Con sus pasaportes decorados con las llaves de San Pedro y la tiara papal, todas estas personas pueden viajar a 155 países sin tener que solicitar antes un visado
Antoine Mekary | ALETEIA |
Hay varios
centenares de ellos en todo el mundo que poseen el raro pasaporte del Estado
del Vaticano. Como tales, pueden viajar a 155 países sin visado. Pero la
nacionalidad vaticana es un tipo especial de nacionalidad, que no se basa ni en
el derecho de sangre ni en el derecho de suelo. Se concede o retira según la
función y la residencia del titular
Según las
últimas cifras oficiales de la gobernación, 618 personas obtuvieron la
ciudadanía vaticana en 2018. Solo 246 de ellas vivían dentro de las murallas
leoninas, lo que representa menos de la mitad de la población del pequeño
territorio (que era de 764 en 2023). En la práctica, no se nace ciudadano del
Vaticano. La ciudadanía -que, por tanto, siempre se duplica con la nacionalidad
de origen- se basa en criterios de trabajo o residencia estable en la Ciudad
del Vaticano, según establece la ley desde los Acuerdos de Letrán, hace casi un
siglo (1929).
Las
condiciones exigidas
La ley vaticana
actualizada en 2011 estipula tres categorías diferentes para adquirir la
ciudadanía vaticana. En primer lugar, son elegibles los cardenales que residan
en el Vaticano o en Roma. En 2023, serán elegibles 64 cardenales, incluidos
nueve que viven en el extranjero.
La segunda
categoría son los diplomáticos vaticanos, que trabajan en nunciaturas
-embajadas- en los cinco continentes. No sólo pueden optar los nuncios, sino
también los asesores de las nunciaturas que hayan asistido a cursos en la
Academia Eclesiástica de Roma.
Por último, la
nacionalidad vaticana se concede a personas que, en virtud de su cargo, deben
residir permanentemente en el Vaticano. Los guardias suizos, que suman unos 130
y viven en el cuartel a la derecha de la Basílica de San Pedro, representan una
gran proporción de estos ciudadanos. El Papa es, por supuesto, ciudadano del
Vaticano.
También puede
concederla, previa solicitud, a las personas autorizadas a residir
permanentemente en la Ciudad Leonina. Cabe señalar que el cónyuge y los hijos
de un ciudadano vaticano también pueden obtener la nacionalidad si viven con
él. Esta prerrogativa se ha ido reduciendo con el tiempo, ya que antes de 2011
también podían solicitarla los ascendientes y hermanos del ciudadano.
155 países
accesibles sin visado
Con sus
pasaportes decorados con las llaves de San Pedro y la tiara papal, todas estas
personas pueden viajar a 155 países sin tener que solicitar antes un visado.
Esta cifra va en aumento -21 países más que en 2016- y sitúa al pasaporte
vaticano en el puesto 26 del mundo en cuanto a libertad para viajar. Entre los
destinos abiertos se encuentran los países de la Unión Europea y de otros
continentes como Australia, Brasil, Canadá y Ucrania.
Los ciudadanos
vaticanos también pueden cruzar las fronteras de países cuya religión oficial
es el islam, como Mauritania, Uzbekistán, Túnez, Emiratos Árabes Unidos,
Jordania, Bahréin y Qatar. En cambio, no tienen acceso sin visado a Estados
Unidos, India, Israel, Japón, China (salvo las regiones autónomas de Macao y
Hong Kong), Rusia, Vietnam, Corea del Norte, Arabia Saudí y muchos países
africanos como Nigeria, Libia, Mali, Etiopía y Sudán del Sur.
Pérdida de
la nacionalidad
Tal y como se
adquiere, la nacionalidad vaticana se pierde cuando dejan de cumplirse las
condiciones requeridas. Si el cardenal deja de residir en el Vaticano o en
Roma, o cuando los diplomáticos dejan su servicio, se les retira la
nacionalidad. Lo mismo ocurre cuando los empleados dejan su puesto de trabajo o
las personas autorizadas dejan su residencia vaticana.
Los hijos de un
ciudadano pierden la nacionalidad al cumplir los 18 años. Además, en caso de
divorcio, el cónyuge que había adquirido la nacionalidad por matrimonio también
la pierde.
En cualquier
caso, los ciudadanos vaticanos no necesitan solicitar un permiso a la aduana
para viajar dentro de los ultraprotegidos muros vaticanos, al igual que los
visitantes. Y no incurren en las severas penas -de uno a cuatro años de cárcel
y una multa de entre 10 mil y 25 mil euros- a las que se exponen los
delincuentes si intentan colarse en el pequeño Estado.
Anna Kurian
Fuente: Aleteia