Interesante entrevista sobre el matrimonio y la crisis de la institución
Rafa Lafuente/ReL |
Rafael
Lafuente Buján tiene una dilatada experiencia como profesor de
Secundaria, lo que le permite tener una visión privilegiada de la evolución de
los jóvenes. Pero además es experto en educación afectivo-sexual y
conferenciante, habiendo ofrecido cientos de charlas por toda la geografía
española a jóvenes, novios y a matrimonios. Y además es el presidente del
Instituto de Estudios Familiares de Ciudad Real.
A tenor de toda
esta experiencia y utilizando un estilo muy directo y comprensible, Lafuente
realiza un espléndido análisis de la realidad del matrimonio en esta entrevista con Marta Peñalver publicada en la revista Misión, la
publicación de suscripción gratuita más leída por las familias católicas
españolas.
¿Qué hay que
hacer para que un matrimonio vaya sobre ruedas?
Lo primero es
elegir bien. Y sabes que has elegido bien cuando no te importa pasar un
confinamiento con tu mujer. Lo segundo es poner al cónyuge siempre primero:
cuando tienes que elegir entre tu proyección profesional o tu mujer, eliges a
tu mujer; entre tu hijo y tu marido, eliges a tu marido; entre un partido de
pádel o tu mujer, eliges siempre a tu mujer. El día de la boda lo dices, pero
luego te la juegas en cada decisión.
¿Algo más?
Sí. El
matrimonio está para el perfeccionamiento de los esposos. No hay que estar
siempre pendiente de los defectos del otro, porque cuando te casas asumes sus
defectos, pero hay que tener ganas de mejorar y de que, con tu apoyo, mejore
también el otro. Si alguien puede decir “soy mejor gracias a la persona que
tengo a mi lado”, ha acertado al casarse. Y por último, volver al
sentido común: hay cosas que son incompatibles con la vida matrimonial, como
tomar un café a solas siempre con la misma persona o hablar a menudo de temas
íntimos con una persona del otro sexo, porque te puedes enamorar.
Se casan
menos personas y de las que se atreven, pocas lo hacen por la Iglesia, ¿a qué
se debe esto?
Hay varias
razones. No somos tan originales como pensamos, hacemos lo que hacen los demás.
También está el prestigio de los padres: el que ha visto un matrimonio fuerte
en casa, quiere lo mismo. Cuando uno es un buen médico, a su hijo no le importa
ser médico, y si el padre es del Real Madrid, el hijo es del Madrid. Otro
factor que afecta es que desde pequeños nos han hablado de cuánto debíamos
estudiar, pero no de cómo debíamos prepararnos para la entrega de nuestro
corazón. Antes, en la cabeza y el corazón de un joven estaba la idea de “tengo
que trabajar para casarme y poder mantener a los hijos que lleguen”. El
razonamiento ahora es: “Me formo bien, busco el mejor trabajo, y cuando tenga
todo asegurado empiezo a pensar en buscar a alguien con quien compartir mi
vida”. Creen que los partidos de pádel, los viajes y la vida profesional los
van a saciar, y luego llega la realidad: “No encuentro con quien casarme”, me
dicen los treintañeros… Yo les pregunto: “¿Te has preparado para encontrar
el amor tanto como para encontrar un trabajo?”. Casarse ya no es una
prioridad vital para los jóvenes.
Y de los que
se casan, ¿por qué es tan alto el índice de divorcios?
Porque es muy
fácil divorciarse. Con la legislación actual se puede pedir el divorcio a los
tres meses de la boda y, si no hay mucha discusión, te lo conceden en 15 días.
Cuando tienes la puerta de salida abierta, la coges. La clave está en
que la única salida posible sea la victoria, porque se lucha de otra manera. La
legislación es pedagógica y hoy dice que el contrato más importante de tu vida,
el que une a las personas y del cual nacen los hijos, se puede romper en menos
tiempo que ningún otro. Pero, además, divorciarse es posible intelectual y
moralmente. Hace 30 años estaba mal visto abandonar a tu familia. Ahora
decimos: “Tienes derecho a vivir tu vida”. Estas frases que nos han inculcado
las películas nos hacen ver el divorcio como algo romántico.
