Voluntarios, vecinos que ayudan tras perder todo, campesinos… y, en el centro, las parroquias. Pero los afectados temen un segundo tsunami: el de la falta de subvenciones y la presión de los bancos
Parroquia de Nuestra Señora de Gracia en la Torre. Foto: Archidiócesis de Valencia. Dominio público |
Animado y de buen humor, se está encargando de traer
del improvisado almacén los productos que faltan en las mesas del templo. Narra
que el agua le llegaba al pecho y pudo salir indemne. Detrás de él aparece una
policía local para supervisar las labores. «Es la que perdió a su compañero,
otro policía, en mi garaje», cuenta David. Otra vecina, que también se ha
quedado sin nada, ha pasado este tiempo repartiendo café a los voluntarios que
llegaban a raudales a Nuestra Señora de Gracia.
Son ejemplos de la bondad desbordada que se ha
sucedido esta semana. Como con una herida, las defensas se vuelcan en atajar la
hemorragia como respuesta natural. El cuerpo de la humanidad está siendo uno
con Valencia por la urgencia de abrazar tanto dolor. La iglesia de La Torre,
como punta de lanza humanitaria, ha estado en primera fila para ser «hospital
de campaña», expresa Salva, su párroco.
Justo al otro lado del Turia, el templo acababa de ser restaurado y ahora es uno de los centros de reparto de ayuda más importantes. El lunes empezaban a apilar bienes en otro almacén para poder guardar la cantidad ingente que les está llegando por las arterias de solidaridad que desembocan en el corazón de la tragedia.
Alrededor de las 10:00 horas abren las puertas. La cola se hace cada vez más larga. «Lo hemos pasado muy mal», expresa una mujer agotada mientras recoge una lata de fabada. Se queda muda. Rompe a llorar. «No estamos acostumbrados a pedir», expresa otro vecino. A dos calles empiezan a colgar sábanas de casas del siglo pasado donde se lee: «Ayudas ya». Todos temen un segundo tsunami: el de la falta de subvenciones, la presión de los bancos, la poca cobertura de las aseguradoras. «Me han pasado la cuota de autónomo y estoy en números rojos. Tengo un taller de madera que está inservible. El coche se ha ido a la mierda. ¿Qué voy a hacer?», sonríe, resignado, un hombre que limpia la tienda de arte de un conocido. Salva insiste en que «se necesitarán recursos de forma continuada, no solo ahora».
Otras parroquias también han estado en el cuerpo a cuerpo de la tragedia con el apoyo de Cáritas. A Javi, el párroco de Alfafar, le llamaron unos feligreses de una población donde había estado para llevarle una parrillada. El pasado sábado, en medio de calles estrechas con torres de coches hasta el segundo piso, alimentaron a 2.000 voluntarios mientras llegaban furgones de Cáritas con agua.
Estos días, cuando resonaba en el Evangelio la revelación del prójimo como lugar privilegiado donde Dios sale al encuentro, eran muchos y continuados los gestos de salida radical hacia los demás. En muchos casos, además, la mano hermana ha supuesto la salvación. Es el caso de Graci. Pasa desapercibida, como tantos valencianos que traen historias tremendas y solo dan las gracias, con el pelo desaliñado y entre escobas, a quienes les ayudan.
Ella y su marido se encontraron el martes con el agua al cuello. Salieron de Sedaví para acompañar a unos familiares mayores. El agua empezó a amenazar su coche. «El torrente venía por los cuatro lados, estábamos en el centro de un cruce». A duras penas alcanzaron un portal. «Los vecinos empujaron la puerta desde dentro, pero la fuerza del agua era tal que no podíamos abrirla. Como pudimos hicimos un hueco para pasar. Casi no lo cuento».
Ante la magnitud de la catástrofe y el retraso de los recursos públicos, en primera línea han estado personas de buena voluntad y voluntarios especializados como SOS 4×4, cuya labor fue clave las 72 primeras horas, remolcando con los bomberos coches que bloqueaban el acceso a domicilios y llevando ayuda a zonas afectadas. Lo mismo los campesinos, que movilizaron su maquinaria para sacar escombros. Un solo corazón palpita en Valencia, donde queda lo más esencial: amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado.
Beatriz Jiménez Nácher
Fuente: Alfa y Omega