El Adviento nos recuerda que es Cristo quien desea traernos de vuelta a Él para transformarnos completamente
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Romolo Tavani 1 Shutterstock |
A veces, ante
las circunstancias de la vida, nos marchamos por orgullo o curiosidad. Otras
veces salimos por irresponsabilidad o por aburrimiento, como ocurre con los
adolescentes. A veces nos alejamos porque estamos decepcionados y desanimados.
Nos damos cuenta de que toda nuestra vida se compone de distancias y retornos.
Aún hoy,
existen enemigos que nos empujan a alejarnos de nuestro hogar: la injusticia,
rebeldía, traición, desconfianza. Situaciones que nos hacen huir o
distanciarnos de la vida.
El pueblo de
Israel, así como nosotros, experimentó el exilio, la salida. Así como ellos
huyeron, nosotros hoy huimos también y, cuando miramos atrás, nos damos cuenta
de que estamos más lejos de lo que pensábamos.
El Adviento es
tiempo para regresar. Dios quiere que preparemos el camino, pues su deseo es
siempre llevarnos de regreso. Es Él quien quiere encontrarnos. Es Él el quien
viene a nosotros.
Nunca ha dejado
de buscarnos, incluso cuando hemos distorsionado el sentido de nuestra vida.
1. Historia de
lucha y división
La palabra de
Dios llega, se encarna, toma forma en la historia, en la concreción de cada
vida.
La historia del
pueblo de Israel fue una historia dolorosa, una historia caracterizada por la
fragmentación del poder, el destierro, la guerra y la duda de que Dios
verdaderamente estuviera con ellos.
El mundo antes
de la llegada de Cristo estaba en conflicto. Nada parecía estar claro.
Sin embargo,
incluso en ese tiempo lleno de dificultades, llega la palabra de Dios e ilumina
con su claridad al mundo.
Hoy llega
también y sigue insertándose en nuestra historia.
2. Una voz que
clama
Llega a través
de la voz de Juan el Bautista. Se acerca a nosotros desde la paradoja:
en la voz del hijo de un mudo.
Ayer como hoy
Dios nos sigue demostrando que en los lugares más inesperados se encuentra su
salvación.
Juan trae la
palabra donde no hay nadie: en el desierto. Quien
quiera escuchar esa palabra debe dejar los lugares de poder, los lugares de
conflicto, y debe trasladarse a donde aparentemente no hay nada.
Ir al desierto
significa ir a nuestra historia. Israel atravesó el desierto en su viaje hacia
la tierra prometida.
El desierto fue
el lugar donde experimentó grandes miedos, pero también fue el lugar donde
vivió las cosas más importantes de su relación con Dios: recibió la ley y selló
la alianza con de profunda intimidad con Él.
El desierto,
para nosotros hoy, en este Adviento, es una tierra sin cultivar; la posibilidad
de un nuevo camino.
3. Aceptar la
Palabra
Hoy también
Juan nos invita a ir a nuestros desiertos para enderezar nuestros caminos y
darle un sentido nuevo a nuestra vida.
Nos invita a
llenar los barrancos de nuestra decepciones y desánimos. Nos llama a bajar las
montañas del orgullo que nos impiden ver al Señor.
Necesitamos
allanar un poco las formas tortuosas de nuestro corazón, la desconfianza en la
que corremos el riesgo de quedar atrapados.
La voz y el Verbo (Juan y Jesús) vienen hacia
nosotros, nos hablan, depende de nosotros crear las condiciones para que esta
Palabra sea escuchada.
Regresemos,
allanemos el camino, busquemos a Dios. No porque todo vaya bien en nuestra
vida, sino para permitir que, en medio de nuestra crisis, rebeldía y confusión,
el Señor nos lleve por un camino nuevo: el de su salvación.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia