 3,15. Cuando el hombre acaba de pecar –imaginemos la escena–, están la serpiente, el varón y la mujer delante de Dios, y Él se dirige a cada uno: a la serpiente la maldice. “Maldita tú. Te arrastrarás y comerás del polvo toda tu vida”. Esa maldición, que consiste en alimentarse de la muerte, del engaño, es su castigo. Al varón le pregunta: “¿Qué has hecho?”. Su respuesta es determinante para el resto de la -historia de la salvación porque él echa la culpa a la mujer: “La mujer que Tú me diste por compañera –culpa también a Dios– me sedujo y comí”. El varón arrastra siempre esta carencia de no asumir su pecado. Luego, Dios se acerca a la mujer: “¿Qué has hecho?”, le pregunta. A diferencia del varón, ella sí asume su culpa: “La serpiente me sedujo y comí”. Una vez que ella reconoce su pecado vienen esas palabras grandiosas que Dios regala a la mujer: “Pondré enemistad entre ti –le dice a Eva– y la serpiente, entre tu linaje y el suyo”. Le confía la misión más grande que puede confiar a una criatura humana. La pone en primera línea de batalla contra el mal.

¿Quiere decir que la mujer, toda mujer, tiene que enfrentarse cuerpo a cuerpo a la serpiente?

Sí. “Enemistad”  aquí significa un combate cuerpo a cuerpo, como en las antiguas peleas de gladiadores. Es un combate frontal, en primera línea de batalla, entre la mujer y el demonio. Y entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente. Están en juego dos maternidades: la de la serpiente, que da a luz hijos muertos, que se alimentan del odio, de la negación de Dios, y la que Dios entrega y promete a la mujer, llamada a dar hijos a la verdadera Vida, a la vida de Dios. Hay entre la mujer y la serpiente –aún hoy, porque la historia de la salvación continúa– una lucha cuerpo a cuerpo. 

“Están en juego dos maternidades: la de la serpiente, que da a luz hijos muertos, y la de Dios, que da Vida”

¿Se podría afirmar que una forma de evangelización clave es ayudar a la mujer a redescubrir su maternidad?

Efectivamente, porque cuando Cristo entra en la historia a través de la maternidad de María está cumpliendo lo que prometió a la mujer en el Génesis: redimir la maternidad y hacer de ella un camino para vencer la batalla contra la “maternidad”  de la serpiente. Y cuando la mujer, toda mujer, en cualquier época de la historia, descubre este significado -misterioso de la maternidad siente una llamada especial a luchar a favor de la vida. Lo que está en juego es la batalla del hombre a favor de Dios o a favor de la serpiente. Es urgente ayudar a la mujer a descubrirse a sí misma desde este significado teológico profundo: su misión en la historia de la salvación. 

Hilemos aún más fino. ¿Esto significa que la salvación de cada hombre depende más de la mujer? 

Depende de los dos. Tanto lo femenino como lo masculino son necesarios para una educación integral de los hijos. Los dos tienen que luchar para que la lógica de la serpiente no se instaure en sus hijos, en su matrimonio ni en ellos mismos. El varón está llamado a ayudar a la mujer a vivir su maternidad, y la mujer tiene que estar en primera línea de batalla ayudando a Cristo a vencer a Satanás. Pero en esa misión de los dos, la mujer va por delante, siempre en comunión con el varón.  

Volviendo al Protoevangelio (Génesis 3, 15), se suele interpretar que la mujer de la que habla es la Virgen. Usted destaca que es también cada mujer. ¿Cómo llega a esta interpretación?

La mujer de Génesis 3,15 representa en primer lugar a María. Esto viene de la tradición, de los santos padres, especialmente de san Ireneo. María es la Nueva Eva. Otra interpretación es decir que María es figura de la Iglesia. Su descendencia son los cristianos, los hijos que la Iglesia da a luz a través del bautismo. Hay una lucha frontal entre los cristianos (la Iglesia) y la serpiente. Pero san Juan Pablo II insinúa que Génesis 3,15 no tiene sólo este sentido simbólico, sino también un sentido literal. Después del pecado original, Dios interpela al varón y a la mujer de todas las épocas. Y la mujer a la cual Dios confía esa gran misión somos también tú y yo, toda mujer. Desde el origen Dios nos estaba llamando a participar en el plan de la salvación de una manera más directa que al varón: en primera línea de batalla. Por eso, lo más grande que puede hacer la mujer es realizar lo que Dios ha dicho sobre ella en el Génesis.

Un varón que lea esto puede quedarse un poco “planchado”. ¿Qué le diría?

Tanto la maternidad como la paternidad tienen una misión profética por sí solas, una misión grandiosa. El varón está llamado a cuidar la maternidad de la mujer, a ayudarla a llegar a su plenitud, a custodiar el don de la vida. Cuando lo hace, las personas entienden cómo es Dios. Esto no significa considerar al varón de manera inferior, sino entender que la mujer está unida cuerpo a cuerpo desde la gestación con la vida que lleva dentro, y llamada de forma mucho más explícita a luchar contra la serpiente para que el hombre diga sí a Dios. Pero eso la mujer no lo puede hacer sin el varón.

Esta visión tan elevada de la maternidad ¿cómo nos ayuda a superar la crisis antropológica de la que hablaba? 

El nivel más alto y profundo de la maternidad es el nivel espiritual, la vida sobrenatural en el hijo. Tenemos la misión urgente de reevangelizar la maternidad y la paternidad. Y lo más grande que podemos entregar a nuestro hijo es una maternidad y paternidad que se muevan al nivel de la plenitud de la caridad, es decir, de la santidad, de la perfección en el amor. Cuando se vive el amor en plenitud, ese amor revierte en un beneficio psicológico, afectivo, espiritual, humano, etc., de los hijos y de la sociedad. 

“Los nuevos Herodes quieren borrar la maternidad del corazón de la mujer”

¿Qué quiere decir cuando habla del “sentido profético” de la maternidad?

Cuando la sociedad ve cómo la mujer vive su maternidad, hasta qué punto es capaz de entregarse, entienden cómo ama Dios. Si dejo a Dios hablar a través de mi maternidad, me convierto en profeta. Por eso, la cultura actual quiere destruir el sentido de la maternidad, porque es una manera de anunciar el Evangelio en un lenguaje que todo el mundo entiende.

Esto muestra por qué el aborto es realmente “la” trampa de nuestro tiempo.

Así es. La mentalidad actual está inspirada por la lógica de la serpiente. El aborto no sólo es negar al hombre, sino también negar a Dios. Es un ataque diabólico, porque es rechazar aquello que Dios le ha confiado a la mujer de una manera especial. Por eso los nuevos Herodes quieren borrar la maternidad del corazón de la mujer, ponerla en la lógica de la serpiente. La batalla por la mujer es mucho más que un signo de los tiempos. La batalla cuerpo a cuerpo entre Dios y la serpiente se juega en la mujer. 

Por Isabel Molina Estrada

Fuente: Revista Misión