El sacerdote Manuel Vargas las desvela en su último libro, «Silencios que hablan»
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El
sacerdote Manuel Vargas, vicario episcopal para el Cerro de los
Ángeles en la diócesis de Getafe (Madrid), ha publicado este mes de enero su
cuarto libro, Silencios que hablan, con Ediciones
Palabra. El sacerdote ya detalló a Religión en
Libertad que su libro, desarrollado bajo el subtítulo Ejercicios
espirituales de San Ignacio y basados en los mismos, pretende ofrecer
y expandir “un método que ayude a tomar las decisiones desde la verdad y
en la amistad con Jesucristo, en un mundo donde tantas personas actúan de forma
reactiva, siguiendo modas o presiones externas”.
En un mundo
desorientado, el sacerdote pretende proponer al lector una forma de vivir con
la que “reforzar la identidad, dar respuestas a muchas preguntas y
proporcionar una orientación clara”. Aunque plagado de meditaciones, el libro
también ofrece al lector multitud de recursos prácticos que aplicar en
su día a día, como es el capítulo dedicado a la Sagrada Familia.
Aquí, Vargas
invita a comparar a las propias familias o comunidades religiosas con la
humanidad y familiaridad de Jesús, José y María, recogiendo las virtudes
y rasgos de la Sagrada Familia que pueden ser replicadas en todos los
hogares. Hacerlo, asegura el sacerdote, contribuirá a que “el Señor esté más
presente y haya más paz y alegría”.
1º Afecto y
cordialidad
El sacerdote
detalla que vivir el primer rasgo de la Sagrada Familia, el afecto y la
cordialidad, es hoy todo un ejemplo de "contracultura".
El sacerdote
habla de los hogares en los que no falta de nada y en los que, sin embargo,
transmiten la impresión de que no hay calor de hogar, cariño de
unos por otros o donde reina un individualismo tal que parece más un
hotel que un hogar familiar.
Lo que muestra
la Sagrada Familia, explica, “es exactamente lo contrario: no disponen de
comodidades, no tienen ningún electrodoméstico y sin embargo son
enormemente felices porque tienen lo que es imprescindible, tener a quien
querer y quien te quiera”.
Lo importante,
agrega, “es tener un lugar donde uno descansa el corazón, no porque tenga un
colchón muy moderno, sino porque allí uno se encuentre a gusto, porque uno se
sienta respetado y querido. Lo que construye una familia es la comunicación,
el afecto, el cariño, el que unos y otros salgan de sí mismos, de su propio
egoísmo, para estar al servicio de los demás. Y así sucede en la Sagrada
Familia de San José”.
¿Cómo podría
trasladarse eso a la actualidad? Para el sacerdote “una familia profundamente
cristiana es una familia en la que se reparten las cargas del
hogar, en la que no hay una persona que lo lleva todo mientras los demás viven
como huéspedes de hotel, en la que cada uno aporta lo que puede, lo que
sabe, lo que está en su mano, y de esta manera se construye un ambiente
delicioso”.
2º Que el
Señor esté presente
El segundo
rasgo que permite imitar la vida oculta del Señor en familia es el de esbozar
en la práctica la confianza en Dios y la oración que podría
darse en la Sagrada Familia. Según ello, la familia buscaría tener presente a
Dios y que su hogar sea uno en el que se rece.
Cuando se deja
que el Señor entre en el hogar y la familia, explica, “puede llenar con su
gracia el ambiente y hacer que sea más alegre y pacífico. Cuando rezamos
juntos, vamos a misa juntos, cuando hay un momento para sacar
el rosario y encomendarnos a la Virgen, cuando a los niños se les enseñan
las oraciones desde pequeños… todo eso contribuye a que el Señor esté
presente y haya más paz y alegría”.
Como colofón,
el sacerdote propone imitar a la Sagrada Familia rezando incluso lo
mismo que rezaban Jesús, José y María. “Rezaban los salmos, como todas las
familias piadosas. Rezar la Liturgia de las Horas es unirnos a Dios, utilizando
las mismas palabras que enseñaron al niño Jesús de pequeño: Jesús
creció sabiéndose oraciones, las oraciones que le habían enseñado sus
padres, que repitió después hasta su muerte”.
