Cada dogma “puede, con el paso del tiempo, desarrollarse y profundizarse, pero siempre en el mismo sentido y con el mismo significado”, añade el experto
Imagen de San Pedro en el Vaticano. | Crédito: Pixabay. |
Marcos Cantos
Aparicio, doctor en
Teología Sistemática por la Universidad Eclesiástica San Dámaso
dependiente del Arzobispado de Madrid (España), explica a ACI Prensa que los
dogmas de la Iglesia Católica son irreversibles, pero no rígidos y que pueden
desarrollarse y profundizarse con ayuda del Espíritu Santo.
“Los dogmas
constituyen la expresión escrita de un acontecimiento, de una verdad referida
al misterio íntimo de Dios y de su revelación” y, en este sentido, son
“irreversibles e irreformables”, señala.
Esto no
significa que sean “estáticos, rígidos”, porque “el Espíritu Santo puede, en
efecto, ir guiando a la Iglesia hacia una comprensión y vivencia más profunda
de una determinada verdad dogmática”.
Dicho de otra
manera, cada dogma “puede, con el paso del tiempo, desarrollarse y
profundizarse, pero siempre en el mismo sentido y con el mismo significado”,
añade el experto.
Estos
desarrollos no tienen un momento preestablecido: “Es el mismo Espíritu el que
marca los tiempos y las formas a la Iglesia. Ésta tiene, entre una de sus
misiones fundamentales, sino la fundamental, estar atenta a su voz, porque sabe
que todo lo que emana de Él es gracia, luz y vida”.
¿Qué es un
dogma?
Un dogma,
también conocido como declaración dogmática, “es una proposición que recoge un
contenido perteneciente a la revelación salvífica de Dios, y que como tal es
propuesta públicamente por la Iglesia para ser acogida en la fe”.
“Esto no
significa que la revelación consista en un conjunto de proposiciones”, sino que
es “ante todo y primariamente, un acontecimiento, la manifestación libre y
gratuita de Dios a los hombres en la historia para invitarlos, acogerlos y
hacerlos partícipes de su misterio de amor”, matiza el especialista.
Cantos Aparicio
especifica además que “dicha revelación ha alcanzado en Cristo su expresión
plena y definitiva”, de tal manera que la afirmación dogmática constituye “la
expresión magisterial y definitiva de una verdad referida a dicho
acontecimiento”.
“Se puede
decir, incluso literalmente, que es la misma voz de Cristo que, a través de su
Iglesia, sigue diciendo al mundo quién es Él y a qué nos está invitando”,
subraya.
¿Cuántos
dogmas existen en la Iglesia Católica?
La pregunta por el
número de dogmas reconocidos y proclamados por la Iglesia Católica
no tiene una respuesta cerrada: “Son muchos. La razón de ello es que, si bien
la revelación pública de Dios está concluida con la muerte del último de los
apóstoles, no está por ello ni mucho menos agotada en toda su profundidad”,
señala el experto.
A este
respecto, indica a ACI Prensa que “no podemos olvidar que se trata de la
revelación que Dios hace de sí mismo y del misterio de su voluntad; es, pues,
un misterio infinito e inagotable para nosotros”.
A pesar de
ello, la Iglesia Católica “sostenida y guiada por el Espíritu Santo” avanza con
el paso de los siglos hacia una “comprensión más honda de esta revelación,
hacia la plenitud de la verdad”, que no es meramente intelectual, “sino
también, y más profundamente, vital y cultual”.
En este
sentido, los dogmas constituyen “una expresión privilegiada de dicha
comprensión”, por lo que no ese trata “de incorporar nuevas verdades, sino de
sacar a luz verdades ya acontecidas que, sin embargo, hasta ahora permanecían
ocultas para nosotros”.
¿Quién y
cómo se aprueban los dogmas de la Iglesia Católica?
Salvando la
premisa de que “es todo el pueblo de Dios el que participa en el oficio
profético de Cristo”, dentro de la Iglesia Católica “el magisterio auténtico, y
con ello la declaración dogmática, corresponde únicamente y por voluntad de
Cristo a los sucesores de los apóstoles en su ministerio, los obispos”.
Así, las
declaraciones dogmáticas se pueden “realizar, bien por medio del magisterio
ordinario y universal de la Iglesia, o bien por medio del magisterio
extraordinario e infalible”.
Tales
declaraciones provienen de la Escritura y la Tradición viva de la Iglesia que
son “inseparables y respectivas, y ambas manan de la misma fuente, la
revelación. Es ésta la que constituye el lugar último desde el que brotan y
desde el que se nutren”, concluye.
Por Nicolás de
Cárdenas
Fuente: ACI Prensa