El cine,
pero también las series…
¡Claro! ¿Cuánta
gente ha disfrutado viendo Friends? ¿Y qué tipo de
relaciones había ahí? Sexo con todos, hijos sin matrimonio… Además,
trabajamos los dos, ¡y más que nunca! Eso es, inevitablemente, fuente de
conflictos en casa. Y luego están las terceras personas: tenemos unas
relaciones muy vinculantes en vertical, es decir, la relación con nuestros
padres e hijos a veces son más fuertes que con nuestro cónyuge.
¿Qué lugar
ocupa la sexualidad en esta “ecuación”?
El acto sexual
es el más íntimo y poderoso que existe. ¡Se tienen hijos con las relaciones
sexuales! La mujer en la cama se expone, como en ningún otro momento, al
sufrimiento y a la mayor invasión de su intimidad. Y en la cama es donde un
hombre puede llegar a sentirse más rechazado. El grado de intimidad y de
contacto físico, más las consecuencias de este acto, nos deberían hacer pensar
que el sexo es cualquier cosa, menos seguro. Con ningún otro acto nos
jugamos tanto en la vida. Y si lo haces mal, tiene serias
consecuencias.
En sus
charlas habla de “querer con todo el cuerpo”, ¿qué significa esa expresión?
Significa
querer en todas las facetas de la vida. En las tareas domésticas, cambiando el
pañal más difícil, casándote en gananciales, cambiando de trabajo porque es lo
mejor para tu matrimonio, aunque no lo sea para tu carrera
profesional… Ahí nos estamos diciendo lo mismo que nos decimos en la cama. Por
eso en mi casa plancho yo, porque cada vez que plancho le estoy diciendo a mi
mujer lo mismo que le digo en la cama. Y he cambiado de trabajo hace poco, no
por un sueldo mejor, sino porque con este nuevo trabajo puedo llegar a casa dos
horas antes. La decisión la tomé sólo porque prefiero a mi mujer. La mujer, por
sus características fisiológicas y psicológicas y porque no es igual quedarte
embarazada que poner la semillita, entiende el sexo como un todo y necesita
verle sentido a la relación sexual. Este sentido se lo da ver que su marido,
con todo lo que hace, le dice lo mismo que le dice en la cama: “Te quiero sólo
a ti, te quiero del todo y te quiero para siempre”.
Físicamente,
¿cómo se quiere “con todo el cuerpo”?
Aceptando las
limitaciones del cuerpo. Eso significa que habrá momentos de abstinencia como
es el caso de un militar y de su esposa que saben que estarán meses sin verse…
O cuando sabes cómo va a estar el cuerpo de tu mujer cuando dé a luz por
cesárea por cuarta vez, como es mi caso. Son dificultades que hay que aceptar.
También es saber que incluso a veces, por motivos graves, no se busca en ese
momento otro hijo y en los días fértiles tendrán que vivir “como novios”. Y,
por último, “con todo el cuerpo” significa que él ama como hombre y ella como
mujer. Hay mujeres que dicen“ es que mi marido tiene muchas ganas”. Lo que no
han entendido es que se han casado con un hombre que les está diciendo: “Es
verdad que tengo muchas ganas porque soy varón, pero hay 4.000 millones de
mujeres en el mundo y me quiero acostar contigo y sólo contigo. Y como
sé que tú eres mujer, todas las veces lo voy a hacer con toda la delicadeza del
mundo. Así que, yo sé que tú eres mujer y tú sabes que yo soy hombre, y nos
vamos a encontrar, tú como mujer y yo como hombre”.
¿Qué sería
lo contrario a “amar con todo el cuerpo”?
Muchas
prácticas sexuales no significan querer con todo el cuerpo. Hoy las relaciones
sexuales, queriendo con todo nuestro ser, están en crisis. El sexo matrimonial
está en crisis. Hay mucho sexo en el matrimonio comparable al que tiene un
chaval a escondidas o un señor con su amante. Eso no es sexo matrimonial, es
otra cosa. Querer con todo el cuerpo también significa querer con todo el
cuerpo que tengo. Veo matrimonios en crisis porque al marido ya no le
resulta atractiva su mujer porque ella cumple años y las chicas del porno no. Ha
estado viendo escenas irreales y el estímulo normal del cuerpo humano maduro,
pero también precioso de su mujer, ya no le satisface.