3º Una vida
virtuosa
Son muchos los
ejemplos con que se puede imitar a la Sagrada Familia viviendo una vida
virtuosa, para el sacerdote una vida “en la que cada uno pone de su parte lo
mejor para contribuir a un ambiente armonioso para los demás” y que, de
ponerlas en práctica, “son el secreto para tener una familia feliz”.
De entre todas las virtudes, destaca algunas domésticas como son:
-Servicialidad:
“Ponernos a disposición de los otros para echar una mano, sacar la basura,
poner la mesa, fregar los platos…”
-Puntualidad:
“No hacer esperar a los demás, sino procurar llegar a tiempo”
-Orden:
“Tener cada cosa en su sitio y que dediquemos el tiempo necesario a cada cosa.
Ayuda a ser personas previsibles y a que todo funcione mejor. Es signo de que
una persona es virtuosa, que tiene un corazón bien construido, con madurez
interior”
-Alegría:
“No andar buscándole tres pies al gato, sino fijarse en el aspecto positivo de
todas las cosas, enterrar la queja, ser agradables con los demás, tratar de
contagiar la esperanza, la ilusión…”
-Obediencia:
“Se trata de que los hijos aprendan que en casa hay dos personas que son los
que toman las decisiones más importantes y que, por la experiencia que tienen y
la responsabilidad que Dios les ha dado, es a ellos a quienes hay que hacer
caso siempre. Un hijo a quien se le consiente que sea desobediente desde
pequeño será más adelante un caprichoso y un tirano y eso, a la larga,
terminará haciendo de él un tipo infeliz que perjudicará a los demás”.
-Laboriosidad:
“José no era un hombre ocioso, que no vivía de las rentas, que no se pasaba el
día descansando, sino que para llevar el pan a la mesa de su mujer y del Niño
tendría que trabajar. Tendría que madrugar cumplir los plazos y hacer bien los
encargos. No debemos consentirnos ser perezosos, vagos o negligentes”.
4º
Austeridad y modestia
Como otra de
las virtudes siempre presentes en la Sagrada Familia de principio a fin, Vargas
se refiere a la austeridad como un “valor profundamente cristiano”;
consistente en “tener lo necesario para vivir sin apegarnos a las cosas, que
estemos contentos de lo que ya hemos alcanzado, que no ambicionemos
codiciosamente, que no vivamos con insatisfacción permanente por lo ya
logrado”.
Así, detalla
como la Sagrada Familia no solo vive con austeridad continua –“tienen lo
necesario para vivir, sin ambición ni codicia, sin caprichos, sin acumular
cosas superfluas e innecesarias”-, sino que además viven con modestia,
“sin hacer ostentación, sin ir presumiendo, no tratan de lucir lo que han
conseguido. Es una vida discreta, una familia sencilla que no buscan
popularidad… La Sagrada Familia pasó 30 años de vida anónima, de vida común,
inadvertidos, hasta el punto de que sus vecinos no llegaron a saber que eran
“la Sagrada Familia”.
5º Estar en
el mundo sin ser del mundo
En último
lugar, el vicario episcopal para el Cerro de los Ángeles remarca que Jesús,
José y María “están en el mundo sin ser mundanos”.
La Sagrada
Familia “no vive aislada” explica, sino que “vive inserta en el mundo” y sin
embargo “descartan todo lo que huele a mundanidad, a pecado, a
superficialidad, a frivolidad, todo lo que no agrada a Dios. Tienen el
coraje de ser distintos. Tienen el valor de atreverse a ser diferentes.
También hoy en día, una familia que quiera ser profundamente cristiana tiene
que vivir con este estilo”. Para Vargas, esto no significa aislarse o meterse
en una burbuja, sino que “ser de verdad familias cristianas” significa “vivir
insertos en la sociedad, pero con criterios profundamente cristianos”.
José María
Carrera
Fuente: ReligiónenLibertad