¿Cómo logró
entender todo esto?
En mi casa
nunca se habló de sexualidad. Esta carencia se ha hecho virtud porque yo
aprendí cómo había que comunicar estos temas precisamente porque mis padres no
me los enseñaron bien. Pero sí he aprendido de mis padres cosas muy valiosas
sobre la vida matrimonial. Mi padre se quedó viudo a los 33 años, con dos niños
pequeños, y estuvo 4 años solo. Entonces conoció a mi madre y se casaron a los
tres meses. Ella dejó Madrid y se fue a un pueblo de la Mancha a cuidar de dos
hijos que no eran suyos. De ellos he aprendido que el matrimonio es
querer querer y que la generosidad tiene premio. Yo soy fruto de ese
segundo matrimonio.
Aparte de su
experiencia como hijo, ¿dónde más lo ha aprendido?
Soy muy
observador. He visto qué cosas funcionaban en los matrimonios que tenía
cerca; he visto las consecuencias reales del sexo prematrimonial, y he
podido comprobar que la Iglesia tiene razón. Y, sobre todo, he aprendido de
mi mujer, que es todo sentido común y está llena de virtudes.
¿Cómo
trasmiten usted y su mujer estos valores a sus hijos?
Lo primero
es que mis hijos vean cuánto quiero a mi mujer. Lo que hago en la
habitación con su madre no se lo dejo ver, por eso plancho en el salón para que
me vean planchar por ella. También la abrazo y la beso mucho porque el ejemplo
arrastra: hay muchos hijos que quieren tener la profesión de su padre y se
trata de que también se planteen ser “tan buen esposo como su padre”. También
es importante el valor de la palabra: para que mis hijos maduren y asuman
compromisos serios y duraderos, tienen que saber que hay decisiones y actos que
tienen consecuencias. Si a tu hijo le levantas los castigos o puede elegir
siempre no le estarás haciendo un favor, porque la vida matrimonial no es así.
Y, por supuesto, hay que educar en la castidad, la fortaleza de la que va a
depender que no tenga relaciones prematrimoniales; y que vayan cortos de dinero
y de salidas, para que no tengan fácil acceso al sexo. Así se echa hacia
adelante a los hijos: teniéndolos cortos de todo. Si unos novios están teniendo
relaciones sexuales y se van de viaje, no se casarán porque lo único que les
queda por probar son las facturas y los niños. Ya tienen “lo bueno”.
Como
católico, ¿qué papel juega la fe en la educación del corazón de sus hijos?
Hay que educar
a los hijos en la fe y en la trascendencia, que quieran aspirar a los bienes
mejores, que entre lo bueno y lo mejor elijan siempre lo mejor porque no es lo
mismo compartir piso que tu vida entera. Y ser fuertes a la hora de
decir que no a muchas series, películas, música… Para que nuestros
hijos quieran casarse, la clave es que los padres hayan marcado un estilo en la
casa y no que el estilo lo marquen quienes entran por el móvil. A mí me enseñó
mucho la historia de mis padres, que es una historia de amor de las que no
tienen película. Sin embargo, ellos no supieron contarlo bien. Diana y yo vimos
que con nuestros hijos tenía que ser al revés: las cosas importantes se cuentan
en casa.
¿Mejor
casarse que no hacerlo?
El matrimonio
tiene un límite, es: “hasta que la muerte nos separe”. De hecho, es bonito
pensar que los matrimonios ancianos, por mucho que se quieran, sexo tienen muy
poco. El día antes de morir quieren como se querrán al día siguiente en el
cielo, como hermanos. El suelo que pisa un niño es el amor que su padre
tiene por su madre. La vida matrimonial tiene consecuencias muy
positivas, pero también puede tenerlas muy negativas. Mucho cuidado con hablar
de que “separados estarán mejor”… La gente sufre muchísimo cuando se divorcia.
Tenemos que querernos mucho porque nos jugamos la felicidad personal, la de
nuestro cónyuge y la de nuestros hijos.
Fuente: ReligiónenLibertad